Poco se habla de las habas, a la planta me refiero, no a las habas con jamón que bien ricas que están. Llevan tres temporadas habitando mi pequeño huerto. Los mismos años que intento aprender a cultivar mis propios alimentos. Siempre dicen que las habas son dos o tres semillas por golpe, por si alguna no brota, pero al final todas salen. Les gusta estar en mi casa y comparten felices el espacio con sus hermanas, no necesitan aclareo. Sufro cada año por si les falta algo, pero son humildes y poco amigas de los excesos. Solas se buscan los nutrientes sin que me esfuerce en alimentarlas, al riego no le dedico mucho tiempo porque se enfadan, prefieren que el agua la reserve a mis siguientes invitados. Están en casa de noviembre a mayo, por febrero, más o menos, se ponen a mi altura y se engalanan con flores blancas y negras, ellas son elegantonas, saben estar y lucir. Llegada una altura me preocupa que el viento las pueda dañar, a veces bailan con él pero otras su relación se tuerce y llegan las sacudidas.
Bajo el domingo a verlas y ellas se alegran, algunas me esperan tumbadas pero llenas de vida, me dejan manipularlas sin queja alguna, saben que les daré un soporte aceptable hasta la llegada del fruto. A cambio han dado sombra y protección a coles y espinacas listas para recoger y vuelvo a casa con frutos de mi tierra. Pocas semanas después, llega el fruto. A mi gato Simón y a mí, nos gusta perdernos entre ellas; Simón echa una siesta bajo su cobijo.
Están llenas de vainas y pierden la flor, paseo y me paro y reparo en cada una de ellas de arriba abajo, parece que juegan a esconderme el fruto y sigo a la siguiente y, al darme la vuelta, la anterior se ríe de mí y me apunta con los frutos que me dejaba atrás. Otras me los esconden a propósito, creo que por engordar su grano para tener semillas. Así, si yo quiero, el próximo año volverán.
Cajas y cajas de habas, para dar y regalar durante semanas, para recetas y conserva, que estará disponible todo el año.
Ellas cuidan mi tierra, que es su casa durante meses, la llenan de nitrógeno, de algunas me despido antes de finalizar su ciclo, dan y dan sin parar, hasta cansarme de recibir. Las corto y las dejo sobre la tierra, sin sacar aún su raíz, cada planta en toda su extensión aporta algo bueno, y que perdura para cuando lleguen los tomates, porque estos son otra historia muy distinta.
Un hortelano experimentado, esto mismo lo contaría de otra forma, diría:
-Las habas no necesitan ná, agua y no mucha, que se te ponen malas, las que no quieras las cortas y las dejas allí por medio que te abonan la tierra, no te pases poniendo que te aburres de habas. Luego pones los tomates en el mismo sitio. Las gordas, pa cazuela con yerbabuena.
Ellos atesoran palabras preciosas, como barbecho, azada o collejas, que no es un golpe en la nuca. Pero yo solo soy una mujer empeñada en conocer y aprender de la tierra.