Comentario a BROCH, Hermann: El valor desconocido. Traducción de Isabel García Adánez. Sexto Piso, Madrid, 2020.
Viena es la capital de un imperio. Hablamos del Imperio de la decoración, también de un poder que era a la vez civilizatorio, refinado y ciego. Por eso nos sigue fascinando, pues casi todo lo que vino fue bastante peor. Uno de los pecios más significativos de ese mundo perdido es el del impacto de la filosofía y de la ciencia en la literatura, sobre todo de Ernst Mach, y en Hoffmansthal o Hermann Broch, como vienen a señalar Janik y Toulmin en un libro que será, en sí mismo, modélico para otras tentativas similares.[1]JANIK, Allan y TOULMIN, Stephen: La Viena de Wittgenstein. Taurus, Madrid, 1983. Elijo a Mach, antes que cualquier otra referencia, y no por casualidad, precisamente porque su porvenir estaba señalado, por eso que llamaríamos, con Ernst Bloch, su condición de entremundo de la filosofía. O por lo que Josep Canals, en su brioso fresco vienés, describe como claroscuro entre el nihilismo finisecular y el neopositivismo.[2]CASALS, Josep: Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje, arte. Anagrama, Barcelona, 2003, p. 53. Los combates entonces no eran sólo académicos, y convendría recordar que en 1909, un revolucionario profesional llamado Vladimir Ulianiov Lenin, dedicaba un incendiario ensayo, es verdad que a menudo pedantesco e infatuado, contra Aleksandr Bogdanov y los seguidores rusos de Ernst Mach.[3]LENIN, V. I: Materialismo y empiriocriticismo. Laia, Barcelona, 1974.Se trataba, nada menos, que de un enfrentamiento feroz con sus rivales bolcheviques, que proponían algo así como una doble verdad averroísta del marxismo y de la epistemología contemporánea, que Lenin despachaba en su conjunto como idealismo filosófico, aunque su empeño por construir una escolástica realista y materialista, inseparable de un cierto sesgo despótico, tuviese serios costes con respecto a la verdad. Prueba de la naturaleza política de esa intervención filosófica a propósito de Mach, es que este último vendría a ser restituido por Anton Pannekoek, líder teórico de un marxismo revolucionario no leninista barrido por el olvido.[4]PANNEKOEK, Anton: Lenin filósofo. ZeroZyx, Bilbao-Madrid, 1976. En este cruce de épocas, de combates y divergencias, la literatura de Broch elegirá siempre la multiplicidad frente a la imposición monolítica. Y sus intentos casi sólo tienen en común entre ellos que todos son llevados al límite. Este paso al límite, que es fundamental en el análisis matemático, me parece que resulta tanto más pregnante para abordar la que, tal vez, sea una de las pocas novelas de este literato, ingeniero, matemático y filósofo, que podríamos juzgar «casi» encantadora.[5]BROCH, Hermann: El valor desconocido. Sexto Piso, Madrid, 2020.
