Día 6º. Finnsnes
Después de dos días en el que nos ha castigado el tiempo, hoy ha amanecido un día fantástico. Carreteras heladas, un imponente paño teñido de blanco y un sol radiante.
Así que hemos tomado rumbo a Finnsnes, la ciudad sede administrativa del municipio de
Senja. Un poco de turismo urbano tampoco nos viene mal.
Finnsnes es la inevitable entrada por tierra a la isla de Senja a través del puente de Gisund que con sus 1.150 m salva el estrecho de Gisundet sobre el mar de Noruega y conecta el continente con la isla.
Reconocida como ciudad con la llegada del presente siglo apenas si roza las cinco mil almas pero su distribución urbana resulta desconcertante por lo desordenada y diseminada en ambas orillas.
No obstante es el gran centro comercial de la zona, es de suponer por la cantidad de pequeñas localidades que se ubican alrededor de la ciudad y en la isla. Asentamientos de apenas dos o tres centenares de personas en muchos casos pero que suman un total de 15.000 habitantes a lo largo y ancho del municipio.
Como cada vez que visitamos Escandinavia nos ha sorprendido la excelente imagen de sus locales comerciales. Tiendas y supermercados de grandes dimensiones, bien surtidos, con una presentación exquisita y un buen número de empleados. De los precios, pues ya se sabe, estamos en uno de los países más avanzados socialmente del mundo y su alto poder adquisitivo se traduce inevitablemente en unos precios altos acordes al mismo.
Esta vez no nos hemos topado con edificios emblemáticos ni por su historia, ni por su arquitectura. Tanto es así que el ayuntamiento de Finnsnes podría pasar por un edificio de oficinas de lo más corriente.
Después de un ligero almuerzo en la magnífica biblioteca pública de la ciudad hemos vuelto a la isla aunque con un recorrido algo distinto que nos ha facilitado contemplar una bonita puesta de sol.
Hemos terminado la jornada con una apetitosa cena en un más que simpático y elegante restaurante en Torsken, otra de esas diminutas villas de casas diseminadas al pie de un fiordo lejos de la civilización, en la que nunca se nos hubiera ocurrido que pudiera localizarse un establecimiento de ese nivel.
Día 7º. Hamn i Senja
Hamn i Senja es uno de los resort más conocidos al norte del Círculo Polar Ártico en Noruega. El hotel data de 1994 y se edificó sobre unas antiguas instalaciones de la zona. Su éxito fue rotundo pero un incendio en 2005 lo devastó por completo y tardó 3 años en reconstruirse de nuevo.
Pero el asentamiento de Hamn (Puerto), se remonta al siglo XVII Hasta convertirse en uno de los principales puerto de pescadores del norte de Noruega.
En el SXVIII un yacimiento se níquel aumentó la prosperidad de la villa y tanto es así que en sus proximidades se construyó una de las primeras centrales hidroeléctricas del país.
En la década de los años 20 del siglo pasado vivió su máximo esplendor superando los 600 habitantes pero, poco a poco, fue perdiendo notoriedad hasta que una familia se interesó por las antiguas instalaciones y las renovó en 1.994 convirtiéndolas en el hotel Hamn i Senja.
Es en ese entorno en el que nos hemos movido hoy dándonos un descanso de coche y carretera. Sobre todo de estas últimas por cuanto la falta de costumbre de conducir en condiciones nada habituales, como venimos refiriendo estos días, se acaba cobrando un merecido descanso.
Pero el entorno de Hamn i Senja da para mucho y tras una jornada más ligera de peso hemos finalizado la misma con una magnífica cena en el hotel, con un servicio exquisito en un marco incomparable.
Día 8º. La montaña de Segla
El Círculo Polar resulta exigente para quienes habitan en el mismo. Así se traduce en sus edificios, en sus carreteras, sus coches, etc. En su forma de vestir, de comer, en general en su manera de vivir.
Así hoy nos hemos quedado con las ganas de admirar de primera mano una de esas imágenes que se dicen «imperdibles», para cualquier viajero y que en la isla de Senja representa la montaña de Segla.
El Segla es uno de los iconos de Senja y se encuentra relativamente cerca de nuestro hotel pero debido a la construcción de un nuevo túnel en un tramo de la ruta turística nacional que recorrimos hace unos días, se hace necesario circunvalar la mitad de la isla para llegar al mismo y algún que otro de sus destinos más conocidos.
De este modo justo antes de atravesar el puente de Gisund en Finnsnes, hemos girado hacia el norte de la isla camino de nuestros dos objetivos del día: el pueblo de Husøy y la montaña de Segla.
