Comentario sobre KOFMAN, Sarah: Autobioarañazos del gato Murr. Ginger Ape Books & Films, Málaga, 2020.
Las escuelas de pensamiento siempre se han apropiado de un animal totémico, al menos de uno. No comprenderíamos a Heráclito sin tener en cuenta al piojo de los pescadores de Homero. Muy difícil atender a Sócrates mayeuta o partero, sin saber cómo actúa el pez globo, algo de lo que bien podría decirnos mucho la misma Sarah Kofman. Y el Platón de Politeia casi ni si sostiene sin tener en cuenta la memoria y la fidelidad a su amo del perro, si bien los cínicos podrían burlarse del propio Platón abusando de la conducta de otro perro, el callejero o silvestre. Hegel prefería la ornitología nocturna y Nietzsche, en sus poemas de Zaratustra, acopia un zoológico entero. En el caso de la llamada deconstrucción, no sé qué hubiera sido de ella si Jacques Derrida no se hubiera paseado desnudo ante su gato o si Heléne Cixous no hubiese contemplado al suyo cazando. El gato es un animal a la vez doméstico y no domesticado o salvaje, literalmente unheimlich, es decir tan hogareño como extraño. Lo es el de Cheshire de Lewis Carroll, a veces risa pero ya sin gato. El black cat de Poe o ese pobrecillo de Schrödinger que está probablemente vivo o probablemente muerto en el mismo instante. Pero si he de elegir uno característico es este de Sarah Kofman, un gato erudito y autobiográfico, capaz de una bombástica idolatría de sí mismo, y que toma, como una suerte de injerto, greffe en francés, del escritor romántico E.T.A. Hoffmann. Y he aquí la primera gr de este arañazo o griffure. Que es el proyecto de hacerse con una grafía o, mejor el de deshacerse a través de ella, por completo impropia: «Escribir como un gato…, escribir de manera ilegible, emborronar con descuido el papel, trazar mala la letra, garrapatear. ¿Escritura de gato? Indescifrable.»[1]KOFMAN, Sarah: Autobioarañazos del gato Murr. Ginger Ape Books & Films, Málaga, 2020, p. 13. Hay un antropo (falo) logocentrismo que no se reconoce en la letra, que no la reconoce como letra. Tal vez una especie de secreto convulso, enigmático, como la filósofa entrevió en la dubitativa angustia de Freud: «Los hombres, como los niños, no se preguntan acerca de la mujer por interés teórico: se interrogan sobre ella porque los perturba, les produce miedo, les da una impresión de inquietante extrañeza.»[2]KOFMAN, Sarah: El enigma de la mujer. ¿Con Freud o contra Freud? Gedisa, Barcelona, 1997, p. 83. La gestión obscena de ese miedo es la violencia, ésa cuya existencia algunos niegan, que hacen de dicha negación una política llena de vileza, mientras que otros, todo hay que decirlo, a menudo obtienen un cínico beneficio de que dicha obscenidad sangrienta sobreviva.
La otra estrategia, no menos desoladora, es la del desprecio: «¿Y si un gato se pusiera a escribir, aspirara a ser, no un escribidor ni un escritorzuelo, sino un auténtico escritor? Nadie podría leerlo. ¿Pero querríamos leerlo? Al ser ilegibles, los signos de su escritura no se considerarían jeroglíficos, traducibles, llegado el caso, por un lector avezado conocedor del código: no se interpretarían como signos, siquiera incomprensibles, sino que se los despreciaría como a simples manchas de tinta carentes de sentido (de no ser, como el test de Rorschach, el sentido que proyecta el lector). Tomada al pie de la letra, una escritura de gato no es solo indescifrable, no precisa ser descifrada: no es escritura. Un gato no podría «escribir como un gato»; no podría escribir: la escritura es propia del hombre.» (ibidem). Eso que describimos como posible es también un régimen de propiedad y, por lo tanto, lo imposible opera, es el caso de Hoffmann, como una suerte de expropiación. En cuanto al desprecio, la filósofa sabe algo. Lo sabe como judía, como superviviente a la depuración racial. Pero también se ha de enfrentar a las seguridades de la víctima, que a menudo resultan por completo dogmáticas. Lo hace defendiendo por ejemplo a Nietzsche de un cargo que no le encaja, o por lo menos no lo hace en los justos términos que tantas veces quiere escribir hoy la historia del antisemitismo: «De manera general, leyendo, como hemos intentado hacerlo, los textos de Nietzsche en su pluralidad y en su complejidad, no podríamos, sin mala fe y sin una ceguera que se queda con su estricta literalidad, sacar una conclusión favorable a un antisemitismo de Nietzsche.»[3]KOFMAN, Sarah: El desprecio de los judíos. Nietzsche, los judíos, el antisemitismo. Arena, Madrid, 2003, p. 60.
