Para él, todo era esférico. Todo iba y volvía a su inicio a pesar de las dificultades. Un yoyó, un bumerán. El destino era tan redondo como un anillo de compromiso engarzado en un dedo. Sin embargo, para ella, todo era recto. La vida era solo un paso detrás de otro, una línea que seguía hasta el infinito. Habían vivido su amor tocándose equivocadamente. Cada uno engañado con la geometría del otro. Él creía que habían estado unidos por la secante. Ella, por la tangente. Hubieran debido optar por la diferencia de conjuntos. Pero, para cuando se dieron cuenta, yo ya estaba diametralmente en medio.
