La Maison des Bories (Solamente en verano, 1970) funciona a través de los mecanismos de lo no dicho. En ese sentido, la película supone un hito, prácticamente original hasta el momento: toda la acción, fundamental para el devenir de una serie de personajes, se da por lo que no ocurre, por lo que no tiene lugar, y no al contrario.
Personajes que se mueven en un marco encantador, la lujosa morada provenzal que da título a este pequeño drama existencialista, con un punto de partida que oscila entre lo romántico y lo melodramático: la tentación de adulterio para Isabelle, esposa de un geólogo autoritario y sólo preocupado por sí mismo, seducida por un joven traductor alemán que llega a la casa. No es gran cosa la que transcurre, y sin embargo, este apenas nada bastará para marcar a los protagonistas de por vida, como si imaginar la felicidad fuese ya en parte disfrutarla. En busca de un cine literario y refinado, Jacques Doniol-Valcroze (1920-1989), fundador de la mítica Cahiers du Cinéma, consigue aquí su obra más perfeccionada, cuyos matices además trascienden, realzados admirablemente por el elenco de actores. Un encanto que no puede sino recordarnos la maravillosa Les dernières vacances (Roger Leenhardt, 1948).
La Maison des Boires tiene consigo a una Marie Dubois irradiando belleza y que da un espectáculo interpretativo como Isabelle Durras. Dubois consigue nutrir a su personaje de una sensualidad tórrida, con cada mirada que persiste y su respiración contenida. Al joven y silencioso traductor Kurstedt, que llega a la casa como si fuese un forastero, le da Mathieu Carrière su ya demostrada fuerza actoral (lo vimos como Törless en la versión que hizo Schlöndorff, en 1966, sobre el personaje de Musil, y cuyo aspecto apuesto se utiliza para agitar la película con un perenne estado de ánimo romántico y melancólico. Para relatar ese año, en el campo de los Durras, el director Jacques Doniol-Valcroze y el fotógrafo Ghislain Cloquet lo filman como si se tratase de una pintura viviente, donde pinceladas de acuarela en el paisaje se pintan con sombras rubí sobre un amor prohibido.
Al desvestir el romance entre Isabelle y Kurstedt, la película alcanza su cénit inmenso en la escena de amor que no es tal cosa, donde el buen hacer de Valcroze y la montadora Sophie Bhaud consiguen lo que sólo la magia del cine podría hacer: deslizarse bajo la piel mediante brillantes y melancólicos planos generales llenos de pasión, y montados con mano experta dando lugar a una escena de sexo imaginaria que parece innegablemente real.
Debemos acercarnos a Lacan y su «No hay relación sexual»[1]LACAN, Jacques. 1970-71. Le Séminaire livre XVIII, D’un discours qui ne serait pas du semblant. Paris : Seuil, p. 65, fórmula extraída de la práctica analítica freudiana y las conclusiones de Freud sobre el inconsciente y la sexualidad. Los síntomas tienen un sentido sexual, pero referidos al sexo como ausente, como imposible de verbalizar y de cifrar.
La verbalización del sexo, se nos dice, es un lugar vacío que da cuenta de que en el inconsciente hay algo que no se inscribe. ¿Qué es lo que se inscribe y lo que no se inscribe en el inconsciente? Se inscribe el Uno fálico y solo él, y no se inscribe el Otro del Uno. Hay pues una falla, una falta en el inconsciente. No existe el significante para representar al Otro. Para decir el sexo, para decir los dos sexos, el inconsciente tiene solamente un significante, el significante Uno, el falo. Por tanto, no hay un significante para la relación sexual en el inconsciente, y sin embargo existen las relaciones entre los sexos, lo que llamamos el amor. A título de suplencia de la relación sexual que no existe, el inconsciente permite la relación de amor entre dos sujetos, en este caso Isabelle y Carl. Si el síntoma es suplencia y el amor también es suplencia, entonces el amor es un síntoma. Uno borromeo, para más señas, pues permite anudar el goce en un vínculo entre dos sujetos.
