“La vieja, la que sabe, está dentro de nosotras. Prospera en la más profunda psique de las mujeres, en el antiguo y vital Yo salvaje. Su hogar es aquel lugar del tiempo en el que se juntan el espíritu de las mujeres y el espíritu de La Loba, el lugar donde se mezclan la mente y el instinto, el lugar donde la vida profunda de una mujer es el fundamento de su vida corriente. Es el lugar donde se besan el Yo y el Tú, el lugar donde las mujeres corren espiritualmente con los lobos”
Clarissa Pinkola Estés – Mujeres que corren con los lobos.
El ser humano tiene diferentes dimensiones. Podemos encontrar la dimensión física, mental, emocional, energética y espiritual.
En el sistema patriarcal donde vivimos se refuerza lo mental, lo racional y cognitivo dejando a un lado el cuerpo, las emociones y por supuesto lo energético y espiritual.
Para tener salud, es necesario el equilibrio e implica darle lugar y valor a cada una de las dimensiones que conforman nuestro Ser.
Cuando vivía en Perú conocí a mujeres chamanas, curanderas y parteras y cuando participaba en ceremonias con ellas e identificaban algún dolor o daño en mi cuerpo, siempre me preguntaban cómo estaba mi vida, mi alma, mis relaciones, si me sentía triste o tenía rabia.
Ellas tenían muy presente el enfoque holístico de la salud como mujeres sanadoras y además de curar el cuerpo, fui consciente de cómo también curan las emociones y el espíritu a través de diferentes técnicas ancestrales.
Fue en Latinoamérica donde participé por primera vez en un círculo de mujeres y al escuchar términos como “Mujer medicina” “El principio divino de lo femenino”, “Culto a la Madre Tierra” o “El movimiento de la diosa” me saltaban las alarmas en forma de prejuicios y asistía a estos encuentros desde una posición defensiva.
Me sorprendía a mí misma una y otra vez juzgando lo que estaba pensando en vez de sentir y disfrutar del proceso de aprendizaje.
Hasta que empecé a comprender lo que me estaba pasando.
Como dice Lorena Cabnal de la Red de Sanadoras Ancestrales de Feminismo Comunitario de Guatemala:
“El sistema patriarcal no se espera que nosotras dancemos con las fases lunares, que reconciliemos nuestras menstruaciones, que rompamos la enemistad histórica entre mujeres y nos reconozcamos y nos nombremos reconociendo la sabiduría sanadora y plural de las mujeres. Sanarnos es un acto personal y político y pasa por recuperar el territorio-cuerpo con el territorio-tierra como una hermosa posibilidad para la vida. Y sanarnos también es una apuesta feminista. Nosotras decimos: sanando tú, sano yo y sanando yo, sanas tú”
Cuando conocí el Feminismo Comunitario y el poderío de las mujeres sanadoras, chamanas y curanderas en Latinoamérica fui dándome cuenta de cómo una de las estrategias patriarcales ha sido arrebatarnos a las diosas, deidades femeninas y mujeres referentes que hacían uso de la sabiduría ancestral femenina para encontrar el propio poder de curación que todas tenemos.
Estas mujeres me contaban acerca de los retos personales a los que tuvieron que enfrentarse para cumplir su sueño y dedicarse a la medicina natural en un mundo patriarcal y de cómo sus ancestras les mandaban fuerza para continuar con el legado.
Ellas también me enseñaron la importancia de proteger la energía porque nuestro cuerpo es un templo sagrado y reconocer este principio como un acto de amor propio, también a tener en cuenta las fases de la luna observando sus efectos a lo largo del ciclo menstrual, a honrar mi linaje ancestral femenino reconociéndome hija y nieta de las mujeres de mi familia y dándoles su lugar respetando su fortaleza y perdonando sus errores.
