«Que no está muerto lo que yace eternamente…». Y por eso este libro. Porque Lovecraft siempre estará ahí. Y porque esas palabras son el fundamento de las aventuras con las que Derleth dio continuación al legado de Los Mitos de Cthulhu. Mitos que se llaman así gracias también a él, pues no sólo perteneció al Círculo de Lovecraft. August Derleth, junto con Donald Wandrei, tuvo que fundar la editorial Arkham House para poder publicar los relatos de Lovecraft (ya fallecido entonces) que otras editoriales rechazaron anteriormente. Y es que el «conde e’Erlette» contó con el aprecio y el respeto del maestro del terror cósmico y no cabe duda alguna de que le correspondió con creces. Aunque hay quien considera que no fue así del todo, pues argumentan que los relatos de Derleth basados en fragmentos y notas de Lovecraft, y publicados bajo la firma de ambos, eran en realidad creación únicamente de Derleth, quien se sirvió del nombre del padre del cosmicismo como reclamo comercial. Personalmente, creo que no son más que rumores difamatorios, que si fuera verdad podría haber hecho lo mismo con el libro que nos ocupa (y que sólo firma él) y tampoco entiendo qué sentido tiene reprocharle utilizar como reclamo el nombre de un autor cuya obra no se preocupó por conservar y ampliar nadie más que él. Pero volvamos a las palabras del principio, a aquello que no está muerto. A la terrible entidad que yace en las profundidades de nuestro mundo esperando el momento para resurgir. El ser más emblemático de la cosmología de Lovecraft y cuyas huellas han de seguir los protagonistas de esta obra de Derleth con el fin de evitar su advenimiento. Hablemos de El rastro de Cthulhu.
Empezar diciendo que no se trata de una novela al uso, sino que se compone de cinco narraciones contadas por distintos protagonistas. Cinco historias relacionadas entre sí y ordenadas cronológicamente que tienen como hilo conductor las investigaciones del doctor Laban Shrewsbury y su empeño en frustrar los planes de aquellos que veneran a Cthulhu. Y me doy cuenta de que a quienes no estén familiarizados con la mitología lovecraftiana se les puede estar haciendo un poco pesado tanto Cthulhu. ¡Pues no les queda! Pero vamos a hacer una pequeña introducción a esta cosmogonía para poner en situación a los profanos. Y vamos a hacerlo con un extracto del Texto de R’lyeh:
«… aquellos que hicieron la guerra contra los dioses Arquetípicos, los Primordiales, dirigidos por el dios ciego e idiota, Azathoth, y Yog-Sothoth, que es Todo en Uno y Uno en Todo, y que no conocen límites de tiempo ni espacio, y cuyos representantes son ‘Umr At-Tawil y los Arcaicos, que sueñan eternamente con el momento en que gobernarán una vez más, a quienes pertenecen la Tierra y todo el universo del que ésta forma parte… El Gran Cthulhu se alzará desde R’lyeh, Hastur el Inefable regresará de la estrella oscura que está en las Híadas cerca de Aldebarán, el ojo rojo del toro, Nyarlathotep aullará por siempre en la oscuridad donde mora, Shub-Niggurath engendrará a sus mil crías, y éstas engendrarán a su vez y se harán con el dominio de todas las ninfas de los bosques, los sátiros, los duendes y los trasgos, Lloigor, Zhar e Ithaqua cabalgarán por los espacios interestelares […]. Esperan junto a las puertas, pues el momento se aproxima, la hora está cerca…»
Esta retahíla con los nombres de los Primordiales o Primigenios (prefiero este segundo término) se repetirá a lo largo del libro casi como un mantra. Pero lo que ahora nos interesa saber es que «El Gran Cthulhu» es uno de ellos y que el momento de su vuelta está próximo. Más de lo que cabría esperar. Además, no se encuentra solo, pues existen ciertos cultos y en especial una raza de criaturas que aguardan su retorno. ¿Y por qué Cthulhu y no cualquier otro de los Primigenios? Pues porque resulta que, mientras que otros están a tomar viento, perdidos por el cosmos, él yace en el interior de la ciudad sumergida de R’lyeh, la cual se encuentra en el Pacífico Sur. Y porque ¿a quién no le va a gustar lo que Lovecraft describió como un monstruo descomunal de «contornos vagamente antropoides, pero con una cabeza de pulpo cuyo rostro era una masa de tentáculos, un cuerpo escamoso que sugería cierta elasticidad, cuatro extremidades dotadas de garras enormes, y un par de alas largas y estrechas en la espalda»? Pues eso. Y hechas las explicaciones pertinentes, vamos con la historia que nos ocupa.
