Hoy os quiero compartir un poema que habla del presente, del pasado y del futuro, y de ese lugar extraño en el que nos encontramos cuando evocamos recuerdos o imaginamos lo que vendrá. Es un poema que indaga dónde estamos realmente cuando miramos hacia atrás, cuando proyectamos hacia adelante o cuando simplemente dejamos que el presente nos suceda.

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Al igual que el dibujo de la pared de mi habitación,
con una sola línea se forma mi historia.
En el centro del lienzo el dibujo está definido,
pero los bordes son inciertos y se dibujan al ritmo del reloj.
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Intento olvidar que soy yo quien tiene el lápiz en la mano,
de esta forma la culpa no es mía si queda algo fuera de lugar.
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Ya no puedo usar mis manos de niña,
ni tampoco pintar como lo haría mañana.
La pintura continúa cayendo aunque no haga nada
y sigo sin encontrar mis dedos para coger el pincel.
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No es posible parar para mirar este dibujo hasta que el trazo es pasado,
por eso me reconozco en una esquina ya pintada,
y me presupongo en el blanco lejano del papel.
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Mientras, descubro que con mi boca también soy capaz de pintar
y que mi cuerpo está completo aunque no me vea las piernas.
Así que si no me encuentro sé
que no estoy en los trazos secos ni en la gota a punto de caer.
El único sitio en el que soy es en la mancha de pintura que dejan en este momento mis pies.
