Querer es poder…
No quiero atribuirme ninguna autoridad que no tengo si cuento que estoy hecho de musicales. Me interesan desde antes de que me interesara el cine. Me interesaban desde que era un niño pegado cada sábado y cada domingo a las diez de la noche a La calle 42 de RNE con Josep Maria Pou y Concha Barral. Lo escribiré y lo dejaré escrito tantas veces como haga falta.
He visto todas las películas del género que he podido, desde La alegre divorciada hasta All that jazz pasando por Cantando bajo la lluvia, West side story, My fair lady o los epígonos franceses Los paraguas de Cherburgo y Una habitación en la ciudad, hasta llegar a la plétora de obras testamento como Dinero caído del cielo, lo he escuchado incansablemente hasta la obsesión y desde ahí he escuchado lo que para mí tan solo han sido, desde mi punto de vista sentimental, derivaciones naturales: óperas, zarzuelas etc…
He seguido pagando entrada para ver los nuevos que se han estrenado en cine Chicago, Mamma mia!, Sweeney Todd, Los miserables, Into the woods, Nine, a los que he sumado sin manías todo el espléndor del género que ha dado su asociación con el dibujo animado. Desde los tiempos de La bella y la bestia y Aladdin hasta los recientes del magisterio de Frozen. He visto Avenue Q y Follies en Madrid y Chicago en Londres, Mar i cel y Flor de nit en las noches de la televisión catalana. Si uno tiene un mal día no hay más que ver un número de apertura de los Tony. He abominado de los musicales recopilatorios que están prendiendo la cartelera londinense y madrileña, paso horas mirando la Internet Broadway Database, espero el nuevo musical basado en películas de Buñuel, y en suma he entendido, gozado y sufrido la realidad como si fuera una canción de Stephen Sondheim. Lo que ha perjudicado sin duda mi escaso conocimiento y peor sensibilidad para el pop, el rock y otro tipo de músicas contemporáneas.
Todo ello no convierte en mejor mi opinión negativa sobre La la land, pues los habrá como yo a los que haya entusiasmado, sin duda, pero puede servir para explicar algunos de los puntos más decepcionantes que encuentro en la película de Damien Chazelle, que acaba de convertirse gracias a ella en el director más joven de la historia del cine en ganar un Oscar. Decepción de quien sí le importa esto, a diferencia del que creo que el sentimiento de Chazelle.
…y si no puedes es porque no quieres
No puedo entender el número inicial. La canción me parece pobre, sosa. La coreografía me parece torpona y sin gracia. Cuando trabajas con un grupo de amigos te pueden salir mal las cosas, te puedes equivocar o puedes no tener suficiente talento. Pero me pregunto qué sucede cuando trabajas con el logo de la Universal y puedes tener al compositor o al coreógrafo que quieras. Cuando Nueva York está solo a unas pocas horas de vuelo.
La gracieta del mal bailar la hizo Woody Allen en Todos dicen I love you pero allí llevaba el chaleco salvavidas de un guión chispeante de acero inoxidable. Y la gracieta otra vez repetida no tiene objeto de ningún tipo.
Llama la atención también el asunto del plano secuencia. El musical del siglo XXI, que tiene graves carencias cinematográficas pero no dramatúrgicas, trocea demasiado las secuencias, ignorando una de las grandes lecciones del cine clásico. Donde hay movimiento el ojo humano necesita poder ver. El problema es que esta lección está mal asimilada. Chazelle lo rueda todo en unos inacabables y mareantes planos secuencia. Sin criterio, sin sentido y sin objeto tampoco. Para él el musical es plano secuencia simple y llanamente, porque sí.
