Camisa de cuadros, pelo medio largo y despeinado. Por la otra parte, pantalones ultrapitillo, y esas mechas tan características: puntas mucho más claras que las raíces en una media melena. Mucho tabaco de liar. También poder vivir solo en un piso en Madrid porque, aunque a duras penas, puedes pagar el alquiler. Todo resulta familiar y cercano. Conocido. Tanto que nuestra mente podría llevarnos a pensar que estamos en el presente. Pero no. Son precisamente estos detalles los que nos hacen darnos cuenta de que hay algo que difiere de nuestra cotidianeidad. Aunque nos suenan mucho, y nos suenan por algo. Resulta que estamos ante nuestro pasado reciente. Lo conocemos, lo hemos vivido, respirado, sufrido y también querido. Aunque, es cierto, hacía tiempo que no lo visitábamos. No de esa manera. No como nos lo pone delante el primer capítulo de Los Años Nuevos. Estamos ante nuestro pasado reciente aunque tal vez ni siquiera éramos conscientes de que ya es pasado. La cuestión es que es Nochevieja de 2015 y Ana y Óscar también estaban allí.
Rodrigo Sorogoyen, Paula Fabra y Sara Cano presentan para Movistar + Los Años Nuevos, una serie de diez capítulos en la que somos testigos de la historia de amor entre Ana y Óscar -interpretaciones magistrales, cargadas de sensibilidad y naturalidad por parte de los actores Iría del Río y Francesco Carril -. Diez capítulos que se sitúan en el último o el primer día del año, desde 2015 hasta 2024 y que también suponen un recorrido por la treintena de los personajes.
Es a partir de estos saltos temporales – de año en año- como vamos presenciando la evolución de la relación de los protagonistas, que, como suele pasar, atraviesa distintas fases. Desde el enamoramiento, el encontrarse, el proyecto común, hasta el desencuentro, las idas, las venidas, el echar de menos y la reconciliación. Nada nuevo en la fórmula y tampoco nada nuevo para los millennials con lo que les resulte difícil identificarse. No solo por lo orgánico y naturalista del relato, sino también por todas las circunstancias que lo rodean: la incertidumbre, la precariedad, el dejar España por mejores oportunidades laborales, volver a compartir piso, perder a un amor por estar en puntos diferentes, tener que tomar decisiones, estar perdido o que las expectativas que tenías nunca acaben por cumplirse.
Chico conoce a chica
La historia de Ana y Óscar no tiene nada de especial. Quizás sea precisamente por eso. Tampoco Ana y Óscar son personas especiales, ni tienen traumas especiales, ni llevan a cuestas una historia de vida extraordinaria. Ana es una chica extrovertida, abierta, sociable y aventurera que ha crecido en una familia feliz, con sus más y sus menos, pero bastante funcional al fin y al cabo. Aunque estudió periodismo no encuentra nada de lo suyo – no nos suena nada esto- y se debate en cómo sacar adelante su vida laboral. En cambio Óscar, es algo más introvertido, aunque también sociable, empático y alguien en quien se puede confiar. Algo que para él no resulta tan sencillo, debido a que sus padres le ocultaron de pequeño que se habían separado durante dos años. Es médico y trabaja en el hospital madrileño de Puerta del Hierro, hecho que también sirve narrativamente para mostrarnos y ubicarnos en la pandemia en el episodio seis.
A lo largo de los episodios somos testigos de cómo sus vidas van cambiando. Amigos de toda la vida los acompañan durante la serie, mientras otros dejan de aparecer, como sucede en la vida real. También novias, que después fueron exnovias y que tras unos capítulos, descubrimos, pueden ser amigas. Pérdidas. Decisiones irreversibles. Madurar. No olvidarse.
No deja de ser una historia romántica de una pareja heterosexual, aunque contada desde una narrativa naturalista, muy cercana a la vida, en el claro marco de una década determinada y de las circunstancias que la componen. Hay ruptura de roles de género en comparación con narrativas más mainstream o adyacentes a lo romántico, pues se nos presenta a un Óscar con una masculinidad más bien líquida. También destaca la profundidad emocional con la que los dos actores encaran los personajes, lo que todavía dota al relato de mayor verosimilitud.
Los planos secuencia toman un rol indispensable, llevándonos a través de conversaciones que en ocasiones se hacen con el hilo narrativo principal, algo que recuerda hasta cierto punto a la trilogía Before. En este sentido, destaca especialmente el episodio número nueve, en el que Ana y Óscar se encuentran en la habitación de un hotel – con varios espejos, que además de cumplir con la presentación simbólica de doblez de los personajes, complica considerablemente el rodaje de este tipo de plano en un espacio reducido.
Los Años Nuevos está narrada en azul, un azul triste pero también real. Un azul que nos suena. No solo nos relata una historia de amor, sino también todo lo que se cuela a través de ella: el paso del tiempo, la desconexión, nuestros propios vacíos emocionales. Todo ello acompañado de una banda sonora, por cierto, sobresaliente, compuesta a base de clásicos del indie español.