Escrito en 1929, El Horror de Dunwich se considera el sexto relato de los mitos, perteneciente al ciclo de Necronomicón, libro inventado por el mismo Lovecraft y que sirve de puente para conectar las otras historias. Del mismo ciclo son también La llamada de Cthulhu, El color caído del cielo, En las montañas de la locura, etc.
El estilo de Lovecraft
Lovecraft sostuvo que los relatos de terror debían estar pensados como si fueran artículos científicos. Sólo así se podía pasar de lo posible a lo imposible, sin que por ello la historia perdiera veracidad. En El horror de Dunwich, Lovecraft opta por un inicio repleto de indicaciones geográficas, que más parece a una guía que a un cuento de terror.
Cuando el que viaja por el norte de la región central de Massachusetts se equivoca de dirección al llegar al cruce de la carretera de Aylesbury nada más pasar Dean’s Corners, verá que se adentra en una extraña y apenas poblada comarca.
A pesar de ese detallismo, Lovecraft quiere dejar claro que no es un lugar cualquiera, y para ello utiliza uno de sus principales recursos: la creación de una atmósfera siniestra a través del uso excesivo de adjetivos.
El terreno se hace más escarpado y las paredes de piedra cubiertas de maleza van encajonando cada vez más el sinuoso camino de tierra. Los árboles de los bosques son allí de unas dimensiones excesivamente grandes, y la maleza, las zarzas y la hierba alcanzan una frondosidad rara vez vistas en las regiones habitadas.
Nada mejor que “unas dimensiones excesivamente grandes” y un “rara vez vistas en las regiones habitadas” para entender perfectamente que Dunwich es una localidad extraña. Prosigue así una exhaustiva descripción de la región y de las personas que habitan allí. También ésta es una de las características más lovecraftianas: la creación de principios lentos y finales apoteósicos. A pesar de que con el paso del tiempo, Lovecraft aligeró sus inicios, en El horror de Dunwich se percibe claramente este recurso literario. La finalidad no es más que la anteriormente mencionada: pasar de lo posible a lo imposible-terrorífico.
En este paso, Lovecraft anticipa algo del horror, sin explicarlo. De esta manera, logra que el lector entienda que estamos ante un relato de terror, pero de un terror palpable.
Hace dos siglos, cuando a la gente no se le pasaba por la cabeza reirse de brujerías, cultos satánicos o siniestros seres que poblaban los bosques, daban muy buenas razones para evitar el paso por la localidad. Pero en los racionales tiempos que corren -silenciado el horror que se desató en Dunwich en 1928 por quienes procuran por encima de todo el bienestar del pueblo y del mundo- la gente elude el pueblo sin saber exactamente por qué razón.
Para que el lector comprenda porque en Dunwich se desató tal horror, Lovecraft lo argumenta con datos históricos, aludiendo que la industria no arraigó y el movimiento fabril fue insignificante. Así, el autor nos induce a pensar que estamos ante una región que se detuvo en el tiempo, y que, por lo tanto, las cuestiones racionales propias de los siglos XVIII y XIX no son parámetros correctos para entender a Dunwich.
Otra de las características de Lovecraft -de gran influencia en Alien, el octavo pasajero– es el mantener al monstruo/cosa oculto hasta el final. Incluso, en los primeros relatos, apenas nos describe una pequeña parte. Es cierto que, paulatinamente, Lovecraft optó por describirnos con lujo de detalles la cosa, como sucede en El horror de Dunwich.
Por encima de la cintura era un ser cuasiantropomórfico, aunque el pecho, sobre el que aún se hallaban posadas las desgarradoras patas del perro, tenía el correoso y reticular pellejo de un cocodrilo o un lagarto. La espalda tenía un color moteado, entre amarillo y negro, y recordaba vagamente la escamosa piel de ciertas especies de serpientes. Pero, con diferencia, lo más monstruoso de todo el cuerpo era la parte inferior. (…) La piel estaba recubierta de un frondoso y áspero pelaje negro, y del abdomen brotaban un montón de largos tentáculos, entre grises y verdosos, de los que sobresalían flácidamente unas ventosas rojas que hacían las veces de boca.
Más adelante,
– Es mayor que un establo… todo hecho de cuerdas retorcidas… tiene una forma parecida a un huevo de gallina, pero enorme, con docena de patas… como grandes toneles medio cerrados que se echaran a rodar… no se ve que tenga nada sólido… es de una sustancia gelatinosa y está hecho de cuerdas sueltas y retorcidas, como si las hubieran pegado… tiene infinidad de enormes ojos saltones… diez o veinte bocas o trompas que le salen por todos lados, grandes como tubos de chimenea, y no paran de moverse, abriéndose y cerrándose continuamente… todas grises, con una especie de anillos azules o violetas… ¡Dios del cielo! ¡y ese rostro semihumano encima!
El hecho que sea Curtis, un personaje de la historia, y no el narrador quien finalmente nos describe al tan ansiado (por el lector) horror de Dunwich, nos plantea la posibilidad que exista algo de ese monstruo que resulte inalcanzable. Sabemos que quien nos lo describe se encuentra en estado de xoc, por lo que intuimos que debe de haber algo cierto, algo inventado y algo silenciado. Nada mejor que este recurso para entender que estamos ante el mayor miedo del ser humano: lo desconocido.
La pervivencia de Lovecraft
En una reciente “Conversación sobre el género fantástico” presentada en III Festival de diseño Creatus Dominus a cargo de David Roas, Sofía Rhei y Óscar Broc, se planteó la brillante idea que “el éxito de Lovecraft radica en que perviva en obras cuyos autores jamás han leído a Lovecraft”. ¿Cómo es posible esto?
Pensemos que Lovecraft conocía muy bien las claves del terror, y sabía también muy bien, que el terror, lo fantástico, lo extraño, debe de ir en consonancia con los tiempos. Los fantasmas de castillos que antaño habían atemorizado a los lectores del XIX, habían dejado de tener sentido en un mundo azotado por la Primera Guerra Mundial. Lovecraft reinventa el género, nos muestra un catálogo de monstruos, seres indescriptibles e inimaginables que atemorizan porque no sabemos cuál es exactamente su finalidad.
¿Acaso sabemos cuál es la finalidad de It de Stephen King? Como en Dunwich, los habitantes de Derry saben que Eso despierta cíclicamente sin que haya un motivo aparente. Como el horror de Dunwich, a pesar que Eso adopta formas comprensibles, en realidad ambos monstruos pertenecen a otra dimensión. No es de extrañar que Lovecraft haya sido una de las grandes influencias de King.
Es cierto que en El horror de Dunwich se nos explica que los Ancianos vendrán a apoderarse de nuevo del mundo, pero no sabemos exactamente en qué momento, ni porqué. No importa. Lo que importa para Lovecraft es demostrar que la humanidad puede ser destruida en un momento; en otras palabras, que el ser humano es un ser prescindible para el universo. Ese es, seguramente, el gran legado de Lovecraft que tanto ha marcado la literatura y, sobre todo, el cine de terror de los últimos años.
Título: El horror de Dunwich |
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