Supongo que decidí volver a leer La metamorfosis (1915) de Franz Kafka debido a la confluencia de una serie de circunstancias, provocadas por la casualidad y el tiempo libre. A mediados de julio paseaba por el Callejón del Oro, en Praga, con sus casitas de colores –repletas de recuerdos en venta para turistas como yo- y su atmósfera de cuento, cuando recordé la famosa obra del autor. La había leído con diecinueve años y, quizás, era el momento de retomarla y reflexionar. Me puse a revisar estanterías y cajas, sin dar con ella. Estuve buscándola durante dos días y, de repente, apareció. No sé si por el movimiento de objetos apilados o por el calor sofocante del verano, pero allí estaba, quieta frente a mí, moviendo sus antenas. Una enorme cucaracha me retaba y yo, presa del pánico y la fobia intensa hacia el insecto, me quedé inmóvil. Mientras gritaba, comprendí que con el paso de los años una puede extraer un análisis más profundo de todo cuanto sucede; sin embargo, los miedos pueden mantenerse e incluso, aumentar en intensidad.
Ya desde el primer párrafo, sin preludios, el escritor checo nos plantea abiertamente la situación: Gregorio Samsa, un muchacho responsable y completamente dedicado a su empleo y al sustento familiar, amanece transformado en escarabajo. Claro, que el guía en Praga sugirió que cada lector vería a un insecto distinto en la descripción que realiza el narrador, y he de darle la razón, pues él estaba convencido de que era una araña y yo juraría que no se trata de un escarabajo. Las preguntas del joven Gregorio son puramente existencialistas: ¿qué soy?, ¿un insecto monstruoso?, ¿qué me ha ocurrido? Y, verdaderamente, ¿alguno de nosotros no se ha sentido así en algún momento? Muchas veces no nos reconocemos a nosotros mismos, ni frente al espejo, ni ante actos cotidianos que hacemos y nos repugnan; en ocasiones, movidos por el conformismo y la inercia, en otras, por el miedo y la inseguridad. El protagonista sufre la alienación propia de un sistema que, llamado de una u otra forma, ha existido siempre, y por esta razón se siente un títere más que camina, trabaja, paga sus deudas y se advierte completamente insatisfecho con su rutina diaria. Permanece preso en la cárcel sin barrotes que todos habitamos, donde nos movemos hacia donde nos quieran llevar, cumplimos las normas y nos desgastamos en un reloj que no espera a nadie. Un día, sin saber cómo ni por qué, despierta. Es un ser distinto, como de otra especie, al que le cuesta moverse en su propio espacio, provocando estupor e incredulidad en sí mismo y en los demás.
¿Cómo enfrentarse a esa metamorfosis, a esa mutación de cuerpo y alma? Ahora nadie querrá aproximarse a él, ¿a su auténtico yo?
El bicho raro tendrá que aprender a comunicarse de otro modo, pues los demás ya no le comprenden y tampoco hacen ningún esfuerzo por aproximarse a él. ¿Qué temen?, ¿un ataque o un contagio? Es entonces cuando decide encerrarse en sí mismo –en su propio dormitorio- y renunciar a la compañía de familiares, amigos, vecinos y otros semejantes. Esa soledad es tan drástica y corrosiva como la gangrena, pues los humanos somos seres sociales y hasta él, que ya no sabe ni quién es, “recordaba la libertad que siempre le había producido mirar a través de esos cristales”[1]KAFKA, Franz. 2011. La Metamorfosis. España: 519 Editores, p. 40. Gregorio irá aceptando su nueva situación. Al principio, sentirá vergüenza e incertidumbre; más tarde, resignación, para luego desembocar en la desesperación y el enojo. Él mismo amordazará su cambio, dejando de comer y llegando prácticamente a la inanición. Acabará consigo mismo, con sus convicciones, dando la razón a todos aquellos que no lo han aceptado desde el mismo momento en que tomó otro camino, porque conservar la autenticidad es una ardua tarea repleta de dudas y sinsabores.
Frente a la escultura de bronce que representa al escritor conducido a hombros por un traje vacío y cuyo autor es Jaroslav Róna, el guía también apuntó que se refería a un sueño repetitivo de Kafka y que éste llegó a creer que ese traje era su propio padre. Lo perseguía e intentaba destruirlo, mientras él se subía para ser sus oídos y sus ojos, con la valentía que todos exhibimos mientras soñamos. No resulta extraña, por tanto, la actitud del padre hacia el joven en esta ficción, ya que puede encarnar al propio progenitor de Kafka. Éste la emprende a bastonazos con él, hiriéndolo gravemente con su vara mientras lo reconduce a la oscuridad de un cuarto, a la imposibilidad de relacionarse con nadie. Parece que, al no controlar a su hijo, prefiere ocultarlo por vergüenza o incomprensión. Puede que sus expectativas hacia él fueran tan elevadas que no acepte su cambio.
