«La propaganda es un arma verdaderamente terrible en manos de un experto».
Adolf Hitler, Mein Kampf, 1924
El pasado reciente.
En apenas una década Adolf Hitler convirtió el NSDAP un partido extremista, radical y sin apenas significación en el mayor partido de la Alemania democrática. Hitler había estudiado los diferentes modelos propagandistas de los aliados en la Primera Guerra Mundial, de los partidos políticos alemanes y en general de todos aquellos movimientos políticos de su entorno, incluso los de más allá de sus fronteras, para extraer sus mejores cualidades y lograr que su mensaje calara en buena parte de la población.
Con la inestimable colaboración de Joseph Goebbels al que acabaría nombrando ministro de propaganda una vez alcanzado el poder, ambos pusieron en marcha una extraordinaria maquinaria propagandística a la que ayudo la Gran Depresión de los años 30 que vino a agravar de manera más que sensible la difícil situación de Alemania tras su derrota en la guerra y las sanciones derivadas del Tratado de Versalles.
De este modo el partido nazi alemán paso de obtener solo 12 escaños en el parlamento tras las elecciones de 1928 a lograr 107 diputados en las de 1930, 230 en las de 1932 y después de un pequeño descenso en las siguientes del mismo año unos meses más tarde en 1933, tras el misterioso incendio del Reichstag, obtuvo 288 diputados en las últimas elecciones democráticas celebradas en Alemania en el periodo de entreguerras.
Hitler y Goebbels basaron toda su mecánica de propaganda, antes y después de su llegada al poder, en los prejuicios raciales, en la exacerbación del concepto de patria y la imagen de una Alemania utópica racialmente pura que los antiguos aliados por una parte y cualquier otro que antojasen foráneo por otra se empeñaban en destruir. Los nazis buscaron chivos expiatorios por todas partes, no solo judíos, sí no que en el mismo paquete entraban los de cualquier otra raza, peor cuanto más alejada quedara ésta del estereotipo ario, así como rivales políticos, homosexuales, discapacitados, por su confesión religiosa y un largo etcétera. A todos ellos los acusaron de haber arruinado y expoliado Alemania aprovechándose de sus recursos y los hicieron reiteradamente culpables ante la opinión pública de toda clase de delitos.
De ese modo cuando obtuvieron el beneplácito mayoritario de los ciudadanos a través de las urnas y una serie de grotescas maniobras parlamentarias, liquidaron la democracia en la que él propio Hitler se había apoyado para lograr el poder convirtiendo Alemania en un estado totalitario disimulado a través de todo un eficaz y efectista aparato de propaganda, apoyado en un régimen de terror. De lo sucedido después la historia da buena cuenta de ello.
«Gobernar a base de miedo es eficacísimo. Si usted amenaza a la gente con que los va a degollar, luego no los degüella, pero los explota, los engancha a un carro… Ellos pensaran: bueno, al menos no nos ha degollado».
José Luis Sampedro, 1907-2013
Hoy, precisamente, 80 años después.
El 15 de Septiembre de 2008 el cuarto banco de inversión más poderoso de Estados Unidos, Lehman Brothers, se declaraba en quiebra y daba el pistoletazo de salida a la mayor crisis económica de escala global desde la Gran Depresión desatada en la misma ciudad de Nueva York tras el descalabro bursátil de 1929.
Transcurrida más de una década desde entonces los desequilibrios y desigualdades sociales han aumentado de manera más que considerable no solo entre el reconocido frente norte-sur sí no en el interior de todos los países desarrollados, multiplicándose las ganancias del gran capital tras una supuesta recuperación económica que apenas si ha tenido repercusión en el resto de clases sociales.
Para colmo, las devastadoras consecuencias de la emisión de gases de todo tipo de manera continua desde los inicios de la Revolución Industrial y cada vez más acentuada por parte de una industria en muchos casos sin control a pesar de los numerosos requerimientos al efecto, se han hecho cada vez más visibles en forma de sequías y fenómenos atmosféricos cada vez más catastróficos y de una reincidencia sin precedentes. Y que, como se hacía predecible, se ceban con mayor virulencia en las zonas del planeta más desfavorecidas donde, para colmo, en numerosas ocasiones son expoliados sus recursos directa o indirectamente por países del primer mundo.