Con el mismo manto nevado que ocupa ya la isla en buena parte hemos ido bordeando la costa hasta tomar el desvío camino al singular pueblo de Husøy. Singular porque la imagen de Husøy es una de las más reconocibles de Senja, un pequeño pueblecito de poco más de 200 habitantes que ocupa casi por completo la superficie de la pequeña isla del mismo nombre en el fiordo de Øyfjorden, en medio de un impresionante paisaje de espectaculares montañas que parecen derrumbarse a ambos lados del fiordo.
Circulamos por el único camino de entrada y salida como del mismo modo nos sucedería acto seguido camino de Fjordgård, justo en la orilla contraria del fiordo de Øyfjorden. Una carretera bien asfaltada pero de continuos subes y bajas, con tramos completamente helados, rodeada de montañas y que la proliferación de túneles, nos animaba a seguir tras imaginar cómo serían los viejos caminos de acceso a ambas localidades.
Fjordgård, otra pequeña comunidad de también poco más de 200 habitantes, en esta ocasión con sus casas diseminadas a lo largo de la orilla del fiordo, marca la ruta de entrada a las montañas de Segla y Hesten través de dos senderos de poco más de 2 km cada uno y que conducen a unas de las mejores vistas del Segla y de la propia isla de Senja.
Pero el rigor del clima, bajo cero en algún momento, y la falta del equipamiento correcto para afrontar un desafío que en otra época del año se puede hacer fácilmente nos ha hecho desistir del intento.
No sé si tendremos ocasión en otro momento pero, en cualquier caso, nos damos por satisfechos con lo que hemos visto y vivido hoy rodeados de tan impresionantes paisajes. Francamente, ha merecido la pena.
Día 9º. Playas de Senja
Última noche en Senja. Mañana abandonaremos la isla para dormir en Narvik, unos 200 km al sur de Noruega, y volar al día siguiente hasta Oslo, nuestra escala para Madrid, desde el aeropuerto de Harstad/Evenes/Narvik.
Las comunicaciones, aun siendo buenas, por la orografía del terreno y las condiciones climáticas no son favorables a viajar de madrugada, a lo que nos hubiéramos visto obligados de pasar la última noche en nuestro hotel. De ahí que hayamos preferido pasar la noche a menos de una hora de trayecto del aeropuerto.
Así, está mañana hemos transitado cerca de nuestro hogar estos días, por una sinuosa carretera que nos ha llevado a otra de estas singulares playas de arena fina que, sorprendentemente, no son pocas en la zona a pesar del marcado carácter abrumador de su litoral.
Allí nos hemos tapado con una pareja holandesa aficionada también a la fotografía que, según nos han dicho, es la quinta vez que visitan estas tierras. Signo sin duda de la explosión de naturaleza y voluptuosidad de su mencionada orografía que atraen con fuerza tan vastas tierras.
Después hemos paseado por el pueblo de Gryllefjord, que con sus poco menos de 400 habitantes es una de las referencias pesqueras de la isla. Además, en el verano, un ferry sirve de pasaje entre la isla de Senja y Andenes, capital administrativa de la isla de Andøya, algo más al sur, que con sus 3.000 almas suponen toda una multitud en estas latitudes. Lástima que por carretera los más de seis horas de camino para recorrer los 350 km que nos separan de semejante metrópoli nos han impedido visitarla.
Día 10º. Camino de Narvik
Las relaciones entre Noruega y Suecia, durante muchos años, no fueron del todo halagüeñas a consecuencia de la II Guerra Mundial. Suecia se mantuvo neutral pero para evitarse males mayores permitió el paso de las tropas alemanas hasta Noruega y la explotación de sus impresionantes minas de hierro de Kiruna.
Precisamente fue la salida del hierro al mar con destino a Alemania el motivo de la famosa batalla de Narvik, la primera derrota de los nazis frente a los aliados y el hecho histórico por el que está ciudad es conocida en el mundo. Un acontecimiento que, precisamente, podremos ver en las carteleras a finales de este año.
Desgraciadamente la invasión de Francia hizo que los aliados abandonaran a su suerte a los noruegos y los alemanes finalmente ocuparon el país durante los 5 años que duró el conflicto.
Narvik, con sus 18.000 habitantes se encuentra unos 220 km al norte del Círculo Polar, rodeada de los Alpes Escandinavos cuyas laderas se hunden directamente en el fiordo hasta los 500 m de profundidad y que sirve igualmente de orilla a la ciudad.
