The Haunting of Hill House (La Casa Encantada) es quizás el trabajo más redondo de Shirley Jackson. Publicada en 1959, la novela recrea los días de cuatro personas, el doctor Montague, Luke, Theodora y la narradora Eleanor, en las vivencias de un verano en el que tratan de investigar los fenómenos sobrenaturales que se dan en la llamada Hill House, una vieja mansión de Nueva Inglaterra, la Casa de la Colina.
Los verdaderos antecedentes de esta novela, a nuestro juicio, no son las tradicionales historias de fantasmas inglesas de M.R. James o Sheridan LeFanu, ni siquiera la ficción gótica de Edgar Allan Poe, sino los cuentos fantasmales de Henry James. The Turn of the Screw (Otra Vuelta de Tuerca, 1898), por ejemplo, la célebre novela corta sobre una joven solitaria e imaginativa en una gran casa aislada; y claro, The Jolly Corner (El Rincón Feliz, 1908), la historia de un esteta de mediana edad que deambula por las habitaciones vacías de la casa de su infancia, obsesionado por el espectro del hombre que habría sido si hubiese vivido su vida de manera diferente. Si las historias de fantasmas constituyen un género pequeño, su subgénero -la historia de fantasmas psicológicos y categoría a la que pertenecen The Haunting of Hill House y los cuentos de Henry James-, es aún más pequeña. El efecto literario que llamamos horror gira, por tanto, en la disolución de los límites entre los vivos y los muertos, por supuesto, pero también, a un nivel más crudo, entre la parte exterior del cuerpo y todo lo que debería permanecer dentro. David Punter habla de «exploración de la paranoia, el miedo de la intrusión de lo inhumano, la alienación que acompaña a las divisiones entre grupos sociales y entre áreas de conocimiento y sentimiento»[1]PUNTER, David. The Literature of Terror. New York: Longman, p. 314.
En la historia psicológica de fantasmas, el límite de disolución es el que existe entre la mente y el mundo exterior. En este sentido, The Haunting of Hill House puede que sea la más americana de las novelas de terror gótico. Y no nos referimos a los orígenes de la novelista ni a los de su obra, sino que lo que es más americano es precisamente la existencia de «la cosa gótica», como lo definiría Lloyd-Smith[2]LLOYD-SMITH, Allan. 2004. American Gothic Fiction: An Introduction. London: Bloomsbury Publishing, p. 72, la figura de ese enigmático «algo más», repleto de significados indescifrables, y que tanto frecuenta la novelística gótica norteamericana. Aquello supuestamente inquietante en Hill House resulta tan ambiguo que el estado psicológico de Eleanor llega a ser cuestionado cuando, por ejemplo, aparece escrito en la pared «Ayuda Eleanor vuelve a casa»[3]JACKSON, Shirley. 1959. The Haunting of Hill House. New York: Viking Press, p. 103 (todas las traducciones del original son nuestras) y Theodora, epítome de la ambigüedad, le dice que «por supuesto, te lo escribiste a ti misma»[4]Ibíd., p. 105. Esta ambigüedad es la característica más inquietante de la novela, ya que no puede determinarse si Eleanor delira o si la casa verdaderamente la posee. Y es que Eleanor, por más que la casa sea terrible, es desde mucho antes una mujer mentalmente dañada, que pasó toda su vida adulta cuidando de su madre enferma –y enfermiza-, recientemente fallecida, mientras su hermana se casó y formó una familia. Incluso comienza la narración de Jackson con Eleanor todavía bajo la tutela de su hermana y su cuñado. El viaje propuesto por el antropólogo Montague le ofrece la oportunidad de escapar, de hacerse a sí misma. Excepto por el hecho de que el lugar elegido es un lugar monstruoso. Pero volveremos más tarde sobre esto.
La novela de Jackson ofrece al crítico un centenar de caminos diferentes para tomar, en términos de análisis.
Quizás el más obvio es el concepto de «extrañeza» en el texto, entendido en términos de género y sexualidad. Esto es, considerando los tropos y las señales del período, es tan directo como puede ser un libro escrito a finales de los años cincuenta, sin que los editores se viesen particularmente molestos o afectados. Las implicaciones sobre Theo y su compañera de piso no son fáciles de obviar. Como tampoco lo es el aferramiento de Eleanor hacia ella, después de que cualquier sentido de la sexualidad le haya sido negado por su reclusión en la vida adulta: su apego intenso a Theodora y sus intentos reflexivos de forjar un apego hacia Luke están expuestos con cierta franqueza. Quizás sea La Casa Encantada una de las primeras piezas con una notoria subtrama queer. Pero no es ese el aspecto fundamental que, a juicio de quien suscribe, posee la novela, sino más bien un camino de doble dirección, focalizado en torno al sentido profundo y premonitorio de aislamiento que impregna todo el texto, así como a las implicaciones de la arquitectura como motor del mal.