Tanto la falta de expectativas motivadas por la referida crisis económica como las cada vez más angustiosas condiciones de vida en los países pertenecientes al tercer mundo e incluso en los denominados en vía de desarrollo, así como diversos conflictos armados que se mantienen irresolutos en varias regiones del planeta, han aumentado de manera sensible los flujos migratorios en el mismo. Por lo general en dirección norte tanto desde el sur de Europa y el continente africano en general, como desde Sudamérica y Centroamérica a Canadá y especialmente a Estados Unidos por su carácter fronterizo.
Tales circunstancias y la falta de respuestas adecuadas por parte de la clase política ante dichas adversidades haciendo además recaer sobre el grueso de la población sus más duras consecuencias en cada caso, mientras una minoría se enriquece exponencialmente, ha generado el mejor caldo de cultivo para que nuevas formas de fascismo se abran paso tal como ocurriera en la primera mitad del SXX. Si ya por aquel entonces el uso de la propaganda resulto fundamental para su expansión, hoy la facilidad de acceso a una poderosa corriente de desinformación, especialmente a través de las redes sociales, está amenazando la estabilidad social de las naciones occidentales.
El que miríadas de personas, por unos u otros motivos, hayan hecho de las redes sociales su principal medio de información, sin contrastar y sin constatación alguna, está dando lugar a que determinados grupos estén explotando masivamente dichos recursos a sabiendas que es mucho más difícil desmentir un bulo que crearlo. No en vano fenómenos como el Brexit en el Reino Unido o la forma de llegar al poder de excéntricos personajes como Bolsonaro en Brasil o el propio Trump en EE.UU. son buena muestra de ello.
En estos difíciles tiempos que corren en toda Europa y España no habría de ser la excepción se ha buscado en el migrante, independientemente de su carácter regular o no, ese mismo chivo expiatorio. Por mucho que tanto las administraciones públicas, muchos medios de comunicación –incluso algunos conservadores-, se esfuercen en desmentirlos, es obvio que causa mucho más impacto entre la ciudadanía un meme, una cadena de WhatsApp, una portada ficticia o un titular indecoroso que un desmentido por cuanto el primero resulta mucho más fácil de leer o visualizar mientras que el segundo, para muchas de esas mismas personas, les resulta mucho más difícil de dilucidar en una lectura extensa o una más o menos compleja tabla de datos. Aunque resulte poco distinguido afirmar esto último.
Es aquí donde se fundamenta un discurso que está causando furor en Europa y que en España ha hecho ya que para casi el 12 % de los ciudadanos la inmigración sea el primer problema del país. A buen seguro conocerá usted mismo a alguien que asegure que le ha dicho de buena tinta un funcionario, amigo o conocido que el hecho de ser extranjero faculta para la obtención de mejores ayudas sociales, mejores escuelas o mejor atención sanitaria que los propios españoles, por mucho que ello quede lejos de la realidad.
Mientras tanto el mundo financiero, grandes compañías transnacionales e incluso algunas que tienen en sus manos recursos tan necesarios como la electricidad, el agua o las comunicaciones, siguen actuando con suma impunidad ante la inoperancia de una clase política superada y cada vez más fuera de lugar en medio de un mar de despotismos en todos los estamentos del poder. Valga como ejemplo el caso de España, camino de sus cuartas elecciones generales en los últimos cuatro años, cuando a la vista del resultado de las del pasado 28 de Abril otrora se hubieran solventado con un gobierno socialdemócrata de coalición sin mayores dilaciones.
Numerosos autores, científicos, sociólogos, politólogos e intelectuales de todo tipo vienen advirtiendo desde hace tiempo la necesidad de un cambio de rumbo para una sociedad ensimismada por un consumismo exacerbado a la que ha conducido un modelo radical capitalista que ha hecho del individualismo, la codicia y la avaricia su bandera. Un formidable entramado que busca descargar en el más débil la ira de quienes padecen sus consecuencias.
«No sé qué armas se utilizarán en la Tercera Guerra Mundial, pero en la Cuarta usarán palos y piedras. Estoy seguro».
Albert Einstein, 1879-1955