Desde la Revolución francesa hasta hoy, cada cincuenta años resurge el movimiento feminista, y cada cincuenta años se les ha dado a las feministas un nuevo nombre: la nueva mujer, la mujer libre, la mujer liberada… El escritor inglés George Gissing la llamó «la mujer singular». Es el término con el que se reconoce Vivian Gornick y que toma prestado para dar título a su libro La mujer singular y la ciudad.
No quiere decir por ello que sea un libro solamente feminista ni sobre el feminismo, sino un paseo por Nueva York donde se conversa sobre la amistad, la soledad o la propia identidad.
Sin embargo, a Vivian Gornick (Nueva York, 1935) no se la puede separar del feminismo, aunque ella se desvincule del movimiento #MeToo actual.
Nacida en el Bronx, en un hogar obrero e hija de judíos socialistas, es una veterana de la lucha feminista desde los revolucionarios años 70. Periodista, crítica y ensayista; su carrera periodística se inició como reportera en The Village Voice donde empezó a dar voz al movimiento feminista y decidió que su activismo no estaba en las calles sino a través de la escritura. A lo largo de su carrera ha colaborado en otros medios como The New York Times, The Nation y The Atlantic Monthly; y ha escrito una docena de libros, de los que podemos leer en español Escribir narrativa personal, Apegos feroces, La mujer singular y la ciudad y Mirarse de frente.
A la edad de ochenta años Vivian Gornick ha firmado un libro atemporal, y al mismo tiempo completamente contemporáneo en lo que a sus reflexiones sobre la identidad femenina se refiere. Se reconoce como la mujer singular de la obra del autor británico. «Mujeres sin pareja de George Gissing fue la que me interpeló de forma más directa. Veía y escuchaba a los personajes como si se tratara de hombres y mujeres que conocía. Incluso más, me reconocía como una de las mujeres ‘singulares’»[1]Íbid., p.114.. El libro de Gissing apunta a un tipo de mujer y a los problemas de la búsqueda de un modelo de vida. El intento de una vida independiente con complicaciones emocionales, como el asedio de la soledad. Gornick se identifica con la heroína del libro, Rhoda Nunn, «con las mujeres que no supimos conformarnos con el status quo».
Escribir a partir del movimiento
La mujer singular y la ciudad nominado al National Book Critics Circle Award en 2015, sería la continuación natural de sus memorias Apegos feroces. Es un libro sobre «alguien que lleva toda una vida paseando por Nueva York». Un emotivo y fascinante mapa de encuentros, escenas, anécdotas y reflexiones escrito a partir del movimiento.
Así es su estilo. Ágil, intelectual y accesible, pero sobre todo enérgico. El ritmo de su escritura lo marca el ritmo de las calles de Nueva York por las que se mueve y así influye al lector la sensación de que habita en la historia del libro más que leerlo. «La calle no para de moverse, y es imposible que no te guste el movimiento. Tienes que encontrar la composición del ritmo, escribir la historia a partir del movimiento, comprender y no lamentar que el poder del impulso narrativo sea frágil, aunque infinito»[2]Íbid., p. 75..
Vivian Gornick hace gala en sus libros de una pasión inagotable por su ciudad. Muestra fascinación por la capacidad que tiene Nueva York de conservar su esencia aunque por ella pasen el tiempo y las generaciones.
Aunque aborda en un episodio la figura del flâneur, «la persona que pasea sin rumbo por las calles de las grandes ciudades en deliberado contraste con la actividad apresurada y decidida de la multitud»[3]Íbid., p. 68., y que Baudelaire veía como el escritor del futuro; no es la figura que encarnaría Gornick, al menos en su versión clásica. El flâneur se ha entendido, efectivamente, como el paseante que observa la ciudad, y Gornick, sin embargo, se introduce en su vorágine para retratarla. Se pasea pero no es espectadora desde una perspectiva contemplativa, sino coma una orgullosa neoyorkina que sigue el ritmo de la ciudad. ¿Una versión moderna del flâneur?
Collage urbano, reflexiones y vivencias
La mujer singular y la ciudad mantiene la misma estructura que Apegos feroces. Son libros que no tienen ni principio ni fin, sino una forma fragmentada. Son retales, sin orden aparente, de reflexiones, encuentros y vivencias que Gornick va relatando en sus paseos por la ciudad, dando como resultado un collage de escenas urbanas en las que explica la vida tal y como la siente.
Si bien el eje principal de Apegos feroces era su madre y la relación que mantenían, en esta ocasión el acompañante es su amigo Leonard con el que comparte una forma de vida muy parecida. Sus conversaciones describen camaradería y su soltería, y convierten La mujer singular y la ciudad en un libro, en gran parte, sobre la amistad.
Sin embargo, mucho de lo que cuenta poco tiene que ver específicamente con Leonard. Es el hilo casi invisible que hilbana toda la obra desde su mención en la primera línea («Leonard y yo estamos tomando café en un restaurante del Midtown») a la última («Es hora de llamar a Leonard»). La mayor inspiración de su literatura y su feminismo son la gente, sus vidas, sus voces.
Escenas gamberras e hilarantes con las que se topa en sus paseos por la ciudad y que le sirven para recordar, discurrir sobre la vida, o especular sobre la obra de otros escritores. Se parecia una gran capacidad narrativa en la sobrecogedora descripción que hace de la ciudad tras el 11-S. Lo hace con ritmo ágil, directa, y resaltando detalles y apreciaciones que, una vez más, trasladan y conmueven al lector.
«Durante semanas, la ciudad parecía vacía, confusa, descuajada. La gente caminaba ausente, como si algo que no eran capaces de identificar los tuviera desconcertados. El olor era sobrecogedor: nadie podía describirlo con exactitud, pero, cuando inhalabas aire, te sentías ansioso. Y todo el tiempo prevalecía una especie de quietud de otro mundo»[4]Íbid., p. 58..
Con una brillante lucidez, Vivian Gornick reflexiona sobre la identidad, la madurez, el significado del amor romántico, la soledad y la importancia de la amistad en medio de las bulliciosas calles neoyorkinas.
«Cuando sentía que cada vez estaba más fuera de lugar, no había nada que aliviara mejor el dolor y el resquemor que un paseo por la ciudad. […] Nunca me sentía menos sola que cuando estaba sola en una calle abarrotada»[5]Íbid., p. 17..
Título: La mujer singular y la ciudad |
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