¿De dónde viene el lenguaje? Los antiguos hindúes creían que era un regalo de los dioses. Los primeros humanos no hablaban distinto al ladrido de un perro. También quedan hoy personas que por habla entienden la emisión de sonidos que nos resultan extravagantes: la gente de los Orang-Kubu que vive en Sumatra, por ejemplo, tiene un lenguaje que uno conoce por apenas unos cientos de sonidos primitivos. No tienen poesía, porque no conocen «más allá». Por eso tampoco tienen ideas religiosas ni, mucho menos, saben sobre la muerte. Ellos no creen en nada. No tienen ceremonia de funeral y si uno muere, lo dejan donde murió. La poesía de los pueblos comienza con la fijación verbal, escrita más tarde en las ideas religiosas. En el principio era la Palabra. Y Dios se convirtió en la Palabra. Pronto se unieron hindúes, babilonios o egipcios al canto de amor y al conocimiento de la muerte.
Pero todo aquello de lo que habla José Antonio Conde en su último libro, Palabras Rotas[1]CONDE, José Antonio. 2018. Palabras Rotas. Zaragoza: Los libros del gato negro, pp. 77, tuvo lugar en tiempo reciente y sin embargo, aún es necesario pensar sobre la muerte. Hacerlo con el lenguaje de y contra la muerte. Ya sabíamos hablar con palabras, pero ¡qué primitivos fuimos al cambiarlas por el cuchillo, por la daga exacta!
Palabras Rotas es un libro valiente, donde Conde se atreve a pensar en la herida que es pasado, pero que sigue abierta.
Aquella sangre que brotó de algunos habitantes de Sierra de Luna, su tierra natal, a manos de otros habitantes. Humanos segando vidas de otros humanos en aquel tiempo en el que todo se salió de control con el éxtasis de la muerte. Ese loco tiempo de sangre, del que Conde dice: «He visto en el crepúsculo la lista negra. El exceso»[2]Ibíd., p. 39.
Este tiempo esquizoide, en realidad, sólo puede expresarse con la palabra hendida, con la que entraña fisura en ese mal que, como nos recuerda Vitiello, está causado por la finitud del hombre, por encontrarse éste entre el ser y la nada[3]VITIELLO, Vincenzo. 1990. La Palabra Hendida. Barcelona: Ediciones del Serbal, p. 79. Y eso es más de lo que se dijo primero. De hecho, es mucho más de lo que luego supimos de la acción humana y sus dos caras: por un lado, un rostro emancipador y amable, que da la construcción de ese mundo en el que los hombres estarían menos sometidos a la pobreza, la enfermedad y la opresión. Por otro, el de sobrepasar los límites de la razón y el respeto, una acción que, comandando una Razón desbocada, pura hybris, se revelaría engendradora de monstruos, de Gulags y campos de exterminio, de tortura y muerte. De horror absoluto, sin «indulgencia con los débiles»[4]Conde, Op. Cit., p. 61.
Porque la marca común de todas las épocas es la violencia –omnipresente en este poemario tan personal, al que bruñe un anhelo de justicia y una constante memoria como única reparación–, Conde decide permitir al espacio y al tiempo relativizarse, hacerse presentes. La vida y el horror de la contienda son un dibujo negro y loco, el olfato de un sabueso, «la muerte bajo el palio»[5]Ibíd., p. 34.
Aquella violencia y, sobre todo, lo que llegó después, fue también producto de lo que Benjamin llamaba, cuando se refería al auge del nazismo, de la estetización de la política[6]BENJAMIN, Walter. 2000. «L’Œuvre d’art à l’époque de sa reproductibilité technique (Première version, 1935)», en ŒUVRES III. Paris: Gallimard, p. 111. Esto es, no sólo la destrucción de las vidas humanas, sino de lo humano mismo, con su mirada estetizada por completo, deshumanizada. Sin dolor, tampoco sensibilidad.
No sorprende que una de las citas contenidas en el libro de Conde sea parte de un poema de Paul Celan, aquel que mejor puso por escrito todo el horror de su tiempo.
Me refiero a «Angefochtener Stein» (Piedra Impugnada), del que Conde extrae sus tres últimos versos para el inicio de Neumas, la segunda parte del libro: «En las lagunas de la memoria / están los cirios despóticos / y asignan violencia»[7]Conde, Op. Cit., p. 53. Algo que, sin querer, desata una cuestión que me es inevitable poner por escrito. La discutible traducción al castellano del poema original[8]Que citaré de mi edición de la poesía completa de Celan: CELAN, Paul. 2005. Die Gedichte. Kommentierte Gesamtausgabe in einem Band. Ed. Barbara Wiedemann. Frankfurt am Main: Suhrkamp, p. 267 olvida algo fundamental y es que sprechen significa, más que asignar, hablar o decir. Esto es, significa que lo que es dicho en el poema es la violencia, exactamente lo que hacen Celan y Conde, cada uno a su manera. Decir la violencia porque ahí está lo que, al decirla, es la posibilidad de retorno del poema. No un retorno cualquiera sino el de aquello que es imposible que vuelva, la memoria de lo que no volverá.