La película avanza y se topa con múltiples incapacidades. Ryan Gosling y Emma Stone (Oscar a la mejor actriz por motivos que se me escapan) forman una pareja pobrísima y ausente de química, ausente de si misma. Limitadísimos para cantar y para bailar (Nueva York volvía a estar a unas pocas horas de vuelo), causa estupor cómo frenan las escasísimas ideas coreográficas y vocales que tiene la película. No hay más que verlos bailar un par de valses como los bailan las parejas que toman clases para su boda. No hay más que verlos cómo se han aprendido cuatro pasos mal aprendidos para la ya increíblemente célebre secuencia (siempre secuencia) de las colinas de Los Ángeles.
El caso de Ryan Gosling (¡nominado al mejor actor!) es para darle de comer aparte. Su interpretación de City of stars (¡Oscar a la mejor canción!), una canción horrenda en sí misma, induce al cachondeo más absoluto, reculando en esos momentos una película simplemente floja a disparate absoluto.
El guión es otro freno. Está reducido a la mínima expresión del chico conoce a chica, chico pierde a chica (por motivos bastante razonables, posibles y escasamente dramáticos) y de ahí no sale en ningún momento. Uno imagina que lo que les sucede a Sebastian y a Mia les ha sucedido al 99% de parejas que trabajan en el sector audiovisual losangelino. Qué interés, qué gancho, qué gracia tiene.
Pero lo más cabreante de la función es el negligente papel del músico Justin Hurwitz. El multipremiado músico compone algunas de las canciones más desangeladas y carentes de toda fuerza dramática que haya conocido la historia del género. El mismo músico que se precia de creer más en el jazz que en los musicales y que canción tras canción demuestra su desinterés absoluto por lo que está haciendo. Desinterés legítimo, por supuesto, si no fuera porque el aparato dramático de un musical se resiente cuando las canciones son de perfil tan bajo (bastante acordes por cierto al perfil coreográfico, qué fue primero, el huevo o la gallina. ¿Generó el pobre baile tan malas canciones o tan malas canciones generaron un baile tan pobre?).
Se le acusa a La la land de saquear la historia del género. Eso para mí no es ningún problema. Steve Martin y Bernadette Peters demostraron en Dinero caído del cielo que se podía fusilar una secuencia entera de una vieja película musical y crear ARTE con ello. El problema es que Chazelle y los suyos parecen haber hecho un cursillo acelerado de musical tres meses antes de haber empezado a rodar. Dan la sensación no solo de que lo conocen muy superficialmente sino de que todo ha sido un experimento graciosillo, de éxito resultón pero al fin y al cabo el género no ha acabado de conquistar sus corazones. Después de La la land a otra cosa.
Y yo me pregunto, ¿por qué La la land?, ¿qué tiene que no tuviesen el 99% de las películas musicales estrenadas en los últimos 15 años?. Todas ellas con enormes deficiencias, porque los grandes cineastas no están metidos ahora en el género, pero provistas de aparatos dramáticos importantes y portadoras de un patrimonio musical emocionante que enseñan y difunden amorosamente.
Es absurdo que diga que las películas de Gene Kelly sí que eran bonitas. Ningún espectador joven y poco informado me va a tomar en serio. Pero voy más lejos y más cerca. Se denigró alegremente la existencia de una película como el Into the Woods de Rob Marshall pero a mi modo de ver, y es solo un ejemplo, le gana en todo a La la land: música, consistencia dramática, voces, coreografía…Es un musical que ya existía pero ¿por qué eso es peor y lo que atenúa la genialidad no es este monstruo de Frankenstein hecho con muchos trozos y la vez palidísima sombra de todos ellos?.
Dicen que La la land invita a bailar y a soñar. Se ha aprendido muy bien el alma del género. Aún estando muerta. Pero yo digo como Mikkel, el marido de Inger en Ordet «es que yo también amaba su cuerpo».
Ficha técnica
Después de tantos elogios a la película, una crítica justa.
Suscribo tus palabras. Es como si me hubieras leído el pensamiento.
Un saludo, compañero.
Seguro que hay por ahí textos interesantes positivos que hablen de algo más que «la alegría de vivir».
Un saludo