El aislamiento de Hill House es una experiencia tanto individual como grupal: se atribuye la malignidad de la casa a individuos vulnerables del tipo de Eleanor -que es la imagen absoluta de sí misma, encerrada y restringida- como también a que el edificio en cuestión aísle a sus habitantes en la terrible y silenciosa soledad de las colinas. La frase que persiste desde el capítulo inicial, «quien ande en su interior, anda solo»[5]Ibíd., p. 5, produce un singular escalofrío por la columna vertebral, pero es difícil determinar el motivo inicialmente. El primer párrafo, de hecho, es un bello ejemplo de la prosa de Jackson y de lo opresivo y espeluznante del paisaje que pinta: «Ningún organismo vivo puede prolongar su existencia durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta sin perder el juicio; hasta las alondras y las chicharras sueñan, según dicen. La casa de la colina, que nació mal, se levantaba aislada contra el fondo de sus colinas, almacenando oscuridad; llevaba así ochenta años y así podría seguir otros ochenta. Dentro, las paredes mantienen su verticalidad, los ladrillos se entrelazan limpiamente, los suelos aguantan firmes y las puertas permanecen cuidadosamente cerradas; el silencio pesa sobre sus maderas y sus piedras, y lo que ande en su interior, anda solo»[6]Ibíd., p. 5.
Esa es una descripción que puede dejar sin aliento a una persona curtida. No hay nada directo en el enfoque; nada en la mayoría del texto. Su efecto, sin embargo, es innegable. La cuidadosa yuxtaposición de implicaciones e imágenes -una casa que no está cuerda, pero que también parece ser la imagen de la decencia; el silencio que tiene peso físico, que podría establecerse de forma constante- y la implicación tan desagradable de la palabra «lo que» (whatever, en el texto original) como algo opuesto, digamos, a «quien», que le daría tintes de «humano» al conjunto. La palabra última, ese «solo», tiene el peso de la finalidad. El mismo párrafo se repite después del repentino suicidio de Eleanor en las últimas páginas de la novela, una vez que la casa es abandonada a sus propios medios de nuevo, cerrando el texto con la frase exacta que lo inicia: «lo que ande en su interior, anda solo»[7]Ibíd., p. 174. Jackson utiliza Hill House para examinar el principio gótico de «lo siniestro». Esto es, aquello que Freud describe como algo espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás[8]Vid., a este respecto, FREUD, Sigmund. 2006. «Lo Siniestro», en Obras Completas 7, CIX. Trad. Luis López-Ballesteros y de Torres. Madrid: Biblioteca Nueva, pp. 2483-2505.. Por tanto, el sentimiento de lo extraño -en el original, «das Umheimlich»- se relacionaría con la aparición de una imagen originada en la infancia del individuo o de la raza. Por tanto, aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo antiguo, a lo que es familiar.
Así, las irregularidades góticas de Hill House pueden considerarse ominosas o siniestras, ya que la casa obliga a los habitantes a reevaluar sus percepciones de la realidad y reconocer que habían confiado tan ciegamente en sus «sentidos de equilibrio y de la lógica»[9]Jackson, Op. Cit., pp. 76-77 que «la mente podría luchar de forma salvaje»[10]Ibíd., p. 77. Jackson asume que la maldad de la casa viene de su propia estructura, ya que «cada ángulo tiene una ligera incorrección»[11]Ibíd., p. 75 y «el resultado de todas esas pequeñas aberraciones en las medidas se añade a la gran distorsión de la casa como un todo»[12]Ibíd., p. 76. Al dejar claro que la raíz de lo siniestro radica en el diseño mismo de la casa, Jackson está explorando cómo el núcleo o la médula de un ente podría no ser como inicialmente aparece, ya que nuestros «patrones estables y familiares»[13]Ibíd., p. 77 tratarían de pasar por alto la evidencia de la verdad. Sin embargo, Shirley Jackson invierte, en varios sentidos, el concepto, puesto que Hill House no es exactamente lo familiar convertido en extraño, sino que, en su lugar, es una casa repugnante, nauseabunda y embrujada, convertida en familiar por Eleanor cuando dice estar en casa y que Hill House le pertenece[14]Ibíd., p. 173. Al abrazar Eleanor la casa como su hogar, Jackson está expresando que la casa misma, y las cosas terribles que suceden allí, emergen y expresan su vida interior. Por lo tanto, al entregarse a la casa, Eleanor se rinde a sí misma.