Estas exculpaciones de la razón no se ejecutan sin costo, no ante el tribunal del sentimiento público, que suele ser inflexible.
Pozos y pirámides. Recuerda Kofman que el gato fue un animal sagrado en Egipto, en el país en el que Thot o Theuth inventó la escritura (p. 14). No es una mención en absoluto baladí, sino que nos lleva hasta el inicio, incluso hasta el mal pie o insolencia de partida en una amistad que fue tan importante como la de Jacques Derrida. A falta de una biografía de la pensadora, el trabajo de Ginette Michaud e Isabelle Ullern, que ha reconstruido los avatares de esa relación, a menudo complicada y tumultuosa, con una edición completa además de las cartas y postales enviadas por ella a Derrida, creo que seguirá siendo esencial. La primera de ellas, fechada el 11 de noviembre de 1968, en la que le ruega asistencia académica, debido al fallecimiento inesperado de Jean Hyppolite, su director de tesis, es también la oportunidad para que le muestre algunos reparos críticos a su lectura de Platón, singularmente a la publicada en dos números de la revista Tel Quel bajo el título de La farmacia de Platón, y que se refiere al mito sobre el origen de la escritura: «A propósito del texto de Fedro sobre la escritura, el mito de Theuth me parece ser esencialmente una escena de exposición, donde se trata de juzgar sobre el carácter viable o no de la escritura, como la que se realizaba en la antigüedad para reconocer si un niño expuesto era o no legítimo (ver Edipo). Toda la continuidad del texto, toda la escena de la familia de la que usted habla se explica por completo desde allí. A consecuencia de ello, Amnon no es el padre sino que más bien lo es Theuth. Pero es el dios el que, como en todas las ordalías, decide el valor o la ausencia de valor del ser expuesto, incluso si ese Dios es aquí el filósofo, si se vincula este texto al texto del Teeteto, en el que la pregunta es también la de juzgar la viabilidad o no de nuestros pensamientos, siendo la puesta en cuestión justamente el término empleado jurídicamente para hablar de la exposición.»[4]MICHAUD, Ginette y ULLERN, Isabelle: Sarah Kofman et Jacques Derrida. Croisements, écarts, différences. Hermann, Paris, 2018, pp. 156-157. Esta escena de exposición, omitida entonces por el receptor de esa carta, se convertirá pocos años más tarde, en Comment s’en sortir?, en el examen, que reconstruye minuciosamente Kofman, de las aporías paralizantes del sofista y las aporías movilizadoras que propone el filósofo.[5]KOFMAN, Sarah: Comment s’en sortir? Galilée, Paris, 1983, p. 53. Me atrevo a pensar que ese primer arañazo, tan gráfico como un graffiare, vuelve muchas veces. Lo hace hasta la muerte de la filósofa en 1994, con ese discurso fúnebre que no fue resuelto, no por completo, por parte de Derrida, quien decía por lo demás adiós tan bien. Y es que, en su guiño tierno, se entrevé la elisión de una escena, de la que esta primera carta podría ser la Urszene, aquello que está prohibido ver por más que se exponga o se vea: «Imposibles lo fuimos sin duda, el uno para el otro, Sarah y yo. Tal vez más que otros, o de otra manera, de mil maneras que no sabría decir. A través de tantas escenas en las que nos hemos encontrado juntos, a través de tantas escenas que nos hicimos el uno al otro.»