Por eso, también a la manera de Celan, será necesario fechar doblemente el poema, darle identidad. No son ineludibles un número o un epígrafe que indiquen el lugar de lo violento –de hecho, en muchos poemas no está–, aunque sabemos dónde ha tenido lugar todo lo escrito aquí. Lo que es necesario es fechar dos veces un poema si entendemos que una fecha es aquella que sella «lo singular, lo único e irrepetible»[9]DERRIDA, Jacques. 1997. El monolingüismo del otro. O la prótesis del origen. Buenos Aires: Manantial, p. 32 y también es aquella en la que el poema está ya herido, lacerado, roto.
Roto para hacer saltar así, en pedazos, la continuidad. Lo que hasta ahora ha sido constante en la desmemoria, ya que se nos traslada a otra temporalidad distinta, a la temporalidad del poema, a la fecha donde la violencia se dice, que nos sitúa en otro territorio existencial y, además, rige por unos instantes. Ese salirse del tiempo para instalarse en otro tiempo podría ser una metáfora de un posible sentido del futuro. Es decir, que la historia –la que forman todas y cada una de las pequeñas historias de Palabras Rotas– y el futuro –lo que restituimos con la memoria– son algo que no ha de dejarse para el futuro, sino algo que ha de intentarse ahora y siempre: «Por aquí pasó el tiempo con sus finales y fue amargo al recorrer lo desigual, al cargar en la memoria un libro inédito de yugos, un viejo cuaderno de sufrimientos»[10]Conde, Op. Cit., p. 72.
El libro de Conde rehabilita, de alguna forma, los exiguos despojos de lo que acaso puede aún ser declarado justicia: el anhelo del Bien Soberano y del espíritu que lo vivifica. Perseguir la antigua unidad que contiene las heridas, de ese Paraíso perdido entre el ascua quebrada y el «sudario bajo la tierra»[11]Ibíd., p. 49. El mundo era un lugar inocente cuando nadie hablaba con palabras de muerte, el equilibrio menos quebradizo y el consuelo algo desconocido, por innecesario. Y es que ese desvelar al sujeto como desmesura irracional (los sátrapas, les dirá Conde[12]Ibíd., p. 66), como hybris, como maléfico y dominador allí donde se imagina salvífico (volvemos a Benjamin), el límite del lenguaje lo funda el poema: la doble naturaleza de la experiencia poética de lo originario. Es decir, por un lado el dolor que causa volver a pensar en la ferocidad de la contienda y, por el otro, la necesidad vivificadora de contarlo, de ponerlo en poema. De llegar con ello hasta las raíces, hasta la caverna de las almas, donde la palabra se hiende, se rompe.
José Antonio Conde escribe contra la muerte que supone el olvido, la desmemoria. Es inevitable pensar en André Gide cuando decía, hace mucho tiempo, que escribir era poner algo en protección contra la muerte.
Por eso quizás estas Palabras. Por eso Rotas.
Título: Palabras Rotas |
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Referencias
↑1 | CONDE, José Antonio. 2018. Palabras Rotas. Zaragoza: Los libros del gato negro, pp. 77 |
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↑2 | Ibíd., p. 39 |
↑3 | VITIELLO, Vincenzo. 1990. La Palabra Hendida. Barcelona: Ediciones del Serbal, p. 79 |
↑4 | Conde, Op. Cit., p. 61 |
↑5 | Ibíd., p. 34 |
↑6 | BENJAMIN, Walter. 2000. «L’Œuvre d’art à l’époque de sa reproductibilité technique (Première version, 1935)», en ŒUVRES III. Paris: Gallimard, p. 111 |
↑7 | Conde, Op. Cit., p. 53 |
↑8 | Que citaré de mi edición de la poesía completa de Celan: CELAN, Paul. 2005. Die Gedichte. Kommentierte Gesamtausgabe in einem Band. Ed. Barbara Wiedemann. Frankfurt am Main: Suhrkamp, p. 267 |
↑9 | DERRIDA, Jacques. 1997. El monolingüismo del otro. O la prótesis del origen. Buenos Aires: Manantial, p. 32 |
↑10 | Conde, Op. Cit., p. 72 |
↑11 | Ibíd., p. 49 |
↑12 | Ibíd., p. 66 |