Algunas cosas suceden demasiado despacio, pero en general estamos dispuestos a aceptar que casi todo sucede cuando tiene que suceder. Y desde luego es un sabroso regalo el que se haya publicado casi al mismo tiempo en Francia y en España el curso de Henri Bergson de 1902-1903 en el Collège de France. A tiempo, llega a tiempo, cuando se ha deshecho la pertenencia del pensamiento bergsoniano a una época determinada. Una vez que se ha despojado de sus caducos ismos, de ese marchamo espiritualista o vitalista, o de cualquiera de sus variedades que lo atan a un momento muy específico de la filosofía europea, pues aunque nunca se desprenda del todo, como se sigue de una lectura recientemente aparecida, bastante más conservadora aunque valiosa, como la de Kolakowski[1]KOLAKOWSKI, Leszek: Bergson. Marbot, Barcelona, 2019., podemos sin embargo asegurarnos otra memoria, otro recuerdo, otro souvenir bergsoniano, por citar a Gilles Deleuze[2]DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix: Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre- Textos, Valencia, 1994, p. 244., quien lo vincula, y de manera no poco directa, con la cuestión de estos cursos, puesto que se refiere a los devenires y a la coexistencia de duraciones diversas. Esto es, nos pone ya sobre la pista de una lectura de Bergson más exenta de sesgos históricos, apuntando a su dimensión ontológica sin aditivos ni adjetivaciones suplementarias. Desde una perspectiva distinta sin embargo, coincide Emmanuel Lévinas en la necesidad de tomarse en serio un propósito que es tan audaz como la desformalización de la categoría de tiempo, y que antes de que la enunciase Heidegger ya estaba apuntada en Bergson o en Franz Rosenzweig[3]LÉVINAS, Emmanuel: Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro. Pre-Textos, Valencia, p. 204.. A decir verdad, la propuesta ontológica de la que hablamos no es sólo autónoma con respecto a tales o cuales dilemas de una época que, por otra parte, estaba a punto de saltar en mil pedazos, llevándose los restos, tan envidiables como efímeros, de una especulación sin urgencias, sino que muchos de los riesgos que asume, y que en realidad constituyen la prudencia eficaz del pensador, son todavía hoy, objeto de una interpretación radical, como si las preguntas que hace careciesen todavía de una gramática adecuada para responderlas. Es verdad que el filósofo no quería en absoluto ver publicados sus escritos o sus lecciones académicas, pero no lo es menos que incluso en el género más modesto de los discursos de un profesor de Liceo, Bergson seguía pensando y dando a pensar a otros[4]Por ejemplo en los recogidos en BERGSON, Henri: La inteligencia. InterZona, Buenos Aires, 2016..
Esos grandes riesgos, de los que tanto hay que aprender todavía ahora, son el punto de partida de un libro también reciente, y del que creo que no se podrá prescindir en el futuro cuando hablemos de Bergson. Me refiero a la tesis doctoral de Antonio Dopazo y que, ya desde su título mismo, que es una modesta llamada de atención en apariencia, pero que se torna abisal en cuanto la exploramos, recuerda a otra que un bergsoniano gauchiste como Deleuze dedicara a Spinoza[5]DOPAZO GALLEGO, Antonio: Bergson y el problema de la creación. Pre-Textos, Valencia, 2018.. En estas páginas vemos cómo el ejercicio hermenéutico preferido consiste en mostrar la inconsistencia relativa de cada uno de los elementos enfrentados en la disputa filosófica, por ejemplo materialismo versus espiritualismo. No obstante esa desarticulación doble no conduce a ningún tipo de bloqueo escéptico o nihilista, sabemos que Bergson consideraba que la noción de la nada era un contrasentido y una exageración, y que lo que él define como «intuición» está lejos de la dramaturgia escéptica con la que se satisface el cartesianismo. El desmontaje bergsoniano está orientado, y en ese recorrido complejo Dopazo proporciona una minuciosa guía, a plantear no una tercera vía al problema tanto como a introducir otro problema por completo diverso y en cierto modo vertiginoso. Lo que podríamos llamar el del plano de las imágenes sin sujeto (trascendental).
Conviene no perder ese contexto extremo al leer el curso sobre la historia de la idea del tiempo, porque sólo así podremos apreciar la laboriosa sutileza táctica con la que Bergson desenvuelve su pensamiento.