Publicada en 1933, en un momento de relativo remanso intelectual, plantea varios problemas desde el mismo título. Die Unbekannte Grösse significa, sí, «El valor desconocido». Pero en alemán no hay ambigüedad alguna, mientras que sí la hallamos en castellano. Toda vez que Hermann Broch es además un importante filósofo del valor (Wert), quien afrontará la degradación de los valores (Wertzerfall), en una línea no diferente, en principio, a la que proponen Nietzsche o, más cercano a él, Weininger. En este sentido tal vez fuese mejor hablar de «La magnitud desconocida». Ahora bien, no es menos cierto que en su ontología de los valores, Broch afirma que todo valor aspira a una validez absoluta que termine con el absoluto del no valor. Con el mal, ya se entienda existencialmente como la muerte, o desde un punto de vista estético, como lo kitsch.[6]BROCH, Hermann: Poesía es investigación. Barral, Barcelona, 1974. Así que el valor puede considerarse en una sucesión entre dos límites. De hecho, El valor desconocido, no se entendería bien si no tenemos en cuenta hasta qué punto supone un relativo descanso frente a la colosal epopeya que supuso escribir, entre 1931 y 1932, la trilogía de Los sonámbulos.[7]BROCH, Hermann: Los sonámbulos. Penguin Random House, Barcelona, 2016. En efecto, lo que Broch ejecuta en esta obra maestra de la narrativa modernista del siglo XX, es al lenguaje mismo. Se trata de una «ejecución» de todos los modismos, discursos vacíos y frases hechas que se dicen como en un turbio magma sonámbulo, entre el sueño y la vigilia. No es un juego esta demolición de las Gerede, de las habladurías, que denunciaría por ejemplo Heidegger, como una suerte de lenguaje caído. Y si se trata de un juego es, sin duda, uno en el que nosotros mismos nos la jugamos. Por otra parte, ese sueño de pureza con respecto a la vacuidad del lenguaje, de ese «se dice» insustancial, tropieza con el vacío de lo lógicamente perfecto, a cuyo estudio se entrega como un ejercicio de compensación, según el auto análisis que él realiza en clave adleriana, pues conviene no ignorar que existió una cierta amistad entre Broch y el mismo Alfred Adler: «Se debería añadir que también la compensación por exceso, con su función sublimadora, se inscribe en la lucha contra la impostura, y concretamente, sobre todo, con mi afición por las matemáticas, que se remonta a mi infancia, y que son las únicas en que se puede encontrar resultados intelectuales indudables, de forma que la acusación de impostura quede excluida.»[8]BROCH, Hermann: Autobiografía psíquica. Losada, Argentina, 2003, p. 53.
Por otro lado esta compensación psíquica con el matema tiene sus propios límites, como columbra Wittgenstein al final del Tractatus. Ese anhelo de pureza, que en el caso del lógico Frege, por ejemplo, sabemos que tuvo que ver con un impuro deseo de pureza racial, parece que nos condena al silencio sobre las cosas que verdaderamente importan. De tal manera que el celebérrimo aforismo, con el que aconsejaba a mis alumnos que demostrasen su docta ignorancia en los exámenes, en lugar de intentar rellenar el hueco con tediosos relatos exculpatorios: Wovon man nicht sprechen kann darüber muss man schweigen, de lo que se no se puede hablar hay que callar, ya no es un explosión triunfal sino un gañido trágico, por parafrasear (not with a bang but a whimper) a Eliot en The Hollow Men. La carta de Lord Chandos, la afonía psíquica, llegan a su destino. Y Broch escapa de esta angostura por el camino de la novela. El paso al límite del matema nos hace callar. Encallamos en el silencio.
La alternativa que se le ofrece es la de un uso inteligente de la más abierta de las formas literarias. Es verdad que el mal, todavía estamos bien lejos de la Warhol Factory, es el kitsch. Este mal gusto es el límite negativo del valor estético. Así que en lugar de eludirlo lo que puede hacer la novela es conjurarlo, dejarlo caer en la trituradora de ese Gran Oído de la escritura modernista. Porque en ese Gran Oído -de Broch, de Eliot, de Svevo, de Joyce o de Witkiewicz, se produce la Umwertung, la trasvaloración nietscheana de los valores. Walter Benjamin sabe cuáles son los riesgos de la contaminación de la política por la estética. El Congreso de Nuremberg de Partido Nacional Socialista Alemán, en 1934, filmado por Leni Riefensthal en El triunfo de la voluntad, muestra no sólo imágenes inquietantes, sino a menudo ridículas o grotescas, del atrezzo de baratillo en el que se fraguó el horror. Junto a los rostros de los psicópatas, de la carne de cañón, vemos campesinas con trajes barrocos y ofrendas florales, nibelungos de cartón piedra y niños, muchos niños. Cuatro años después de ese baile de disfraces, Broch es detenido a raíz del Anschluss, de la anexión de Austria por Alemania. La experiencia de percibir la inminencia de la muerte le lleva a publicar, ya en el exilio, La muerte de Virgilio[9]BROCH, Hermann: La muerte de Virgilio. Alianza, Madrid, 1998. una intensa y densa y bellísima novela lírica en la que casi no se nos narra nada, pero en la que afrontamos los espejismos, las imágenes surgidas de la fiebre y la agonía. En la que asistimos además a un debate de enorme altura sobre la belleza, sobre la persecución de lo absoluto, sobre la lealtad y el poder. Pero esta novela histórica, en la que apenas se nos cuenta historia alguna, sólo es una variación, suprema, eso sí, de sus investigaciones sobre la repetición como única imagen posible de lo infinito.
