Déjala junto a la verja cuando esté preparada, que enseguida pasarán a recogerla, ha dicho el señorito. La mujer viste a la niña con la ropa de los domingos y la lleva hasta el portón mientras menea la cabeza en señal de negación. Con las prisas, no le ha colocado el pasador en el cabello como es debido. Ni puede pararse a entrever la posibilidad de que, un día, la aguja acabe clavada en el cuello del señor. Ni siquiera tiene un momento para despedirse antes de que vengan a buscar a la pequeña. Luego, ya con más calma, dispondrá de media vida para recordar a aquella hija que un día tuvo y que nunca fue.