En Julio de 1870 el bosque de Samiel fue un punto de confluencia planetaria. No solamente se produjo un eclipse total de Luna, sino que todos los años por esas mismas fechas, y este año no iba a ser menos, una horda de curiosos, devotos y médiums solían reunirse en este bosque considerado mágico. Para colmo de acontecimientos, Locusto, un enigmático experto en ocultismo, anuncia que hará acto de presencia la noche del eclipse. Por ello, reporteros de toda Francia acuden al lugar a cubrir los acontecimientos que se preveen cuanto menos interesantes.
Comienzan a llegar dichos periodistas de forma escalonada en los días previos, y al parecer en el pueblo no pasa nada relevante. Estamos en una pequeña localidad rural en la que aparentemente la tranquilidad reina durante gran parte del año. Aparentemente. Nuestro narrador, Victor Blum, por un error en su reserva hotelera deberá alojarse en la casa de Lombarg, un extraño hombre que vive tan solo con su hija desde que se quedó viudo. Su relación con sus caseros resultará determinante para la sucesión de los acontecimientos.
A medida que se acerca la noche de autos el lugar irá revelando sus secretos y Blum recorrerá la localidad hablando con unos y con otros. Conoceremos al bibliotecario, al científico del pueblo, a un grupo de actores que están representando Macbeth… Esta obra en concreto tendrá una importancia vital en el desarrollo del argumento. Y es que no son pocos los guiños literarios que Vico introduce en Los bosques imantados. Quizá los dos más presentes y representativos para el desarrollo del texto sean Viaje a la Luna de Jules Verne y Macbeth de William Shakespeare.
Ni el momento ni el lugar son fortuitos para la ubicación de esta obra con una trama relacionada con el ocultismo. A mediados del s. XIX en Francia se vivió una verdadera explosión en torno a este tipo de creencias y prácticas debido a la publicación de las obras de Eliphas Lévi, pseudónimo de Alphonse Louis Constant, uno de los primeros teóricos de estas materias. Estamos en pleno esplendor del Romanticismo, en los albores de la literatura fantástica, en el auge del espiritismo y en los anales del ocultismo. Debido a la publicación de una serie de tratados y estudios este tipo de doctrinas y de prácticas fueron tomadas como una ciencia seria y argumentada. De ahí que la creencia de todo este tipo de sucesos inexplicables como algo verídico aportasen a la historia de la humanidad a uno de los padres de la magia moderna: Robert-Houdin.
La magia y las ciencias ocultas se percibían como algo real y la comunicación con los muertos era una práctica habitual en las casas francesas de la época. Por ello la magia no era tan solo un conglomerado de trucos llevados a cabo con precisión sino simplemente un suceso no explicable de manera racional. Ahí entra Robert-Houdin como uno de los personajes de la novela que aportará las claves para la resolución del caso.
Porque sí, también hay un caso. Además de tratar de ver en persona al famoso Locusto, días antes del eclipse aparece asesinado en el bosque uno de los dibujantes que se había desplazado a Samiel como reportero. Aunque este crimen no resulta de especial relevancia para la historia sí que marca los pasos de nuestro protagonista, que intenta descubrir dónde reside la magia del bosque de Samiel.
Aunque la narración resulta atractiva y los personajes están bien construidos, la trama avanza quizá demasiado lenta. La novela genera intriga e invita a seguir leyendo, pero esa calma en el desarrollo de lo ocurrido para un libro tan breve considero que resulta perjudicial y estropea un poco la buena prosa del novelista. Sumado a esto, el final deja un sabor agridulce debido a que en el momento álgido todo el clímax se desperdicia con un final satisfactorio pero reposado. Ese punto en el que la historia deja de ascender para caer en picado hace que termines el libro con la satisfacción de una historia bien construida, pero con esa ligera sensación de que podría haber estado aún mejor.
Título: Los bosques imantados |
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