La reciente ganadora del Premio Feroz a Mejor comedia y una de las escasas películas de interés en los próximos premios Goya, Kiki, el amor se hace encierra ya en su título la clave con la que Paco León aborda esta comedia romántica, de historias múltiples, acerca de diversas parafilias sexuales. Basada en la australiana The Little death (2014), ópera prima de Josh Lawson, lo cierto es que Kiki es ejemplo de como un remake puede cambiar poco la historia pero tener un espíritu completamente opuesto. Al igual que en Carmina o revienta (2012) y Carmina y amén (2014), Kiki no solo trata de hacer comedia a partir de extravagantes temas sexuales sino que refleja el recorrido catastrófico y accidentado de una lucha. Tal y como Carmina se enfrentaba al mundo para mantener su pobre estatus económico, los protagonistas de Kiki luchan por conseguir o mantener su amor a pesar de las dificultades. De esta forma, se entiende el doble sentido que encierra el título y que conforma el verdadero motor de la película. Hay que entender Kiki como un relato vitalista (al contrario que el pesimismo final de la australiana) que celebra la diversidad, recordando la necesidad de esfuerzo y compresión que necesita una relación amorosa.
Desde los títulos de crédito iniciales, el cineasta se permite jugar con los colores vivos y los simbolismos frutales mediante un montaje de pantalla fragmentada. Ya entonces, Kiki adquiere una identidad vitalista y veraniega (opuesta a la fría obra original), aupada por una estética fresca creada, a partes iguales, por la labor de la dirección artística y fotográfica que recorre toda la película de manera coherente y unitaria. El elenco, sin embargo, se mueve entre el naturalismo y el histrionismo cómico, dividido, como toda la película, entre el compromiso con su historia y la deriva propia del gag. Esta confusa identidad, más cercana a lo que entendemos como una feelgood movie que a una comedia de gags cuya narración está subordinada a la obtención de momentos hilarantes, es lo que aleja a kiki, el amor se hace, de un éxito mayor. Así, secuencias como las estrambóticas interacciones en el local swinger, la llamada a la línea caliente o la falsa violación resultan tan directas y trasparentes que, más que risa y caricatura, provocan empatía hacia la incomodidad de sus protagonistas. La duda entre esos dos tonos que la película no consigue aunar con éxito se ve perfectamente reflejada en el personaje interpretado por el propio Paco León, un hombre con gesto serio, angustiado por buscar una solución a su matrimonio y, a la vez, rodeado por estridencias varias que pierden su humor al ser enfrentadas con la angustia y las dudas que vive el personaje.
Errática también es la forma en la que la película coquetea con unir las diferentes historias, una decisión más práctica, para finalizar todas las historias en una sola escena, que orgánica. Pese a sus irregularidades, Kiki, el amor se hace es un gran ejemplo de como un director con demostrada personalidad (ya se puede decir con seguridad esta afirmación) ha de afrontar y hacer suyo un trabajo de encargo (recordemos, además, que la productora es Telecinco-Mediaset). El resultado global, sin embargo no deja de estar lejos de ser tan orgánicamente personal y natural como resulta en sus dos obras anteriores. En consecuencia, a pesar de la personalidad con la que León ha impregnado la historia original y, aunque exhibe una coherencia e inventiva estética y formal escasa en el género cómico, la película no llega a despegar su vis cómica, lastrando un relato cuya extrañeza pretende ser a la vez, sin conseguirlo, normalización y caricatura.
Ficha técnica