Las comparaciones son odiosas
Esta temporada se estrenó en nuestras pantallas entre campanitas de alborozo Hitchcock/Truffaut, un documental dirigido por el crítico Kent Jones donde, a partir de la famosa entrevista que le hizo François Truffaut a Alfred Hitchcock que se convirtió en un libro de cabecera para cualquier cinéfilo que se precie, se hacía una radiografía bastante pueril de la obra del maestro, preguntándole a personalidades como Oliver Assayas o Richard Linklater que están en ese documental ¿por?…
A mi francamente me parece que si la acogida entre las voces más tibias no ha sido aún peor es porque cuando el tema está en nuestras simpatías el látigo nunca sacude tan fuerte como podría sacudir, lo cual no parece bueno ni malo pero sí significativo y salvador para Jones, que se marchó de rositas por un trabajo que en el mejor de los casos no excede de la profundidad de un artículo dominical.
Un poco resabiado y temeroso iba yo al festival de Sitges ante un plato tan aparentemente apetecible como De Palma. La película-entrevista que se han marcado Noah Baumbach y Jake Paltrow entorno a la obra de uno de los más grandes postmodernos del cine, el eternamente considerado imitador de Alfred Hitchcock.
Dónde empieza todo
Dice nuestro compañero Rafa Morata que el cine de Brian De Palma empieza en Marnie, frase certera y afortunadísima allá donde las haya. Yo siempre sostuve que Marnie eran Scottie y Madeleine paseando por el callejón del Gato. De Palma de hecho no se refiere en este documental a Marnie (tampoco se trataba de documentar rigurosamente una influencia) sino que sitúa directamente el inicio de todo en Vertigo.
Vertigo como película fundacional del cine moderno en la que se explicita el propio cine ya que su tema fundamental es la creación y destrucción artística de una emoción. Sobre hacer explícito el artificio se ha vertebrado toda la obra de De Palma.
De Palma no es un original, tampoco es alguien que haga copias vulgares. Su trabajo está recorrido por una emoción y un contenido que para mí se asemeja al trabajo de un Pablo Picasso volviendo a pintar el esqueleto de Las Meninas.
No hay nada en De Palma que remita a la perfección clásica de Hitchcock, de un Hitchcock ya en esencia moderno, la relación que guardan ambos artistas es muy parecida a la que guardan en magisterio de Picasso y el magisterio de Velázquez. Lo que es curioso es nadie le ha reprochado a Picasso que sus figuras no tengan el aspecto y las proporciones completamente verosímiles y perfectas que las del pintor sevillano.
Humor para entender
De Palma se defiende sin excesivo ahínco de las acusaciones y habla de sus pantallas partidas y de sus artificios apelando a su propia lógica narrativa, que nada tiene que ver con la lógica de la vida. Con ese criterio altera la original muerte de la madre de Carrie por una mucho más cinematográfica, mucho más emocionante, también más grandguinolesca y más absurda si se quiere pero poseedora de una implacable lógica.
Tampoco se dedica Brian a una exégesis sesuda de sus películas. No te da nada masticado. Las quieres y las comprendes aún mejor a raíz de su deslumbrante sentido del humor (notables carcajadas durante la proyección), a partir de su amor por la profesión y por el propio cine. «Los directores no planeamos ninguna carrera» llega a decir. Hacen lo que pueden y lo que les llega como pueden. Cómo iba entonces a hacer una exégesis de temas frecuentes, filias y obsesiones.
Se comenta también que va demasiado rápido y deja con ganas de más. Sí. Aunque un par de horas de velada con un amigo contándose batallitas puede ser más que suficiente si se corre el riesgo de que se dejen las batallitas y nos pongamos estupendos y trascendentales y le empecemos a dar importancia a lo que no la tiene.
La película te lleva desde el De Palma vanguardista, experimental, combativo y anti-sistema de los años 60 —impagables las imágenes de sus primeros trabajos con un jovencísimo De Niro— hasta el De Palma de las siguientes décadas, donde desde la revolución del cine de los 70 «nos metimos en el sistema de estudios e hicimos un cine personal» encadenará proyectos de distinto pelaje afrontándolos siempre con una sentida y enorme inventiva heredada del legado visual de Hitchcock «me lo reprochan pero no ha habido grandes continuadores que yo sepa», siempre con una visión propia del mundo que nunca enfatiza, ni infla, reconociendo siempre los condicionantes externos que afectaron a cada película y congratulándose cuando todo salió bien. Como hacía modesta y humildemente el propio Alfred Hitchcock.
De Palma no tiene voz en off. Habla y habla y nosotros escuchamos embelesados mientras vemos imágenes de sus películas vistas y no vistas. Reímos y nos sentimos arrobados por ese amor obsesivo por las imágenes que recorre toda la carrera de director.
Hacer un documental de cine grande como película es posible. Baumbach y Paltrow no son profundos teóricos, ni si quiera tienes una idea muy clara de qué han preguntado. Dejan que las cosas pasen y pasan grandes cosas.
El encandilamiento con el mago es absoluto. De Palma es una película maravillosa, sale uno no amando más su obra sino amando más al propio cine y a toda la vida aparejada a él.
Cuando Angie Dickinson mira cuadros en Vestida para matar no estamos ante Vertigo sino ante la idea de De Palma y un amigo de ligar con hermosas mujeres en el Moma. Años más tarde aceptaría encantado Misión imposible.
Ficha técnica