Muy próxima a la frontera sueca, tiene la particularidad de encontrarse en la parte más estrecha de todo el mapa político noruego ya que sólo son 25 km los que separan la frontera sueca del borde continental.
Una lluvia impertinente se nos ha abonado durante nuestro trayecto desde Finnsnes, después de almorzar y despedirnos de nuestro chico, hasta hacerse cada vez más pertinaz, secuestrándonos definitivamente en nuestro hotel en Narvik por lo que ni hemos podido completar un breve vistazo a la ciudad.
Mañana temprano partiremos hacia el aeropuerto -todavía nos quedan 50 km hasta el mismo-, camino de Oslo para posteriormente coger otro vuelo hasta Madrid.
Donde esperamos llegar a última hora de la tarde. Mañana haremos un breve resumen de nuestro viaje a modo despedida.
Día 11º. El regreso
Escribo estas líneas desde nuestro avión de regreso a Madrid. Llegamos ayer por la tarde a Narvik y una incesante lluvia nos ha acompañado en toda nuestra estancia en la histórica ciudad noruega y peor aún está mañana en la hora de trayecto desde nuestro hotel hasta el aeropuerto, desde donde hemos volado hasta Oslo.
Todavía nos quedan unas dos horas hasta aterrizar en Barajas de un vuelo que resulta novedoso por cuanto hasta hace poco no había vuelo directo entre Oslo y Madrid y, como nos ocurre cuando volamos a Gotemburgo -lugar de residencia habitual de nuestro hijo en Suecia-, había que volar a tierras noruegas desde algunos de los centros turísticos playeros españoles.
Más o menos ya hemos venido narrando todos estos días nuestra aventura por el Círculo Polar y francamente ha resultado una experiencia inolvidable. Hasta ahora habíamos viajado y recorrido buena parte de los países escandinavos pero nunca habíamos llegado tan al norte.
En lo positivo, todo lo visto y vivido estos días, máxime contando de guía con nuestro chico, paisajes increíbles, tan abruptos y atormentados podría decirse que víctimas de gigantescos cataclismos de otras eras geológicas.
Como nos gusta referir e igualmente concita a algunos de nuestros pacientes seguidores, la gastronomía de esta región nos ha sorprendido muy gratamente. No era sólo previsible la calidad de sus productos de origen como el bacalao, el salmón o el reno sino en general por la excelencia de sus platos, su presentación y servicio en general.
Por cierto que, como anécdota, decir que en todas las ocasiones el agua es un elemento gratuito que forma parte de la mesa. Quizá, digo yo, a modo de compensación debido al elevado precio del resto de bebidas.
En cuanto a los precios de los platos, conocido es en general el alto nivel de vida de cualquiera de estos países, pero en el caso de su gastronomía en ningún caso, salvo el de las bebidas que citamos, puede decirse que ande lejos de los precios habituales de cualquier restaurante medio español.
En lo negativo que hayamos podido apreciar en nuestro deambular por estas frías tierras, cuando todavía ni siquiera ha arrancado el invierno, sin duda sus condiciones climatológicas extremas y las consecuencias derivadas de ello.
De hecho apenas si hay núcleos de población importantes, más allá de la ciudad de Tromsø que con sus 75.000 habitantes viene a ser la gran metrópoli de la zona.
Es cierto que tanto las vías de comunicación como los medios de locomoción están, sin duda, debidamente atendidos en ambos aspectos, pero conducir decenas y decenas de kilómetros sobre una capa de hielo y la sensación de casi aislamiento con respecto a los centros habituales de suministro, hacen necesario un periodo de adaptación importante para cualquiera.
Por fortuna, no es el caso de nuestro hijo que lleva ya muchos años alejados de tierras extremeñas, ha residido en varios países y siempre ha tenido claro que la única manera de salir debidamente adelante es adaptarse a las formas y maneras de allá donde vives.
Y no le falta razón aunque, en nuestro caso, sí que se nos ha hecho algo cuesta arriba, sobre todo, recorrer tantos kilómetros sobre auténticas pistas de patinaje lo que nos ha hecho, incluso, desistir de superar algún reto.
No sabemos el tiempo que permanecerá nuestro hijo al albor de las luces del norte, que por cierto no han querido ser muy partícipes de nuestra aventura, es lo que tiene la naturaleza, pero a buen seguro que dado el caso volveremos durante el verano. Lo que nos permitiría contemplar ese otro singular fenómeno que se da por estas latitudes y resulta ineludible en su caso como es “el sol de medianoche».
Hasta la próxima.