Cabestrillo, chubasquero, impermeable. Nos han quitado las palabras y con ellas la posibilidad de inventar, de pensar cómo sería todo si pudiera ser de otra manera.
Condenadas/es a una verosimilitud que no nos representa.
En el pecho, una presión que tira hacia atrás, hacia el vacío del cuerpo. Grabados en la carne, el miedo y el silencio.
Palabras que dicen cosas pero no logran ni siquiera apuntar la necesidad de salir del hueco del pensamiento para ver otras posibilidades donde la palabra esté llena, rebosante de aperturas.
Hace años me mantuve en silencio durante tres días. Luego, grité tan fuerte que hasta yo misma pensaba que era otra quien gritaba. A la vez, sentía con desgarro que era yo y que no había nada más. Era verano, hacía mucho calor. Por suerte, no vivo en otro tiempo ni en otro lugar. Aunque lo deseé, no me atreví a hablar desde el balbuceo, una ráfaga de pensamiento me lo impidió; tonalidades fónicas, agudo, más agudo, muy agudo… saliva, escupitajo. Quien lo presenció me echó de su casa, no le culpo.
La locura es incipiente, lo otro se aproxima peligrosamente al reformismo burgués.
Sí, sí… en el centro de las ciudades pondría una pista gigante de coches de choque, no mixta, ¡qué invento!, el coche y los choques, pulsión de muerte… ¡y a todo el mundo gusta, oiga! Antes de cualquier asamblea o de cualquier toma de decisiones «importante»,you know!, una media hora chocando, gente que choca en líquida materialidad, intencionadamente. Desparramándose en los coches de choque. Debería ser de obligado cumplimiento. No más plebiscitos, no más intrigas, no más muros de facebook diciendo lo que no te atreviste a decir cuando aquel encuentro (feminista, antiespecista, ecologista, anarquista…) te incomodó porque no acertó en algunas formas, porque no pudo con el ego de aquellas/es tres o porque los privilegios llegaron hasta la médula y lo invadieron todo, y se apropiaron de todo, no dejando ver el dolor, dando protagonismo, otra vez, a esa falsa certidumbre mediada que nos asfixia a todas, a todes y en la que, sin duda, todxs nos dejamos caer más veces de las que nos gustaría, también en el muro digital.
Las certezas no nos dejan pensar más allá, nos violentan ante la enunciación del discurso conflictivo y ensordecen al mismísimo cuerpo. En estos días el exilio también es virtual.
El cuerpo es lenguaje y esto es viejo como el comer, aunque cuando nos lo dicen las que saben, por leídas, no nos quede del todo claro o se nos olvide. Se graba en espiral metalingüística; el cuerpo es lenguaje que constriñe, daña, hierra, que se pone en peligro, se desmantela.
El cuerpo es también palabra borrable, que huella, florece, emana, sorprende, bandea, reluce, das en prenda… goza.
Aunque lo rechacemos, el cuerpo, nuestro cuerpo, el visible, tiene grabadas inscripciones tan viejas como el patriarcado ancestral. Ese es el verdadero y cruel esperanto. El continuum violento que nos lanza a la fragilidad de nuestras vidas y nos impone la resistencia.
Por suerte, seguimos locxs (no puede ser de otra manera).
Rasgamos las telas de las rancias vestiduras con las que nos han envuelto, bordamos lazos con nuestras posibilidades, nos reescribimos unas/es a otras/es… Tiramos piedras.
Aunque la palabra dada no nos sirva para desmontar el más allá impuesto, tenemos el don del regalo y del vínculo, el intento: lo político.