Que poder y literatura son enemigos íntimos es cosa sabida. La propia historia así se ha encargado de demostrárnoslo. Recordemos, si no, las prohibiciones o quemas de libros –cuando no directamente de autores- en la tiranía nacionalsocialista en Alemania, la soviética o, sin ir más lejos, en esa obtusa y beata España de Franco. Sin embargo, también en democracia el poder persigue lo literario, las obras de mayor valor en las que la Palabra es el arma que agita conciencias, desmonta fanatismos y abruma a quien se hace valedor de insensatas modas ideológicas.
Cuando apareció el Ulises de Joyce, en 1922, se produjo una de esas sacudidas. La novela ya no era tal y como se pensaba. Uno de los cataclismos literarios más bellos de la literatura se extendía por toda América y por Europa. Faulkner y Beckett jamás habrían sido los mismos sin la estética joyceana, tampoco el inmenso Italo Svevo o el mexicano Manjarrez. En España, su recepción fue mucho más tardía, qué duda cabe, aunque el primer traductor a nuestro idioma lo hiciese ya en un lejano 1945.
Hasta aquí llegaron, empero, los ecos del irlandés con Luis Martín-Santos y su Tiempo de silencio, Antonio Rabinad y Los Contactos Furtivos, la trilogía de Juan Goytisolo o la, en ocasiones hinchada, Escuela de Mandarines de Miguel Espinosa. Pero llegó Julián Ríos. Gallego y nacido en 1941, lo hizo con su primer libro, Larva. Babel de una noche de San Juan (1983), aunque algunos de sus textos hubiesen aparecido ya previamente por separado. A Ríos lo conocían aquí y allá lectores exquisitos del país gracias a su trabajo durante los años 70, en la editorial madrileña Fundamentos, donde había creado la colección Espiral y publicaba, por vez primera en España, a John Barth, Thomas Pynchon o Severo Sarduy, nada menos.
Bien es verdad que, en Larva, Ríos no toma tanto el Ulises como fuente de inspiración cuanto el libro que Joyce publicó tras diecisiete años de escritura y elaboración y que hoy conocemos como Finnegans Wake (1939). Un trabajo vanguardista y cómico de una complejidad en principio apabullante, pues está escrito a base de juegos de palabras utilizando diversos idiomas. No por nada, lo hemos definido en alguna ocasión como un «juego de escritura polisémica, poliédrica».[1]ARANA, Daniel. “Artificios Narrativos en Finnegans Wake”. Letras s5 [en línea]. 26 de junio de 2014. [Fecha de consulta: 19 de septiembre de 2017]. Disponible en: http://letras.mysite.com/dara220614.html Juego en el que Joyce toma con cuidado la corriente de conciencia como narrativa, y la dirige al siguiente nivel, a uno que tiene raíz onírica y que sume así, al lector, en otro mundo sin convenciones narrativas.
Larva es, sin más exorno, una notable revaloración del mito de Don Juan donde también resuenan los ecos de Sterne o de Roussel y su Locus Solus (1914). Triunfante como espléndido tour de force, el sentido de esta extraordinaria novela está pensado en torno a la búsqueda decidida del doble significado, pero se trata de un juego bien serio. Julián Ríos escribe el relato jovial de una farsa que acontece en una mansión abandonada en Londres en pleno siglo XX. Milalias (disfrazado de Don Juan) busca a Babelle (con disfraz de bella durmiente) a través de una suerte de casa de la risa lingüística, construida y sobrecargada con retruécanos y juegos de palabras. Nos hace pasar por un torrente de juerguistas desquiciados suplantando una letanía loca de figuras literarias, reales y ficticias, y cada uno de ellos embebido con un exceso de juegos de palabras: Fire ball… La danza del fuego…, y Don Juan se asomó al porche. Llama que llama. Cherchez la flamme!, espiando desde su rincón en sombrea. Flama flamenca? Ahó, qué llamativa… qué llama altiva.[2]RÍOS, Julián. 1992. Larva. Babel de una noche de San Juan. Madrid: Mondadori, p. 23
Una serie de comentarios, falsamente eruditos, revelarán los antecedentes de los juerguistas enmascarados, mientras que el lenguaje de Ríos (de)muestra cómo las palabras también usan máscaras, ocultando una asombrosa gama de significados e implicaciones. Un texto que, parafraseando las palabras de McHale sobre Joyce como postmoderno, es susceptible de manipulaciones ilimitadas.[3]McHALE, Brian. 1987. Postmodernist Fiction. London: Methuen, p. 146 Larva revive así una tradición hispánica reprimida durante siglos mediante la introducción de la tradición inglesa de juegos de palabras, palíndromos o acrósticos, y que hace de Julián Ríos el sucesor más logrado (en cualquier idioma) del último Joyce.