Ellas también me enseñaron que las mujeres tenemos una poderosa relación con las plantas porque el contacto y el culto a la tierra ha sido practicado desde tiempos ancestrales y estas prácticas eran fuente de sanación y empoderamiento de las niñas, adolescentes y mujeres de la comunidad.
Ellas también me recordaron que en mi familia también habían mujeres sanadoras y que parte de mi trabajo en esta vida era conocer e investigar más sobre ellas porque probablemente fueron tachadas de “locas” y “brujas” y tuvieron que esconderse cuando practicaban el arte de ayudarse a sí mismas y a otras a sanar desde la raíz.
Empecé a comprender que parte de los juicios que lanzaba contra otras mujeres que incluían la dimensión espiritual en su día a día era una de las consecuencias de años de historia patriarcal dentro de mi cuerpo y memoria.
Tomé conciencia del miedo y la resistencia a reconocer a la mujer sanadora que habita en mí pues el sistema es perverso y no le interesa que las mujeres tomemos las riendas de nuestras propias vidas siendo conocedoras de nuestro poder interno.
El sistema patriarcal ha creado la socialización de género para que vayamos aprendiendo e interiorizando que lo femenino tiene que ver con la sumisión, docilidad y ser para los otros mientras que lo masculino está asociado al poder, la acción y el ser para sí mismo.
Otra de sus estrategias ha sido eliminar a las referentes femeninas de nuestra dimensión espiritual colocando a un solo dios masculino y castigador y entonces, el patriarcado se hizo dios.
Lilit, Atenea, Bastet, Isis, Gea, María Magdalena, Yemanyá, Baubo, Pachamama, Kali, Ixchel… son solo algunas de las diosas y deidades femeninas que estuvieron presentes en diferentes culturas y que hoy apenas se nombran.
Y esto no es casualidad.
Hemos nacido y crecido en un contexto histórico y cultural en el que hablar de espiritualidad da miedo y causa rechazo.
Y si unimos la dimensión espiritual con el movimiento feminista, más todavía.
Cuando era niña e iba al colegio, recuerdo que no aparecían mujeres sanadoras y poderosas en los libros de historia o de religión. Durante esta época, a veces me obligaban a ir a misa y recibía mensajes que asociaban el cuerpo de las mujeres como el origen del mal y la culpa era una emoción que flotaba de manera muy presente en el discurso del hombre sacerdote mientras me preguntaba por qué las mujeres no podían ser también sacerdotisas en esa religión.
Entonces fui creciendo y el feminismo llegó a mi vida.
Comencé un arduo trabajo de toma de conciencia de mis propios mandatos de género asociados a este tipo de mensajes y a cuestionar la ausencia de las mujeres como referentes históricos, sociales y espirituales.
Como psicóloga, tengo especial curiosidad por la psicoterapia transpersonal que integra los aspectos espirituales y trascendentes de la persona a la dimensión física, mental y emocional, pudiendo ampliar la toma de conciencia de nosotrxs mismxs.
Y otra de las corrientes con las cuales me identifico profundamente es con la psicoterapia feminista que pone el foco en incorporar la perspectiva de género en la psicoterapia teniendo en cuenta las consecuencias que el sistema patriarcal tiene para la salud.
Considero a la psicología como un campo de saberes que tienen que ver con la sanación del ser humano, y si hacemos uso de un Feminismo Espiritual integrador, quizá estemos encontrando una de las claves para que la sanación de las mujeres también se convierta en un acto personal y político.
Sanarnos implica tomar conciencia, empezar un camino de autoconocimiento y poner en práctica estrategias de autocuidado de manera consciente para recuperar la capacidad de darnos calor, apoyo y placer.
Como dice la Abuela Margarita, maestra curandera mexicana:
“Cuando quiero algo, me lo pido a mí misma”
Integrar el Feminismo con la Espiritualidad también tiene que ver con encontrar el poder que habita dentro de nosotras haciendo memoria y recuperando el saber ancestral de las mujeres.
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