Ahora bien, para llegar a esa gran iluminación hay que haberse vuelto ciego antes, como señala el propio Broch haciéndose valer, algo no demasiado frecuente en él, de viejos relatos de hassidim judíos.
De esa contraposición entre la ceguera y la visión nos deja un poema, Desde la palabra, en el que se condensa la necesidad de ese descenso y travesía por la ceguera del lenguaje herido, con objeto de hallar la videncia; ciego vidente (Blinder Seher), según esta particular docta ignorantia que propone.[10]BROCH, Hermann: La mitad de la vida. Poesía completa. Igitur, Tarragona, 2007. Esa ordalía con la lengua puede que tenga su cénit accesible, esto es, sin las exigencias de su célebre trilogía, en esa especie de collage en el que consiste Los inocentes[11]BROCH, Hermann: Los inocentes. Lumen, Barcelona, 1995.. Allí lo burgués es identificado sin más con lo demoniaco. Pero conviene insistir en que el mal es antes que nada mal gusto, esa condición de posibilidad suya, que es tolerable, incluso encantadora. Broch sabe cuánto debe el kitsch a un cierto ideal romántico refrito y, por así decir, domesticado. El estilo de esa domesticidad romántica tiene un nombre, es el llamado Biedermeier, y que en Los inocentes se vuelve una presencia obsesiva e irrisoria, de tal manera que hasta el sol de las tardes de septiembre, nos dice el escritor, es un poco Biedermeier. Este rigor modernista, aunque comprensible, nos resulta algo ajeno, a lo mejor porque todo tardaría poco en ser mucho peor. Pero lo que nos interesa es cómo el discurso kitsch étnico y nacionalista, del Blut und Bloden, la sangre y la tierra, es puesto en boca de un muy saludable y tontorrón profesor Zacarías, que sin embargo es social demócrata. A lo mejor es que, con independencia de los relatos tranquilizadores del heroísmo ex post facto, el SPD ya era un poco NSDAP, y socialistas eran los paramilitares, los freikorps, que asesinaron a culatazos a Rosa Luxemburg en 1919, aunque luego encontrasen acomodo en las Secciones de Asalto. Fea edad de la que Hermann Broch nos ofrece uno de los más valiosos testimonios, trasmutado en la narración literaria. Pues, por terminar con nuestra revisión, la utopía de lo campesino contra lo urbano, adobada en el nazismo además con la simbología neopagana, también viene a mostrarse de manera espléndida en El maleficio[12]BROCH, Hermann: El maleficio. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009., novela que debería ser leída como antídoto contra los oscuros populismos que recorren hoy otra vez Europa.