La casa es la fuente de lo siniestro, el lugar que magnifica y casi disciplina el aislamiento. Como señalará el Dr. Montague, esto es lo inquietante en el sentido tradicional del lugar enfermo, en lugar de un espíritu específico o presencia fantasmal: «la maldad es la casa en sí»[15]Ibíd., p. 59. La geometría de la casa está errada; tal vez haya sido así desde el momento en que fue construida, y tal vez, sólo tal vez, haya influido en sus constructores para crearla de ese modo y manera. Sin embargo, cerca del final, también descubrimos que el constructor, Hugh Crain, había creado para sus hijas un perturbador libro de recuerdos, una suerte de guía religiosa llena de ilustraciones inapropiadas y terribles. Queda entonces implícito, a nuestro entender, que tal vez la construcción no fue tan casual después de todo. A lo largo de la exploración de las facetas y lugares enfermos de la casa, los otros personajes se vuelven cada vez más angustiados, y sin embargo, la originalmente temerosa Eleanor se centra cada vez más en sí misma y en su concepto de pertenencia a la casa. Nos trata, incluso, de sugerir que se irá con Theodora a su casa, salvo por que ésta tiene a su «amiga» de vuelta, esperándola, y no está interesada en recoger a las almas perdidas.
El aislamiento que Eleanor siente es intenso. Ella es la preferida de la casa puesto que también ha sido rechazada en sus intentos de formar una relación con Theo o Luke. Llegó a Hill House sola, y sola quedará para siempre, muerta, y probablemente caminando dentro de la temible casa. Ésta, aparentemente, ya ha hecho su elección consciente y hunde sus garras en la pobre, indefensa y virginal Eleanor, llevándose su alma consigo. Los otros personajes muestran sus propios modos de aislamiento: Luke es el joven sin madre, de pasado turbio y cuya familia no se preocupa por él; el Dr. Montague es el abnegado marido de una esposa espiritista que no respeta su trabajo; Theodora, con su ambigüedad sexual y temporalmente distanciada de su compañera… pero es Eleanor el personaje sobre el que pesa todo el concepto de aislamiento.
El resultado, por supuesto, es la muerte. Eleanor está aislada en términos de su sentido del yo, de su independencia personal y en consecuencia, no comprende otro sentido de la sexualidad, el afecto o las relaciones que no sea dependiente ni forzado. Ella es, como vemos en su camino a Hill House, propensa a largas fantasías y vuelos de imaginación. También miente habitualmente, ya que no tiene historias propias que contar o que esté dispuesta a admitir. Para Eleanor, no hay nada que tenga derecho a reclamar como propio hasta el momento de su suicidio, cuando, en sus propias palabras, escuchamos: «Lo estoy haciendo de verdad, yo sola, por fin; soy yo, realmente yo, yo sola»[16]Ibíd., p. 174. The Haunting of Hill House, entonces, nos deja con el terror claustrofóbico y tan cuidadosamente construido de la monstruosidad de la ubicación, de esa arquitectura enfebrecida, podrida, pero también ante la conciencia tierna y miserable de la vida corta, controlada y penosa de Eleanor. Ella, incapaz de captar el futuro de la misma manera que Theo, aunque se pueda intuir que, tal vez, encontrarse con Theo y sentir pasión por ella la haya cambiado de una manera real. No es posible que esta mujer herida, extraordinaria –uno de los personajes femeninos más fascinantes de toda la literatura norteamericana contemporánea- pueda vislumbrar una continuación de sí misma, una vez expulsada de Hill House y devuelta a su vida no deseada, por lo que decide terminar con ella en un momento tan voluntario como individualmente poderoso.
Cuánto es lo que Shirley Jackson ha hecho en esta novela y cuánto lo que ha hecho a la vez: nos ha referido la mejor historia posible sobre una casa embrujada, sin duda, pero también la gran y cuidadosa representación de la experiencia femenina en un mundo tan claustrofóbico como los malos ángulos de Hill House. Jackson trabaja sobre capas y capas de implicación, con una prosa densa y argumentos hechos sin palabras. Es una obra maestra, en verdad, y por multitud de razones diferentes, pero, por encima de todo, es aterradora.
Una novela de horror real, lento, ansioso y constante.
Referencias
↑1 | PUNTER, David. The Literature of Terror. New York: Longman, p. 314 |
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↑2 | LLOYD-SMITH, Allan. 2004. American Gothic Fiction: An Introduction. London: Bloomsbury Publishing, p. 72 |
↑3 | JACKSON, Shirley. 1959. The Haunting of Hill House. New York: Viking Press, p. 103 (todas las traducciones del original son nuestras) |
↑4 | Ibíd., p. 105 |
↑5, ↑6 | Ibíd., p. 5 |
↑7, ↑16 | Ibíd., p. 174 |
↑8 | Vid., a este respecto, FREUD, Sigmund. 2006. «Lo Siniestro», en Obras Completas 7, CIX. Trad. Luis López-Ballesteros y de Torres. Madrid: Biblioteca Nueva, pp. 2483-2505. |
↑9 | Jackson, Op. Cit., pp. 76-77 |
↑10, ↑13 | Ibíd., p. 77 |
↑11 | Ibíd., p. 75 |
↑12 | Ibíd., p. 76 |
↑14 | Ibíd., p. 173 |
↑15 | Ibíd., p. 59 |
[…] aquella una casa infernal, gracias a su aborrecible propietario, como lo fueron después la Hill House construida por Hugh Crain[8]Vid., JACKSON, Shirley. 1959. The Haunting of Hill House. New York: Viking Press (publicada en […]