Apartarse del redil, rebelarse contra la disciplina paterna, sugiere no sólo un desagravio, sino también la afirmación como ser independiente.
Por otra parte, es cierto que podemos interpretar el aislamiento del protagonista como voluntario, pues se decanta por una conducta pasiva, de huida, de protección. Esas cuatro paredes que lo contienen forman un caparazón que retroalimenta su clausura, como si se arrepintiera o asustara del paso que ha dado. De hecho, permanece bajo el sofá para pasar desapercibido también ante su padre, su madre y su hermana, y su objetivo es claro: volver al sueño para poder despertar.
De cualquier modo, Gregorio ya nunca sanará del todo y “ahora para cruzar su habitación requería, como un viejo inválido, esforzarse durante largos minutos”[2]Ibíd., p. 53. Su percepción de sí mismo, su autoestima, su equilibrio personal se han ido resquebrajando tras días de desgaste. La intolerancia y la represión de nuestros iguales puede ser más hostil que el acero de una bala, y sus llagas raramente llegan a aliviarse del todo. En el mejor de los casos, se limpian y cierran, y ahí sólo quedará una cicatriz. Con el tiempo, el dolor desaparecerá; pero de vez en cuando, uno escrutará su rostro en el espejo y, aunque casi siempre pase desapercibida o sólo se adivine entre maquillaje y algún gesto poco favorecedor, ahí estará ella, recordándonos que tiempo atrás fuimos añicos.
Título: La Metamorfosis |
---|
|
https://filosofiacriticaposmoderna.blogspot.com/2018/10/la-metamorfosis-aka-la-transformacion.html?m=1
Un análisis sobre La metamorfosis de Kafka coma base para una reflexión hacia un nuevo sentido de dicha obra.
(PDF con el texto completo: https://bit.ly/33J2Bn5)
Obviamente, los dos primeros tercios de la presente entrada son totalmente soslayables para quien conozca la obra y lo que académicamente se ha dicho sobre ella. La novedad, si es que como tal podemos presentar el presente análisis, se constriñe a lo escrito en el capítulo Buscando un sentido alternativo, y en menor medida, en el último capítulo, Una carta de Kafka a Kafka.
Buscando un sentido alternativo
Pero ¿Y si, si bien es válido encontrar a la obra múltiples sentidos -en función, obviamente, de nuestros intereses, aunque ello imprima un sesgo a la búsqueda de esos sentidos- Kafka no hubiera albergado ninguno de esos -ya canónicos- sentidos al escribir La metamorfosis?
Veamos lo que Millás en su prólogo recoge: “Dice Maurice Blanchot que aunque Kafka sólo quiso ser escritor, en su Diario íntimo se revela como algo más, de modo que una vez leído este diario, «es a él al que buscamos en su obra». Y añade: «Esa obra forma los restos dispersos de una existencia que aquélla nos ayuda a comprender, testigo inapreciable de un destino excepcional que, sin ella, habría permanecido invisible».”
Así pues “«es a él [, a Kafka,] al que buscamos en su obra»”. Busquémosle, pues.
Si queremos, porque parece ser que sí queremos, ver a Kafka en Samsa, proponemos ver en la transformación de Samsa en cucaracha, la transformación de Kafka en escritor, y en base a ellos, analizaremos a continuación el desarrollo del argumento.
A partir de aquí, y hasta nuevo aviso, donde aparece Kafka, se debe leer Samsa, y donde escritor, cucaracha.
Kafka un día se descubre, y se reconoce, a sí mismo como escritor, profesión que sabe que le va a alejar de una forma radical de su familia, incluso, ¿por qué no?, es posible que ni le entiendan, por -o a pesar de- ser escritor y aunque él y su familia utilicen el mismo idioma. Pero Kafka no siente odio ni rabia por el tiempo en que sí se entendían, el tiempo en que, de alguna manera, él les pertenecía (“a su alrededor todo estaba tranquilo, aunque, sin duda, la casa no estaba vacía. «Qué vida tan apacible lleva mi familia», se dijo Gregor y, mientras miraba fijamente en la oscuridad, se sintió muy orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y a su hermana una vida así, en una casa tan bonita.” La metamorfosis). Sin embargo, sí le preocupa cómo en el futuro su decisión de anteponer su profesión, ser escritor, impactará en sus relaciones familiares (“Pero ¿qué pasaría si toda la calma, todo el bienestar, toda la satisfacción, tuvieran ahora un espantoso final?” La metamorfosis). En ningún momento de la novela Kafka nos muestra un sentimiento negativo o vengativo para con su familia, ni tan siquiera en el más que famoso final, al que volveremos más tarde…