Los niños sueñan a menudo que vuelan. Dan un pequeño salto y cuando están en el aire se impulsan con los brazos y las piernas. Como si nadaran. Son felices, sin conciencia de la gravedad. Se sienten pájaros, mariposas, hojas de árboles. Cuando se hacen hombres intentan hacer realidad su sueño. Inventan telas que planean, artefactos ultraligeros, enormes aviones que viajan muy rápido. Pero ya no es lo mismo. No vuelven a sentir la misma felicidad. A pesar de volar muy alto, no dejan de estar atados al suelo. Se sienten lastre, carga, peso. Si no fuese así, nadie distinguiría entonces a un hombre de un niño.
En el libro: Precipicios habitados, Ed. Talentura