Es habitual que las elecciones presidenciales de los EE.UU. hagan correr ríos de tinta en España y en el resto del mundo. La influencia del gigante norteamericano en todo el orbe es indudable desde que se consagró como primera potencia mundial tras finalizar la Gran Guerra de 1914.
Después vendría la Gran Depresión, su forzada y decisiva implicación en la II Guerra Mundial, el Plan Marshall que resucitó una Europa arrasada, la Guerra Fría, su política intervencionista en América Latina durante el SXX impidiendo, incluso por la fuerza, la consolidación de movimientos que no fueran afines a sus premisas.
Desde Reagan la decidida apuesta por la corriente neoliberal que desató la crisis de 2008 y ha puesto al pie de los caballos el estado del bienestar como ha venido a consumar la actual pandemia. El propenso imaginario a ver enemigos allá incluso donde no los haya poniendo en riesgo la estabilidad mundial a través de sus aventuras en Oriente Medio o su particular relación amor-odio con Rusia y China en los últimos tiempos.
Las consecuencias de sus actos y esa sensación de dar una de cal y otra de arena a lo largo de los últimos 100 años en la escena mundial hacen que cada 4 años los ojos del mundo estén pendientes de quién va a ser la persona que va a regir el destino de los EE.UU. y, por ende, sus derivadas en todo el planeta.
La elección
Es precisamente hoy, martes 3 de Noviembre, cuando nos toca estar pendientes de quién va a ser el elegido. Pero en esta ocasión aun con mucho más interés dadas las implicaciones que puede acarrear en todo el mundo la reelección, en su caso, de un personaje como Donald Trump.
Quién sabe si incluso por la fuerza como no ha dejado de amenazar y entrever desde hace meses. Supremacistas blancos, Ku Klux Klan, Guardianes del juramento, Movimientos patriotas, Proud Boys, Boogaloo, los Vigilantes de Lobezno y así más de 200 milicias armadas, formadas y entrenadas por ex militares que se multiplicaron y ampliaron con la llegada de un afroamericano, Barack Obama, a la presidencia y son instigados por el propio Trump.
Tanto que, por primera vez en la historia, se están fortaleciendo en Washington establecimientos de todo tipo próximos a la Casa Blanca, revistiéndose con aparatosas mamparas, ante el temor por las embestidas de los afines al actual presidente caso de no ser reelegido.
Su rival el demócrata Joe Biden, aunque parte como favorito en las encuestas, no parece despertar mayores expectativas que la de ser el oponente del actual presidente ya que no ha sido capaz de ilusionar a un electorado altamente decepcionado por el partido demócrata tras las repercusiones de la crisis financiera de 2008 y al que ve cada vez más despegado de la realidad social de los EE.UU.
Pero, qué duda cabe, que Biden aparenta ese mal menor ante un Donald Trump que en los 4 años de su mandato ha provocado enormes tensiones en el ámbito internacional, sin necesidad de mayores alardes belicistas, por sus declarados envites contra todo lo que se desliza más allá de las fronteras de su país, en un auténtico alarde de trasnochado acervo nacionalista en un mundo globalizado.
Lo peor es que el Trumpismo se ha convertido en el referente de todos los movimientos ultra derechistas que cada vez van reportando mayor presencia en otras regiones del mundo, en especial en el continente europeo y que tan trágicos recuerdos traen para el mismo.
Muy cerca tenemos el discurso del candidato Abascal en la moción de censura que presento hace solo unos días en el Congreso de los Diputados para darnos cuenta de sus similitudes con las propuestas del excéntrico supermillonario americano.
Su actitud negacionista ante el cambio climático, las relaciones multilaterales e incluso ante la propia pandemia a pesar de los centenares de miles de víctimas que ha dado lugar en los EE.UU., su exacerbado nacionalismo, sus mentiras, sus reiteradas actitudes xenófobas y racistas, su prepotencia y arrogancia y su permanente desprecio a la democracia son las principales señas de identidad del candidato republicano.
Las consecuencias
Si, de una manera u otra, Trump se afianza al frente de la Casa Blanca podría representar un nuevo impulso para todas esas corrientes que inmersas en la hipérbole nacionalista van tomando posiciones en la escena pública internacional, sobre todo en situaciones tan dramáticas como las derivadas de la actual pandemia y la crisis económica subsiguiente, cuando todavía la ciudadanía no se ha recuperado de los estragos de la anterior.
Con Trump o sin él, la política cotidiana, la que de verdad se le espera responda al espíritu de la libertad y la democracia, necesita dar una pronta e ineludible respuesta a los verdaderos problemas de la gente.
Trump y sus condiscípulos en casi todos los rincones del planeta a través de mensajes con soluciones simplistas a problemas sumamente complejos, han encontrado un extraordinario caldo de cautivo en esa falta de respuesta de los representantes públicos en un escenario en el que se hace cada vez más patente un injustificable e indigno aumento de los desequilibrios.
Biden, en ningún caso, parece que vaya a representar poco más que un breve alivio. Pero si no se hace con la victoria en las presidenciales y Europa no es capaz de dar un decidido paso al frente en la dirección debida que no es otra que facilitar y mejorar la vida de los ciudadanos, tendremos entonces un verdadero problema ante nosotros y en todo el mundo.
Atentos.