El flujo narrativo convencional se ve obstaculizado por la antedicha página izquierda, tan llena de notas al pie que se enfrentan, por su parte, a todas las páginas derechas de la historia propiamente dicha. Y por su parte, muchas de estas notas a pie de página conducen a una sección de notas al final que se elaboran en torno a muchas de las conquistas sexuales de Milalias y Babelle.
En realidad, hacer sinopsis de todo esto es trivializar la experiencia del libro. Larva es una torre de lenguas, una bacanal de juegos de palabras, un denso constructo que está unido por sus propias reglas de confusión y una lógica que lo hace merecedor de un texto análogo y exhaustivo como los que los señores York Tindall o McHugh aportaron al Wake joyceano.[4]Me estoy refiriendo a A Reader’s Guide to Finnegans Wake, escrito por William York Tindall en 1969 y a las Annotations to Finnegans Wake, que Ronald McHugh publicó en 1980.
Algunos libros están escritos para contar una historia extraordinaria. Otros para dibujar imágenes increíbles a través de su prosa. Algunos están escritos para demostrar la –en ocasiones tan necesaria- sapiencia y complicidad del autor con el lector mediante el diálogo, construidos a base de un desarrollo del lenguaje fuera de lo convencional. Larva es todo esto y ni siquiera es seguro que lo sea. Todo lo más, un libro que versa sobre el camino y no tanto el destino. Por eso Ríos, prolífico novelista y ensayista, demuestra saber -en esta ocasión indispensable en la historia literaria de España- cómo sacar el máximo provecho de una palabra, con este flujo narrativo tan especial que ignora los límites del lenguaje: «((Divida? Di vida… «Join, or Die!», -motto perpetuo para estar-dos-unidos, a arrejuntarse tocan!, la divisa divisa de estas multilaciones mutantes. Partir es morir un poco…))».[5]Ríos, Ibíd., p. 87
Ronald Sukenick pronosticaba la muerte de la novela en 1969, y negaba que existiese algo llamado ficción,[6]Vid. SUKENICK. Ronald. 1969. The Death of the Novel and Other Stories. New York: Dial Press, pp. 175 pero llegaba tarde, en parte, por lo que Joyce había ejecutado tres décadas antes. Y de nuevo, años después y en España, estamos ante una voluntaria suspensión de la incredulidad, que nos lleva, finalmente, a aceptar esta extensa y proliferante Babel de jitanjáforas y nuevo (des)orden lírico.
Larva está entre las mejores obras escritas jamás en España y nos invita a una -tan compleja como fascinante- lectura quebrada y fraccionada, al constituirse en vanguardista pieza de culto, siempre a la sombra de la parodia y el ingenio. Quintaesencia, al cabo, de la literatura subversiva contemporánea.
Título: Larva. Babel de una Noche de San Juan |
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Referencias
↑1 | ARANA, Daniel. “Artificios Narrativos en Finnegans Wake”. Letras s5 [en línea]. 26 de junio de 2014. [Fecha de consulta: 19 de septiembre de 2017]. Disponible en: http://letras.mysite.com/dara220614.html |
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↑2 | RÍOS, Julián. 1992. Larva. Babel de una noche de San Juan. Madrid: Mondadori, p. 23 |
↑3 | McHALE, Brian. 1987. Postmodernist Fiction. London: Methuen, p. 146 |
↑4 | Me estoy refiriendo a A Reader’s Guide to Finnegans Wake, escrito por William York Tindall en 1969 y a las Annotations to Finnegans Wake, que Ronald McHugh publicó en 1980. |
↑5 | Ríos, Ibíd., p. 87 |
↑6 | Vid. SUKENICK. Ronald. 1969. The Death of the Novel and Other Stories. New York: Dial Press, pp. 175 |