Buscaba la casa de los gatos en Roma y encontró un bosque. Camina por el bosque, divisa un claro, se dirige hacia allí. Al llegar se convierte en parte del paisaje y la mente desconcertada se deja atravesar por la razón poética, dando cuenta de este modo del envés y del revés del lenguaje, de su plasticidad, de las posibilidades de pensar más allá del ruido de la razón. El claro del bosque airea el pensamiento.
La voz del bosque le susurra: «Cuando llegues a la ciudad mándame una carta, dime cómo has encontrado el barrio, si sigue la tienda de la esquina siendo lugar de encuentro, si van las vecinas por detrás de la vega a pasear a ritmo de atleta. Cuando llegues que no se te olvide encender el butano, llevar al horno la harina. Recuerda, no le digas a nadie que ya no viajo, no digas que me has visto. Anda tranquila que pronto pasará lo peor».
El bosque le dio una siesta estupenda y soñó esto: Han pasado tres años desde que traje al mundo a tres gatos persas. Hace un lustro que los animales paren y cuidan especies distintas. Un jabalí parió un chimpancé. Una señora dio a luz a un guepardo enano. Volvieron los leones al Atlas. Los humanos ponen huevos y gestan principalmente perros. Los perros cuidan pájaros. Los pájaros se hermanan con los reptiles. Los insectos han conseguido dar voz a sus demandas y vuelan en desparpajo cantándolas a capela. Los mamíferos se han bajado del pedestal. Y el trigo crece salvaje entre los campos de soja, para depurar toxinas hace ayunos discontinuos. A los gatos no quise ponerles nombre para que no se confundieran. ¡Transespecismo biológico!
El bosque también le desveló una letania de sobremesa
¡Cuidado con lo neocon!
El puritanismo desmandado actualiza tu opresión.
¡Cuidado con lo neocon!
Es privilegio aquello que nombras como emancipación.
¡Cuidado con lo neocon!
Al salir del bosque con el pensamiento en vuelo dejó de buscar la casa de los gatos.