Y tanto se toma a pecho el orden de las cuestiones que la primera lección comienza, aparentemente, por completo alejada de lo que será su tema. Nada menos que con el examen de una serie de dualidades encadenadas a partir del afuera y del dentro, de lo exterior y de lo interior. Que interesan al conocer antes que nada, dado que conocer de modo absoluto es conocer lo simple y esto sólo lo conseguimos desde dentro, mientras que el conocer relativo se produce desde fuera y por comparación o composición. Para cualquiera que haya seguido el desarrollo de la filosofía de Bergson es evidente que la del conocer interno y externo no es cuestión baladí, como comprobó él mismo en calidad de profesor intentando explicar a sus alumnos las aporías de Zenón de Elea, que negaban la existencia del movimiento, y yo me veo a mí mismo haciendo lo propio mientras dibujaba a un Aquiles armado y emplumado y a una pequeña tortuga. En algún lugar de esa línea recta, delante de ellos, y que Jorge Luis Borges describió como un laberinto, a veces emplazaba yo, un McDonalds, para hacerles saber que, dada la idea del espacio infinitamente divisible con la que Zenón planteaba su objeción contra el movimiento, no sólo es que Aquiles no alcanzaría jamás a la tortuga adelantada, sino que ni siquiera esta sería capaz de llegar al restaurante de comida rápida y conseguir un McPollo, porque siempre estaría infinitamente un poco más cerca de su hamburguesa.
El propio filósofo, y como un Aquiles desengañado, se dijo que Zenón no escondía sofisma alguno, ningún truco o verdad disimulada. Lo que decía era a la vez correcto y absurdo, porque se basaba en una noción del espacio inadecuada si bien de uso. Y aún más, observaría que incluso nuestra concepción del tiempo es subsidiaria de una exterioridad espacial con la que se compara o compone. Para salir de ella, o mejor dicho para entrar al tiempo de por dentro, a eso que llama durée, aunque es verdad que no siempre utiliza la palabra en idéntico sentido, muestra con precisión, sobre todo a partir de la novena lección, que la concepción aristotélica del tiempo apunta ya a una solución, dado que el tiempo es arithmos (número numerado) y no arithmoumenon (número numerador). Esto quiere decir, antes de nada, que si no hubiera alma no habría tiempo[6]BERGSON, Henri: Historia de la idea del tiempo. Paidós, Barcelona, 2018, p. 178.. Una característica nada circunstancial del propio Bergson es la de que no tiene inconveniente alguno en auparse sobre lo que Ernst Bloch describiría como entremundos de la filosofía, si este recurso servía a sus propósitos. Por ejemplo con Plotino, quien aclararía la oscuridad de Aristóteles a propósito de la vinculación del tiempo con el alma[7]Historia de la idea del tiempo, p. 180., y a quien dedica nada menos que cinco lecciones del curso, de enorme intensidad y con el cuidado filológico que se le supone a la prudencia de un maestro. Claro, como que Plotino es, a ojos de Bergson, el descubridor de la conciencia, que actúa pero todavía como a ciegas en Platón y Aristóteles. Y sin ella, sin la conciencia, parece difícil plantearse siquiera la posibilidad de un conocimiento interno de lo temporal. Otras veces recurrirá a Leibniz (sobre Descartes) o a Fichte (sobre Kant) o Schelling (sobre Hegel), y este ejercicio de entremundos puede que sea también una de las causas del relativo ocaso o malversación de Bergson como figura. Da igual, a mi juicio, en estos cursos permanece intacto el filósofo. Él sabía muy bien que la atención es una forma de detención[8]BERGSON, Henri: Materia y memoria. Ensayo sobre la relación del cuerpo con el espíritu. Cactus, Madrid, p. 116.. Y quien así habla no es un theoretico, pues estaba más que desencantado con la abstracta generalidad de los conceptos, sino más bien un activista, como lo serían Charles Péguy, tal vez su único discípulo en sentido estricto, el músico, y a la vez sosegado y radical antifascista, Vladimir Jankélévitch, puede que su mejor lector, o el propio Gilles Deleuze, quien bergsoniza líneas de fuga revolucionarias, planos de consistencia y esquizias, poniendo al viejo profesor dentro de la barricada. La demora, lo despacio que vayamos, depende de la lejanía que antes nos hayamos fijado.
Título: Historia de la idea del tiempo |
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Referencias
↑1 | KOLAKOWSKI, Leszek: Bergson. Marbot, Barcelona, 2019. |
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↑2 | DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix: Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre- Textos, Valencia, 1994, p. 244. |
↑3 | LÉVINAS, Emmanuel: Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro. Pre-Textos, Valencia, p. 204. |
↑4 | Por ejemplo en los recogidos en BERGSON, Henri: La inteligencia. InterZona, Buenos Aires, 2016. |
↑5 | DOPAZO GALLEGO, Antonio: Bergson y el problema de la creación. Pre-Textos, Valencia, 2018. |
↑6 | BERGSON, Henri: Historia de la idea del tiempo. Paidós, Barcelona, 2018, p. 178. |
↑7 | Historia de la idea del tiempo, p. 180. |
↑8 | BERGSON, Henri: Materia y memoria. Ensayo sobre la relación del cuerpo con el espíritu. Cactus, Madrid, p. 116. |