[6]DERRIDA, Jacques: Cada vez única, el fin del mundo. Pre-Textos, Valencia, 2005, p. 182. Porque lo que se percibe es que cada uno discute, aminora, pone en sordina la legitimidad del otro, bajo toda suerte de estrategias. A lo mejor fueron ellos, uno para el otro, como el gato Murr, una permanente irrisión del narcisismo. Habría que leer sintomáticamente un texto que, pese a las numerosas protestas de la misma, pasó por la empresa más cumplida del discipulado. Estoy convencido de que a Derrida se le encendieron todas las alarmas ante Lectures de Derrida, al menos por lo que se refiere a Un philosophe «unheimlich», verdadero ejercicio de disección de los procedimientos de la deconstrucción, como si el inviable corpus hubiese devenido, de entrada, corpse, igual que en la lección de anatomía a la que vuelve Derrida en su despedida, y no tanto ante la lectura de Glas (Ça cloche), mucho más sumaria en comparación, o con el apéndice que supuso su aportación a un volumen del GREPH de 1977.[7]KOFMAN, Sarah: Lectures de Derrida. Galilée, Paris, 1984. Por cierto que el GREPH y el Colegio Internacional de Filosofía, en el que la filósofa se percibió, y no sin fundamento real, ninguneada, fue el motivo de las mayores querellas con Derrida.
Otro arañazo, otro rasguño o griffure lo da Kofman al privilegio no ya de la voz sino de lo visible, desde dentro mismo de lo que se llamaría escuela de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud), y que puede que sea uno de los libros más bellos de filosofía nunca escritos, porque se basa en una grafía del fos, de la luz, pero que hace del ver mismo una invención, un dispositivo, un cálculo, de tal manera que vemos a partir de la inversión de lo visto.[8]KOFMAN, Sarah: Cámara oscura de la ideología. Josefina Betancor, Madrid, 1975. Y eso significa también la escritura de un gato, un giro, una puesta del revés que es la apuesta para comprender la escritura humana. Murr es el rostro del autor en la cámara oscura. Algo así como el doble obviado. Y es que en esta Bildungsroman paródica, lo que leemos es una biografía doble de Murr y Kreisler (p. 67). Como si con el tema del doble, de la doblez incluso, no se adivinase incluso un rasguño, una griffure en la propia vida de Sarah Kofman. ¿Pero hay una vida propia? ¿No es toda ella, cualquiera de ellas, una red de apropiaciones, de robos, de expropio? Así que Kofman ha contado su vida, no ha hecho otra cosa cuando cuenta la historia de un gato, uno que no petrifica como la Medusa, porque sabe aún reír (p. 107), aunque puede que reír, hacerlo así, sea en verdad un privilegio de los desesperados. Y su historia, esta escena con la que se acerca al proscenio de la escritura antes de despedirse, se da entre dos calles (Ordener, Labat), entre dos madres y ningún padre. Hay algo de dureza huérfana, sí, en el estilo de Kofman: «El 16 de julio de 1942 mi padre estaba seguro de que lo iban a «recoger». Corría el rumor de que, para ese día, se preparaba una gran redada. Rabino de una pequeña sinagoga de la calle Duc en el distrito XVIII, salió temprano de casa para avisar al mayor número posible de judíos e instarlos a esconderse cuanto antes. Más tarde regresó a casa y esperó: temía que, si se escondía, su mujer y sus seis hijos de corta edad (tres niñas y tres niños, entre dos y doce años) serían apresados en su lugar. Esperaba y rogaba a Dios que vinieran a detenerlo para que su mujer y sus hijos pudieran salvarse. En un rincón de la habitación (el cuarto de mi padre, el más grande y bonito del piso, con paredes de madera y tapizado, el mejor amueblado, misterioso y revestido de un carácter sagrado, porque en él realizaba diversas ceremonias religiosas como matrimonios, divorcios y circuncisiones), yo observaba fascinada todos sus movimientos. El recuerdo del sacrificio de Isaac (cuya reproducción en una Biblia ilustrada, en la que había aprendido a leer hebreo de muy joven, me inquietó a menudo) rozó mi mente. Son las cuatro de la tarde. Llaman a la puerta. Mi madre abre. Un policía, con una sonrisa incómoda, pregunta: -¿El señor rabino, Bereck Kofman? -No está -contesta mi madre-. Está en la sinagoga. El policía no insiste. Se dispone a marcharse. En ese momento sale mi padre de una habitación en donde se había tumbado, y dice: -Sí que estoy aquí. ¡Lléveme!».