En abril de 1992 Chris McCandless, un joven estadounidense de 24 años, recién licenciado y procedente de una familia acomodada, se internó en los bosques de Alaska para llevar a cabo su sueño de vivir en comunión con la naturaleza. Había donado todos sus ahorros a una ONG, se había desligado por completo de su familia y llevaba dos años viajando por las tierras del Norte haciendo autostop. A principios de septiembre de ese mismo año encontraron su cuerpo sin vida en el interior de un autobús abandonado, en medio de esa naturaleza maravillosa y aterradora que le ofreció la experiencia más inspiradora de su existencia… antes de matarlo.
Chris prefería llamarse a sí mismo Alexander Supertramp, un pseudónimo que le permitía distanciarse de una vida y unos padres que no lo hacían feliz. Este dato y todos los que conforman este libro están extraídos de sus escritos, cartas y anotaciones, del diario que escribió durante los días de su aventura final y de las entrevistas a varias de las personas que encontró en el camino durante su peregrinaje (entre 1990 y 1992) antes de internarse en el corazón de Alaska.
Jon Krakauer fue el periodista que realizó el primer reportaje que habló de este singular personaje, en el número de enero de 1993 de la revista Outside. La historia de Chris/Alex lo emocionó tanto, le impactó de tal manera (por su fuerza, sus ideales, su excéntrica forma de entender el mundo) que siguió investigando sobre él, ansioso por rellenar un puzzle en el que faltaban piezas para comprender si su muerte había sido accidental o un suicidio, y si su vida había estado marcada por una búsqueda de sentido o por el sinsentido de muchos buscadores de pacotilla.
Las opiniones al respecto son muchas y muy variadas. Hay quien, tras conocer la experiencia de Chris/Alex, piensa que fue un tonto irresponsable que se creyó por encima de la naturaleza y cometió estupideces que lo llevaron a una muerte absurda. Hay quien lo ve como el símbolo de un tipo de vida que se ha perdido: la de los aventureros, los peregrinos, los estetas. Hay quien ha encontrado inspiración en su historia de superación y amor a la vida. Muy pocos son los que no se han sentido golpeados (por la indignación o la admiración) por el relato de su viaje.
Krakauer habla de la odisea de Chris/Alex McCandless con total conocimiento de causa. Porque él también fue un joven idealista, amante de los retos físicos y mentales. Con 23 años (uno menos que McCandless al adentrarse en Alaska) decidió escalar uno de los picos más emblemáticos de ese país: el Pulgar del Diablo. A lo largo de dos angustiosos capítulos, Jon nos explica la soledad, el miedo y la determinación que experimentó a lo largo de unos días en los que sólo la suerte impidió que no cayera al vacío o muriese de hambre.
Cuando eres joven, es fácil creer que mereces aquello que deseas y asumir que si quieres una cosa con el suficiente empeño tienes todo el derecho del mundo a conseguirla. En el momento de partir rumbo a Alaska aquel mes de abril, era un joven inexperto que confundía la pasión con la reflexión y actuaba siguiendo una lógica inconexa y oscura. Mi actitud no difería de la de Chris McCandless. Estaba convencido de que escalar el Pulgar del Diablo era la solución a todos mis problemas. Al final, claro está, no cambió casi nada. Pero comprendí que las montañas no eran buenas depositarias de los sueños, y sobreviví para contar mi historia.
Sí, Jon Krakauer sobrevivió, y Chris no, y ésa es una tragedia, constituye un dolor tan irreparable para sus padres y su hermana, una tristeza tan desoladora para todos aquellos que lo conocieron, y una agonía tan insoportable para el propio Chris (cuya muerte por inanición debió de ser un proceso lento y horroroso) que cuesta comprender cuál es el propósito, o si puede haber una justificación teórica, ética o de alguna clase para tanto sufrimiento.
Pero a lo largo de las páginas de este libro nos acercamos a un Chris/Alex cuya filosofía de vida puede parecer radical, pero está basada en una nobleza y una pureza que invitan a la reflexión y el recuerdo del ímpetu de la juventud. Sí, quizá sobrevaloró su capacidad, quizá pecó de arrogancia, quizá sólo era un chaval con sueños grandilocuentes que había leído demasiadas novelas de Jack London, pero… ¿cuántos de nosotros seríamos capaces de abandonar una vida acomodada en pos de nuestros sueños? Chris puede parecer a muchos un niñato que creía, por su posición social favorecida, que podía conseguir cualquier cosa. Pero el hecho es que tenía un ideal de vida e intentó conseguirlo con todas sus fuerzas. Donó su dinero, abandonó a su familia y se lanzó a una vida de penalidades con una sonrisa. Quizá estaba loco… pero ojalá todas las locuras fuesen como ésa.
Sean Penn llevó la historia de McCandless al cine en 2007. La película fue muy aplaudida e hizo que el viaje de Chris/Alex fuese conocido internacionalmente. Es un buen punto de partida para tener el deseo de bucear en las profundidades de una vida apasionante.
Uno de los motivos para admirar la figura del aventurero McCandless es comprobar la huella indeleble que dejó en muchas de las personas a las que conoció a lo largo de su periplo por las tierras del Norte. Conductores que lo recogieron, trotamundos que convivieron con él en campamentos de caravanas, lugareños que tuvieron la oportunidad de compartir con él noches de conversación. Todos lo recuerdan como un chico educado, amable, curioso y que daba calidad a los momentos. Todos tienen algo bueno que decir de él. Todos se han sentido mucho más tristes por su pérdida de lo que cabría esperar por la muerte de un conocido ocasional. Porque Chris/Alex tenía una personalidad, un encanto y una determinación únicas. Era una de esas personas que pueden inspirarte, cambiarte la vida.
Es una pena que no vayamos a conocerlo nunca en persona… pero podemos acercarnos a él a través de estas páginas. Podemos levantar el dedo junto a él hasta conseguir vehículo. Podemos montarnos en una barca y ayudarlo a bajar los rápidos de un río sin saber muy bien hacia donde estamos yendo. Podemos caminar por la Senda de la Estampida, el lugar de Alaska donde vivió sus últimos meses, y acompañarlo en ese trance final. Quizá en aquellos momentos estuvo solo… pero ahora nosotros estamos con él en el autobús de la línea 142. No vas a morir solo, Chris. Estamos aquí para cogerte la mano y sonreírte hasta el final. Porque quizá no calculaste bien y te fuiste antes de tiempo… pero vas a vivir dentro de cada una de las personas que lean Hacia rutas salvajes. Para siempre.
Título: Hacia rutas salvajes |
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[…] entender un modo de vida que trataré de explorar … sin llegar a la libertad extrema de «Into the wild» que daba título a aquella novela americana de Jon […]