Desde esta misma columna a la luz de los resultados de las últimas elecciones generales creímos ver un rayo de luz en este mundo tan despiadado que nos ha tocado a vivir y que ha arruinado en numerosos aspectos el modelo de sociedad surgido en las democracias occidentales tras la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de la desconfianza que ha venido generando el PSOE los últimos años, como el resto de partidos socialdemócratas europeos que se han dejado arrastrar por la deriva neoliberal, algunas de las actuaciones del gobierno socialista durante el pasado año, la lógica de un gobierno de coalición entre el mismo y Podemos con una mayoría suficiente en el parlamento y la influencia de un país como el nuestro en el contexto europeo abría la posibilidad de reconducir de nuevo no solo España si no la mismísima U.E. por el camino marcado en su tratado fundacional basado en conceptos hoy tan denostados y en precario como el bien común y la solidaridad entre los pueblos.
A fuerza de ser sincero y una vez superada la ansiada ingenuidad del momento, hay que asumir que no deberíamos haber esperado gran cosa precisamente por culpa de esa otra realidad que salvo honrosas excepciones como es al menos por el momento el caso portugués, está arrastrando al continente por siniestros derroteros. Haciendo un repaso a la élite política de este país la verdad es que a uno lo que debería entrarle son ganas de salir corriendo, lástima que a quien suscribe eso le pilla ya viniendo de vuelta que sí no a buen seguro que tendría que haberlo hecho como ese más de un millón de españoles que se han tenido que marchar de España desde que la crisis entramada por la horda neoliberal diera su pistoletazo de salida hace más de una década.
Por no irnos muy lejos la primera evaluación a simple vista de los líderes de los principales partidos de este país resulta como poco harto decepcionante. De derecha a izquierda, en primer lugar nos encontramos con un Pablo Casado del que de su currículum se advierte voz en grito se ha construido sobre una ficción ganada a base de jamones, como decimos en mi tierra. Un poco más hacia el centro o al menos es lo que se le supone, nos encontramos con Albert Rivera, alias 155, que todavía no se ha enterado el hombre que los problemas políticos no se solucionan prohibiéndolos y menos aún a palos, algo que al día de hoy y a la vista de todo lo ocurrido debiera ya saberlo. La verdad que lo de este chico me tiene bastante desconcertado porque cuando dio el salto a la política nacional se autoproclamaba socialdemócrata sin el más mínimo recato y sin embargo en lo que se dice cuatro telediarios parece querer recolocarse en el populismo más rancio lo que está provocando la huida del partido de muchos de sus antiguos colaboradores.
En nuestro viaje hacia la izquierda o a la que al menos se presupone, nos topamos primero con el PSOE, aunque diría yo -por mor que suene repetitivo el reproche-, que hace mucho que de esas siglas se cayeron la S y la O. De su líder qué decir, un auténtico superviviente que cuando le van mal las cosas sabe muy bien qué decir pero cuando se le pintan bastos hace justo lo contrario. Vamos que no le falta escuela que al fin y al cabo es lo que viene a hacer desde no se ya cuántos años su partido. Mientras, por su parte Pablo Iglesias como invitado de parte sigue ensimismado por hacer valer sus ideas contra viento y marea, un paso atrás y otro adelante, sin medir sus consecuencias.
La verdad que por mucho resumir no es cuestión de rasgarse las vestiduras ante semejante escenario, porque viendo al actual inquilino de la Casa Blanca y al reciente de Downing Street, «manda huevos», que diría Trillo si estos representan la flor y nata del metraje. El caso que estamos donde estamos y salvo milagro de última hora, España parece abocada a un nuevo proceso electoral, el cuarto en los últimos cuatro años, en el que quizá sea el mayor ridículo de la clase política desde la vuelta de la democracia hace más de 40 años. Su probada incapacidad para hacer valer lo que las urnas le demandan devolviéndole la pelota a estas una y otra vez a la espera de un resultado que le satisfaga, acabará haciéndonos perder la confianza en la política. Otro éxito más que anotarse el aciago modelo individualista del capitalismo.