«[po-co] es una colección de trece obras. A pesar de estar compuestas por versos y collages, cada una de ellas forma sin embargo una única pieza. Las letras no acompañan a la imagen y tampoco a la inversa, sino que son a la vez un uno y un todo».
Estas son las palabras iniciales del conjunto artístico que Le mot le plus doux (Anna Roig y Carmen Juan) ha publicado en 2014 gracias al trabajo duro, a la ilusión y al mecenazgo anónimo.
A las dos las envidio, no solo porque tienen más visitas que yo en sus secciones de Salitre, sino porque el esfuerzo que hacen, juntas y por separado, por fin tiene su recompensa, merecida, por cierto. Como esta es una reseña sin avisar y un atraco a mano armada, me despido de mis escasos y entregados lectores con la confianza que da no conocerse, puesto que imagino que en un rato tendré la carta de despido encima de mi mesa y Hacienda se quedará sin excusas ni IRPF.
El libro lo conforman trece postales que aúnan collages por un lado y poema por otro, encuadernado con anillas y con un papel de guarda ante cada texto. Una breve semblanza curricular al comienzo y un agradecimiento a los mecenas al final. La cubierta y la contracubierta, en cartón duro, negra, y el título, entre corchetes, con las iniciales del sincretismo Po (poemas)- Co (collages).
El leitmotiv de las obras parte de la pasión de ambas por la música, configurando una poética visual que intenta captar los sonidos, de la música clásica a la experimental, desde el jazz hasta el tango. La fusión de artes y paradigmas de recepción intenta provocar en el lector ese síndrome de Stendhal mirando Santa María del Fiore y la Florencia eterna, cuando el ojo y la fuerza de la imagen, el sonido de la música y las palabras del pensamiento aturden al lector-espectador-oyente con fogonazos de belleza.
El crítico nunca puede poner claridad a una obra híbrida sin separar sus partes, aun sabiendo que es casi un sacrilegio. Esas son las limitaciones del común de los mortales.
Anna Roig plantea una obra de superposición de imágenes significativas sobre fondo negro que desafían a la lógica del discurso. Obsesión dadaísta y de ascendencia surrealista, la obra visual del conjunto compone una narración fragmentaria y sintácticamente desconectada, cuyas imágenes, al interactuar con las imágenes de la composición y con la lógica del espectador se cargan de significaciones simbólicas. Igual que en la famosa escena de Buñuel en El perro andaluz, la propuesta artística de Anna Roig requiere una mirada diferente, un ojo nuevo, un ojo de mirada infinita, ausente, travesado de gaviotas y un reloj antiguo. Como en esta suerte de Neo-vanguardia que nos llega justo un siglo después y en plena crisis de valores, otra vez, una muchacha límpida, casi muerta, con pies de chelo y significaciones múltiples.
La luna del surrealismo, recuperada en la postal siguiente, escrita por Carmen Juan, pinta una poética de ritmo truncado y de imágenes inconexas, de sintaxis abrupta y golpes de efecto que esconden un imaginario hermético, intenso, que el lector recupera proyectando referentes significativos. No es una luna de película, no es una luna de Beethoven, sino una luna de cartón, «un invento barato de Hollywood», un invento de esperanzas románticas, rechazadas en el poema por el sujeto poético, que también tuvo quince años y nadie la besó en el lago. No hay una luna llena, amable, romántica, sino una luna surrealista, un barranco húmedo, el barranco verde de la muerte, la muerte verde del Romance Sonámbulo de Lorca. Y un final de tono desenfadado, con la ironía del sujeto poético y la distancia de los dramas, como que no importa, tan siglo XXI. «Y eso / de película sí, pero / de romántico, tiene poco».
Hay en este [po-co] una definición precisa de las tendencias artísticas que definen esta segunda década del siglo XXI, una proyección de un imaginario hermético que vuela de la anécdota personal a las convenciones generacionales. Partituras de delfines, miradas atlánticas, cuerdas que tapan la vista, tachaduras, e s t i r a m i e n t o s, dolor discreto, que se presenta en las tardes tranquilo en forma de mensajes de texto. Unos ojos donde nos vemos todos, a trozos, definiendo la estética de la fragmentario. Retales de significado, postales de mirada nueva, collages con palabras curvas.
Yo espero conservar mi trabajo en Salitre, pese a dejarlas desnudas. De todas formas, siempre habrá cervezas, claro, y colgada en mi mochila la chapita de la pareja bajo un paraguas que dice MIEDO con la que no ligaré jamás.