El otoño nos trae el recuerdo de algunos de los libros que leímos en playas más tranquilas. A lo mejor porque el verano siempre lo he vivido como un tiempo de alegre quietud, bajo el cielo límpido y el infinito mar. Es que veranear es también salir de aquí, obedecer a una llamada bien antigua, una que sería por así decir la archi o la arqueo llamada: deja la tierra de los tuyos y marcha hacia esa otra que yo te indicaré. Cuando Dios llama es para mostrarnos otra tierra, otro mundo lejos de este mundo, lo que desde luego no puede confundirse en absoluto con una mera mercancía como la segunda residencia, aunque la demanda de dicha mercancía no sea por completo independiente de la satisfacción de una necesidad profunda, casi de una constante antropológica. En ese contexto, en ese otro lugar o mundo del verano, la lectura de este libro exquisito de Antonio Pau tiene algo de pleonástico, pues nos ha proporcionado una especie de atlas de la escapada. Y es que, lo aclara en sus primeras páginas, las de una nota preliminar, son tres las huidas: la huida refleja, la huida de angustia y la huida en pos de la felicidad[1]PAU, Antonio: Manual de Escapología. Teoría y práctica de la huída del mundo. Trotta, Madrid, 2019, pp. 13 y 14.
El autor insiste en que las tres son por completo diferentes, como que su libro sólo se ocuparía de la tercera. Una en la que escapar del mundo sería además ensancharlo. Pero es obvio que en el origen de la última hay mucho también de las dos primeras, tanto que no es nada seguro que el agente de la fuga sepa qué pesa más en sus decisiones, puesto que la libertad tiene tantas veces como peldaño, si es que no siempre, la noche oscura del alma de la que se hace tan bello eco Juan de la Cruz. Diríamos, con un vocabulario que haría sonreír al místico mudejarillo, que sólo lo reactivo nos capacita para ser proactivos. En cualquier caso, y como apunta Pau: «El ansia -el afán, el anhelo o en todo caso el deseo intenso- de huir va más allá de ser un fenómeno psíquico, un simple estado emocional, para constituir un fenómeno antropológico. En todo tiempo y en todo lugar el hombre ha sentido la necesidad de evadirse de un entorno hostil»[2]PAU: Manual de Escapología, p. 17. Me pregunto si esa capacidad humana de ser hostilizado no se debe a que, lejos de concebir el entorno como un conjunto más o menos conexo de circunstancias y de estímulos, estamos dispuestos para percibirlo como una totalidad, como un mundo de vida, susceptible de albergar o no sentido en su totalidad.
El libro se organiza con dos partes bien diferenciadas. La primera ocupada por una fenomenología de la cuestión, en la que se ventilan aspectos tan importantes como el destino, el valor, la evitación o la ciudad como epítome de lo hostil que demanda nuestra huida. En cambio la segunda, en la que no hay en principio ningún criterio ni fulcro de orden, se configura como un inventario de treinta estrategias o modalidades, en las que Antonio Pau revela, entre otras cosas, un importante y refinado bagaje cultural, que va desde los movimientos sociales a la estética, la religión o la filosofía. Por eso, mientras gozaba de esas páginas este verano, en esa apartada playa, no podía dejar de recordar otro libro no menos delicado de Antonio Prete, aunque no estoy seguro de que se haya traducido siquiera al castellano. Me refiero a su Trattato della lontananza, el Tratado de la lejanía[3]PRETE, Antonio: Trattato della lontananza. Bollati Boringhieri, Torino, 2008 . Porque escapar es irse lejos, tiene lo lejano como su objeto, aunque esto lejano lo sea en cuanto imagen especular de un aquí merecedor de nuestra desafección. Dime hacia dónde huyes y te diré de dónde vienes. No es casualidad que el mismo Prete dedicase un ensayo a ese ejercicio de fuga que supone la traducción, tarea ésta en la que el propio Pau ha sobresalido, como que traducir es hacer un largo y aventurado viaje a lo más profundo y secreto del otro, que es su lengua. Por eso, porque es una fuga en sí misma dice Prete que la traducción, más que al campo literario o lingüístico, pertenece al de la antropología[4]PRETE, Antonio: All’ombra dell’altra lingua. Bollati Boringuieri, Torino, 2011, p. 60. Se trata de una experiencia, de una hospitalidad que es conocimiento, encuentro, transformación de sí y de la lengua[5]PRETE: All’ombra dell’altra lingua, p.128.