En lo relativo al amor y la sexualidad, hay cuestiones que se escriben, y otras que no, hay cosas que se escriben y dejan de hacerlo, y otras que no se escriben y dejan de no escribirse. Dicho de otra manera, en el amor y la sexualidad algo insiste, se mantiene, se repite, se continúa, pero también se interrumpe, se corta, se detiene. Esta cuestión de lo escrito, es tratada por Lacan a partir de cuatro categorías: lo contingente, lo imposible, lo necesario y lo posible. A nosotros, en este caso, nos interesa lo imposible: lo que no cesa de no escribirse. La relación sexual sería pues algo de este orden, de lo imposible de escribir, pues no cesa de no escribirse la conjunción entre los sexos. Entre los seres sexuados, es decir, entre aquellos que se identifican a la posición masculina y femenina, la conjunción es imposible; cada uno de ellos se relaciona por su cuenta con el falo, aun cuando crea que lo hace con el otro sexo.
La conjunción entre Isabelle y el joven traductor no es posible, como si la diferencia de los sexos que condena a la imposibilidad de la relación sexual, se fundara en lo real de una excepción antinómica –así la define Joël Dor [2]DOR, Joël. 1998. Introducción a la lectura de Lacan II: La estructura del sujeto. Barcelona: Gedisa, p. 266- entre la sexuación de los hombres y las mujeres. El encuentro con lo que cesa de no escribirse, es con el goce, y así, empieza la repetición, y así, goce y contingencia quedan articulados. La reducción de ésta, del encuentro, es del orden de lo posible, lo que en algún momento deja de escribirse. Puede ocurrir, entonces, que súbitamente, bajo la modalidad de la sorpresa, se capte en un instante lo que tiene valor de acontecimiento imprevisto. Se busca así hacer vacilar los semblantes para despertar el deseo apagado por el goce. La mujer no existe, podríamos extraer, siguiendo los postulados lacanianos. No existe, porque no es de Carl, sino que es una mujer casada. Hay el goce, porque lo que no hay en la relación de Isabelle y Carl es algo más que el acto en sí. Una castración, lo imposible hecho goce, entre los dos sexos. Esta es sólo una propuesta de análisis, que necesitaría de un espacio mucho mayor, pero que sin embargo, creo puede aportar algo más de luz a una de las escenas más importantes, a mi juicio, de la cinematografía francesa contemporánea.
El guión de esta película, a cargo de Anne Tromelin, que le da a la novela de Simone Ratel un nuevo enfoque, la entrelaza con una atmósfera atractiva, terrosa si se quiere, fortalecida en tanto Isabelle y Kurstedt tratan de mantener oculto su amor. Al darnos a probar la fruta vedada, Tromelin le da al film un envoltorio de rica seda melancólica, desgarrada con firme empeño sobre la cuestión moral que subyace: Isabelle debe tomar un nuevo camino, o quedarse en la casa, lo que la ataría a un futuro que tiene visos de estancarse.
Le Maison des Bories es, ante todo, una de las historias de amor más conmovedoras jamás escritas. Allí, precisamente donde no puede escribirse nada.
Ficha de la película
Título en España: Solamente en verano. Título original: La maison des Bories. Año: 1970. Duración: 87 minutos. País: Francia. Director: Jacques Doniol-Valcroze. Guión: Anne Tromelin (Novela: Simone Ratel). Fotografía: Ghislain Cloquet. Reparto: Marie Dubois, Maurice Garrel, Mathieu Carrière, Helène Vallier, Claude Titre, Madeleine Barbulée, Jean-François Maurin, Marie Véronique Maurin. Productora: Pathé Consortium Cinéma / La Societé des Films Sirius / Union Générale Cinématographique (UGC). Disponibilidad: Actualmente sólo en VHS, versión francesa.