Una cruz gigante en la que un joven, Lucio, recibe los símbolos de la Pasión y es crucificado. Una crucifixión por haber infligido daño a la libertad religiosa, cuando en realidad lo que ha hecho ha sido defender su propia libertad a creer en un Dios que no es el del Vaticano. Llama la atención que esta acusación al personaje principal sea la misma que el Arzobispo de Valencia está haciendo hacia el autor del texto, Manuel Molins, y el director, Paco Azorín. Este es uno de esos casos en los que la ficción y la realidad se retroalimentan de una manera un tanto curiosa.
En realidad, si se hubieran parado a ver qué se trata realmente en el espectáculo quizá no se clamaría tanto a los cielos, nunca mejor dicho. Porque, a pesar de ser el que escribe esto poco dado a la religión, el espectáculo hace un análisis de la espiritualidad bastante estimulante. La obra reivindica la libertad religiosa, pero con los pies en el suelo y con un claro oponente.
La pieza transcurre en la Ciudad del Vaticano, definida como un fabuloso paraíso fiscal en el que posiblemente no haya ni un solo signo de santidad. Por la obra desfilarán los grandes hits temáticos alrededor de la figura de tan «insigne» institución, como el abuso de poder, la pederastia, la homosexualidad, el celibato, el fraude fiscal… Nada nuevo bajo el sol que no hayamos visto en prensa o en todas aquellas investigaciones que hayan intentando indagar más allá, pero bajo el prisma de seguir creyendo en la espiritualidad a pesar de que el elemento terrestre sobre el que se sustenta esté corrompido. Es en este punto donde el espectáculo coge fuerza, porque por encima de la fiereza de su crítica, aparecen unos personajes que buscan encontrarse en medio de tanta desolación.
Con la guía de los mismos ángeles que destruyeron la ciudad de Sodoma, Lucio, antes de ser nombrado sacerdote, busca respuestas sobre su verdadera fe. Girando alrededor de él, el cardenal corrupto, avaro y sexualmente activo; el sacerdote homosexual que lucha por encontrarse y aceptarse; la víctima de abusos sexuales; el cura pederasta; la periodista en busca de la verdad y, entre otros, un Benedicto XVI lejos de cualquier realidad contemporánea. Es aquí donde hay que resaltar un elemento clave y es que los ángeles no destruyeron Sodoma por la sexualidad sino por no ejercer el derecho de asilo de sus ciudadanos. Así, el espectáculo señala directamente desde las tablas a la ciudad estado y sus miembros.
Esta producción es el ejemplo perfecto de que un teatro valenciano en permanente evolución es posible. Que hay que reivindicar la lengua y el espacio como un terreno cultural que debe seguir creciendo.
Y aquí os dejo el póster, que tantas quejas ha levantado.