Hoy jugamos sobre seguro de la peor y más práctica manera posible. Si están ustedes en la inmensa mayoría de las cincuentena de capitales de provincia del país y en parte de sus ocho mil municipios, es muy probable que la película de Steven Spielberg sea la oferta más interesante que tengan. Y además quizás lean esto pensando que es día del espectador.
Ni ustedes ni yo hemos podido elegir demasiado porque por ejemplo les habría podido hablar de Zama de Lucrecia Martel, que concita muchísimas menos unanimidades y quizás tiene mayores puntos de interés.
El caso es que toca Spielberg, que está hasta en la sopa, lo cual no es injusto, es injusto que los otros no estén. Hasta la película infantil de Todd Haynes está costando verla fuera de las grandes ciudades. Si los exhibidores tienen tantísimo miedo quizás sí sea el momento de hacer saltar el sistema de ventanas y permitir que la mayor parte de la población, los que no vivimos en grandes ciudades, accedamos el primer fin de semana a Haynes y a Martel por un módico precio desde nuestros ordenadores. Pero me callo que parece ser que a Paco León llegaron hasta a amenazarle por sugerir algo así.
El rey Midas
De buenas a primeras les confieso que me gusta muchísimo Steven Spielberg, que me parece tan bueno en lo suyo como Jacques Rivette en su negociado. Lo que pasa es que ahora mismo no está en un momento en que me atraiga demasiado.
La primera década del siglo fue deslumbrante. Tuvo un momento creativo esplendoroso pero tras tocar techo con Munich y horrorizar con Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, que para mi le da un soberano repaso a sus contemporáneas, empezó a acentuar su vieja y discutible querencia por la recreación histórica, con títulos que no he podido ni acabar de ver como Lincoln y War horse y otros directamente que ni he empezado como El puente de los espías, que es la que mejor pinta tiene de toda la década. Porque ni Tintín ni su incursión en el mundo de Roald Dahl, Mi amigo el gigante, resucitaron mi viejo entusiasmo.
Sinceramente no lo veo en decadencia. Son los proyectos que elige. Que me provocan extrañeza, distanciamiento, desconcierto. Temáticas, situaciones, formatos, diálogos y sentimientos donde creo que no florece la arrebatadora personalidad visual de un Spielberg, del que basta con acudir a cualquier títuo emblemático como ET para comprobar cómo las imágenes se funden con lo explicado y lo explicado se convierte en sentido.
Fundirse no quiere decir hacer desaparecer al director. De hecho nadie espera que Spielberg desaparezca porque su mirada es uno de los emblemas del cine norteamericano de los últimos cuarenta años. Por eso hiela el corazón la última década. Mirada y objeto se entienden mal o se entienden raro.
Curso de ética periodística
The post (nuevamente la distribución española es más lista que nadie, vale, Los archivos del Pentágono) trabaja sobre un guion original de Liz Hannah y Josh Singer, verdaderamente magnífico que creo que aguanta la película entera.
Cuenta la historia sobre cómo la propietaria del Washington Post Kay Graham y su editor jefe Ben Bradlee tuvieron que decidir si publicaban o no un informe confidencial que ponía en entredicho las políticas en Indochina de las administraciones de Washington de los últimos veinte años, y más concretamente la propaganda gubernamental a favor de la guerra del Vietnam. Todo en plena era Nixon, inmediatamente anterior al Watergate.
Es una película atípica para Spielberg, que no única en su filmografía. Dos horas sin especiales sobresaltos ni trepidaciones, basadas en el poder de la palabra, en la fuerza reflexiva de las conversaciones entre los personajes.
Es una película señera en la era Trump, en la era de las noticias falsas de facebook, del periodismo español subvencionado, de lo que vivimos y hemos vivido en los últimos tiempos. Es un guion profundamente idealista que debería hacer enrojecer a muchísimos.
Es risible y remueve por dentro cuando los protagonistas se escandalizan de que algunos políticos confundan país y gobierno, cuando llevamos más de cuarenta años padeciendo esa confusión, aplaudida por demasiados ciudadanos.
Es una película que plantea con firmeza y contundencia aprendizajes decisivos para la calidad democrática de un país y de un sistema, aprendizajes que actualmente se tambalean gravemente. La opción aplaudida suele ser mostrar ese terremoto, Spielberg opta por el método del maestro Frank Capra: mostrar la alternativa, la otra posibilidad, demostrar que todo puede ser diferente. El idealismo en el cine que tan mal vende a la crítica.
Celebrity
Si bien su guion remite al mejor cine de los años 30. Si bien su planteamiento es inapelable e infalible. Si bien mantiene la atención, el interés y la capacidad para molestar y hacer pensar durante dos horas, hay algo que se echa en falta y forma parte de las servidumbres de la celebridad de un director que no se espera que pase desapercibido.
Salvo un travelling por aquí, un travelling por allá, picándolo y sin picar, no parece Steven Spielberg provocado e interpelado por la película a hacerse ver como director. Es cierto que quizás un alarde de Spielberg pudiese ser contraproducente para lo que quiere contar, contado además en un momento crítico de la sociedad norteamericana, pero es que tampoco las imágenes parecen tocadas por la emoción que inundan por ejemplo una película reciente de estilo discreto como el Sully de Clint Eastwood.
Me duelen prendas en reconocerlo pero me parece que Spielberg está bastante desaparecido como jefe de todo esto o autor, lo que quizás tenga algo de opción consciente habida cuenta de su compromiso con el necesario mensaje. No voy a escribir que la podría haber rodado cualquiera pero resulta difícil de aceptar que a partir de ahora Spielberg va a ser solo esa característica luz de su fotógrafo Janusz Kaminski.
Con el concurso protagonista de los descomunales Tom Janks y Meryl Strepp, contrapuntos de fortaleza y fragilidad, obviamente la recomiendo y me uno al sentir generalizado, incluso de la crítica más selecta, no sin expresar al mismo tiempo ese escepticismo frente a Spielberg, deseando que respire un poco de su delirio con David Lean y a ratos se dedique a jugar a ser Spielberg. Que manda narices que a Scorsese le suela pasar lo contrario, un exceso de ser Scorsese que se sanea jugando a ser otros.
Algunos cinéfilos, que nunca nos conformamos, pero oigan, solo por acabar con ese sentido del humor esta precuela de Todos los hombres del presidente, no dejen de ir a la sala. No dejen de ir a las salas.
Ficha técnica
[…] otra entrega en la que no les puedo hablar de Zama, qué mal calculo, creo que iré a verla mañana. Tampoco les voy a hablar de Scarlett O’Hara […]