[9]KOFMAN, Sarah: Calle Ordener, calle Labat. Cuatro, Valladolid, 2003, pp. 27-28.Un padre que da vida con su muerte, que ofrece el don de sobrevivir (le), aunque por último ese don, esa supervivencia se haga insoportable y el más gravoso de los pesos. El que le lleva a definirse, con una palabra ahogada, sofocada, como una intelectual judía que ha sobrevivido al holocausto. Porque el poros, el recurso con el que cuenta el padre para sacarlos de la aporía es el de su propia desaparición. Y esta escena, tremenda, será el signo de toda una serie larga de dobleces, de ocultamientos, de imposturas incluso, como la de cualquiera de aquellos supervivientes. El testamento de Kofman es un escrito sobrecogedor, no una conclusión sino un testimonio de lo que sólo en dos o tres ocasiones había quedado escrito, como una noticia privada que nos desfonda desde lo más interior y protegido. Sólo se me ocurre otro relato comparable por su contención, como una suerte de poética de lo que ha sido dejado atrás y es irreparable. Me refiero a Dora Bruder, de Patrick Modiano, y que hay que fechar también en la redada del Velódromo de Invierno de mediados de julio de 1942.[10]MODIANO, Patrick: Dora Bruder. Seix Barral/ Planeta, Barcelona, 2016. Pocas veces lo hizo Kofman, escribir su vida. Y cuando lo hizo sin subterfugios, por primera vez, fue también la última y se deshizo. Sobre ese resultado ya nos ha advertido antes, aunque sea a través de un gato: «Doble intención de toda biografía: poner distancia con el lector para suscitar la admiración y reducir las diferencias para hacer posible la identificación. Intención que supone una actitud de veneración teológica hacia el autor, sustituto del padre, y que no está exenta de ambivalencia. Toda autobiografía supone, pues, que el autor tenga una vida y un nombre propios, y un estilo, que sería, precisamente, el sello de su originalidad, su garra.» (p. 52). A lo mejor esto es todo lo que podemos decir hoy de ella, con este espacio. Porque lo no dicho, lo no pensado todavía, son las mejores gemas en la tumba de su nombre propio.
Título: Autobioarañazos del gato Murr |
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Referencias
↑1 | KOFMAN, Sarah: Autobioarañazos del gato Murr. Ginger Ape Books & Films, Málaga, 2020, p. 13. |
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↑2 | KOFMAN, Sarah: El enigma de la mujer. ¿Con Freud o contra Freud? Gedisa, Barcelona, 1997, p. 83. |
↑3 | KOFMAN, Sarah: El desprecio de los judíos. Nietzsche, los judíos, el antisemitismo. Arena, Madrid, 2003, p. 60. |
↑4 | MICHAUD, Ginette y ULLERN, Isabelle: Sarah Kofman et Jacques Derrida. Croisements, écarts, différences. Hermann, Paris, 2018, pp. 156-157. |
↑5 | KOFMAN, Sarah: Comment s’en sortir? Galilée, Paris, 1983, p. 53. |
↑6 | DERRIDA, Jacques: Cada vez única, el fin del mundo. Pre-Textos, Valencia, 2005, p. 182. |
↑7 | KOFMAN, Sarah: Lectures de Derrida. Galilée, Paris, 1984. |
↑8 | KOFMAN, Sarah: Cámara oscura de la ideología. Josefina Betancor, Madrid, 1975. |
↑9 | KOFMAN, Sarah: Calle Ordener, calle Labat. Cuatro, Valladolid, 2003, pp. 27-28. |
↑10 | MODIANO, Patrick: Dora Bruder. Seix Barral/ Planeta, Barcelona, 2016. |