Uno siempre busca un mundo mejor, pero la mejora sobre todo consiste en que sea otro mundo y no este. La carga de la prueba está de antemano ganada por el cambio. Ningún allí puede ser peor si está lo bastante lejos de aquí. Y a veces, como apunta Pau, no se trata de salir, sino de dejar de hacerlo. Hablamos de la huida como reclusión, por ejemplo del hikimori de los adolescentes japoneses, que evitan los compromisos y la penosa realidad de abrirse camino en la vida y en la edad[6]PAU: Manual de Escapología, p. 204. Creo que hay, propiciada por el uso de las redes sociales, una nueva anacoresis en curso. Es que la calle es un lugar duro, donde a menudo se tropieza con la violencia, incluso con esa sorda del anonimato urbano. En cierto modo no hemos vuelto estilitas, como esos ascetas cristiano-siriacos del siglo V, Simeón el más célebre de ellos. Alguien podría decirme que la anacoresis actual no es como aquella, porque los jóvenes están enchufados a la red. Lo siento, el argumento no resulta convincente, puesto que los estilitas, los habitantes del stylon o columna, también vivían en una soledad muy acompañada. Sospecho que Dios aun hoy puede proporcionar una conectividad mucho más amplia y sorprendente que la de Google. La verdad es que, dada la vacuidad de las prestaciones electrónicas, tampoco estoy haciendo una afirmación teológica demasiado arriesgada. Por cierto que sobre la altura de la columna de Simeón no hay unanimidad, las opiniones van desde los dos a los dieciséis metros[7]SIMÓN PALMER, José: La vida sobre una columna. Trotta. Madrid, 2014, p. 12.
Lo importante es que lo menguado de su superficie en la cúspide te obligaba a vivir siempre de pie.
Tanto la vida griega de Simeón, atribuida a su discípulo Antonio, como la del estilita Daniel, no se ahorran detalles sobre los extremos de esa ascesis. Los místicos estacionarios a menudo estaban agusanados y purulentos. En cierto modo esas columnas eran torres de silencio, tumbas a cielo abierto, y escapar del mundo resultaba algo más que una suave metáfora.
En toda huida hay un rechazo, un no a que las cosas sean como a menudo son las cosas. Esto incluye un no a las normas, al buen sentido, a los compromisos de lo social, al consumo programado, a la familia o a la gloria. Dime de qué huyes y te diré de dónde vienes. El fugitivo sirve para que los que permanecemos, seamos conscientes de tantos aspectos insoportables de nuestra común vida. Porque ser humano, ser libre, consiste en esta posibilidad capital de lo negativo.
Título: Manual de Escapología |
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Referencias
↑1 | PAU, Antonio: Manual de Escapología. Teoría y práctica de la huída del mundo. Trotta, Madrid, 2019, pp. 13 y 14 |
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↑2 | PAU: Manual de Escapología, p. 17 |
↑3 | PRETE, Antonio: Trattato della lontananza. Bollati Boringhieri, Torino, 2008 |
↑4 | PRETE, Antonio: All’ombra dell’altra lingua. Bollati Boringuieri, Torino, 2011, p. 60 |
↑5 | PRETE: All’ombra dell’altra lingua, p.128 |
↑6 | PAU: Manual de Escapología, p. 204 |
↑7 | SIMÓN PALMER, José: La vida sobre una columna. Trotta. Madrid, 2014, p. 12 |