Lola estaba sentada en el parque, acomodada en un banco con un libro entre sus manos. Puede que no hubiera elegido el mejor día para esa afición tan bueno que tenía: leer al aire libre.
El viento estaba muy fuerte y su velocidad aumentaba a pasos agigantados, como el protagonista de su libro que corría demasiado, a zancadas por su volumen. Intentaba sujetar las hojas, pero se doblaban por las puntas y el aire se metía entre sus gafas llegando a los ojos. Parpadeaba continuamente y veía palabras al azar, sin orden.
Por un momento pensó que las frases se convertían en estrofas musicales y cada palabra en una nota. Al cerrar los ojos, llorosos por el aire, visionó esas notas -palabras- flotando en el ambiente, moviéndose al compás del aire, formando frases y protagonistas, muy distintos a lo que estaba leyendo.
Ya no eran gigantes, ahora eran gnomos de agua, seres volátiles que caían de las nubes suspendidos en el aire que bailaban con el viento. Así es como Lola vio y creó una historia nueva para leer, contar y soñar. Unas palabras, notas musicales y figuras al aire que dejaban fluir su imaginación al compás del viento del parque en forma de gnomos.