Este es el contexto de esta novelita aparentemente ligera, pues advierto que hay también veneno y dramatismo en ella. De hecho, la historia de amor de Richard Hieck, un desmañado y tímido doctorando en matemáticas, ensaya lo que, a mi juicio, podría considerarse, un experimento sobre lo impersonal narrativo. Ya que Richard y sus hermanos (Otto, el bohemio y mujeriego, en el fondo desesperado, y Susanne, la aspirante a monja, anestesiada de la angustia a través de una ritualización, continua y supersticiosa, de la vida) son una sola persona, diferentes evoluciones del mapa de sus incapacidades. Ahora bien, la mutación de la incapacidad, desde una mera impotencia, que es el precio del fracaso y de lo erróneo, hasta el hallazgo de lo imposible, esto es, desde lo epistémico hasta lo ontológico y existencial, es el argumento al que se pliega esta narración impersonal. Lo que el joven Richard Hieck vislumbra, de modo epifánico, con una iluminación creadora, es «un pedazo de esa compleja, infinita y siempre inabarcable construcción en equilibrio que está hecha de relaciones vacías y, a pesar de todo, constituye el milagro de las matemáticas»(p. 21). Richard abraza la teoría de grupos, platónicamente, como un fragmento de vida lejana e inefable (p.38). Pero la vida, no obstante, ocurre también aquí, y la pregunta es si con esa «luminosa red de realidad resplandeciente infinita» (p. 40), se podría abarcar la totalidad de la propia existencia con sus inesperados avatares. El anhelo lógico tropieza sin embargo con la mera casualidad termodinámica (p.50). Hablamos de probalidades que pueden ser sustituidas por otras. Hasta la ley de los grandes números es una de ellas. La peligrosidad del peligro, su por así decir esencia, se le presenta al joven matemático como la fuerza que posee el mundo para escapar de lo calculable (p. 146). Muchas crisis se conjuran en este novelita de 1933, pero el colapso de fondo es el de que la utopía logicista en realidad vino a despertar lo que se ha venido en llamar la crisis de los fundamentos de las matemáticas. De tal manera que lo que fundamenta permanece infundado y que la meta del conocimiento está más allá del conocimiento (p. 120). El grupo es una estructura algebraica abstracta que se le hurta al protagonista de la novela, en virtud de esa magnitud desconocida en la que consiste la vida. El propio Broch tal y como nosotros lo vemos, escribió sus obras como operaciones diversas de un álgebra que, sin embargo, permanece inaccesible. Cada una de ellas es una obra maestra, aunque nace como hija de una madre de la que nada sabemos, y en cierto modo es inútil que busquemos la solución en sus exploraciones filosóficas. Porque todo lo que nos ha dejado no tiene hijos a su vez, y se nos evade cuando mejor lo teníamos. No escribir dos libros iguales es tal vez la gran pulsión de la estética modernista. Porque en cuanto nos detenemos, si decimos sin ensayar lo no dicho, nos golpea, por más que a menudo lo haga con dulzura, el límite malvado, el vacío de lo inválido.
Título: El valor desconocido |
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Referencias
↑1 | JANIK, Allan y TOULMIN, Stephen: La Viena de Wittgenstein. Taurus, Madrid, 1983. |
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↑2 | CASALS, Josep: Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje, arte. Anagrama, Barcelona, 2003, p. 53. |
↑3 | LENIN, V. I: Materialismo y empiriocriticismo. Laia, Barcelona, 1974. |
↑4 | PANNEKOEK, Anton: Lenin filósofo. ZeroZyx, Bilbao-Madrid, 1976. |
↑5 | BROCH, Hermann: El valor desconocido. Sexto Piso, Madrid, 2020. |
↑6 | BROCH, Hermann: Poesía es investigación. Barral, Barcelona, 1974. |
↑7 | BROCH, Hermann: Los sonámbulos. Penguin Random House, Barcelona, 2016. |
↑8 | BROCH, Hermann: Autobiografía psíquica. Losada, Argentina, 2003, p. 53. |
↑9 | BROCH, Hermann: La muerte de Virgilio. Alianza, Madrid, 1998. |
↑10 | BROCH, Hermann: La mitad de la vida. Poesía completa. Igitur, Tarragona, 2007. |
↑11 | BROCH, Hermann: Los inocentes. Lumen, Barcelona, 1995. |
↑12 | BROCH, Hermann: El maleficio. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009. |