El libro empieza con La casa de Curwen Street, que es «El manuscrito de Andrew Phelan». Ahí tenemos el nombre de nuestro primer protagonista. Y todo se inicia con un anuncio en el periódico que ofrece «ventajas económicas» para un «joven fuerte, inteligente y de poca imaginación» con «alguna capacidad secretarial». Así es como Andrew Phelan, interesado por la oferta, se dirige a la dirección indicada en el anuncio: el 93 de Curwen Street. Pero primero consulta la guía telefónica, donde encuentra que quien vive allí es un tal profesor Laban Shrewsbury, por lo que hace una parada en la Universidad Miskatonic para tratar de averiguar algo acerca de este individuo antes de ir a conocerle. Lo único que descubre es que es el autor de Una investigación sobre los modelos mitólogicos de los primitivos actuales con especial referencia al Texto d R’lyeh, lo cual escapa a su campo de conocimientos, pero tampoco le genera rechazo. Ahora sí, a casa del profesor Shrewsbury. Y cuando éste le abre la puerta, nuestro protagonista se encuentra con un hombre mayor de rostro afeitado, barbilla un tanto prognata, labios fruncidos, nariz aguileña y mirada oculta bajo unas gafas de sol con cristales laterales. Nuestro protagonista resulta apto para el trabajo y de inmediato se pone a ello, pues el profesor espera una visita y le indica que se oculte en un cuarto contiguo para tomar notas de la entrevista que va a tener lugar. El visitante, un marinero, da detalles de un espantoso ritual que presenció cerca de Salapunco y en el que se nombró a Srooloo (otro de los nombres de Cthulhu). Y la conversación termina abruptamente cuando el profesor se levanta e indica a su invitado que debe marcharse con sigilo por la puerta de atrás. Justo después, se presenta en la puerta principal un desagradable individuo de aspecto batrácico y dedos palmeados que apesta a mar. Pregunta por el marinero y Andrew, siguiendo indicaciones del profesor, contesta que no conoce a tal persona, por lo que el segundo visitante se marcha también. Y con esto ya tenemos los primeros ingredientes de unas aventuras que incluyen un hidromiel que permite realizar viajes astrales, seres monstruosos de alas negras como medio de transporte, habitantes de las profundidades y otras aberraciones.
En el siguiente relato, El vigilante que vino del cielo, será el propio Andrew Phelan (dado por desaparecido en estos momentos) quien cuente con la ayuda del protagonista: Abel Keane, un estudiante de teología. Y en esta ocasión, el escenario en el que tienen que llevar a cabo su misión no es otro que Innsmouth, la ciudad cuyos muelles habían sido demolidos por las autoridades en 1928 en una operación que incluyo bombardear el cercano Arrecife del Diablo. Y quien quiera saber sobre las causas de ese acontecimiento, deberá leer La sombra sobre Innsmouth de Lovecraft. Aunque lo que condujo al gobierno a realizar aquel ataque no difiere de aquello que ha requerido la presencia de Andrew Phelan y Abel Keane en la ciudad maldita. Pues resulta que la Orden Esotérica de Dagon sigue operando en la zona. Y aquí tenemos un verdadero episodio relacionado con los Profundos, pues en el relato anterior aparecían actuando como una mera organización silenciadora.
En El barranco de Salapunco es Claiborne Boyd quien, siguiendo las investigaciones de su difunto tío abuelo (muerto en extrañas circunstancias) y guiado por las extrañas apariciones de Shrewsbury, deberá internarse en la selva cerca de Machu Picchu para acabar con los siniestros actos que allí están llevando a cabo los adoradores de Cthulhu.
La cuarta narración, El guardián de la llave, pertenece a Nayland Colum. Se trata de un escritor cuya novela, Los vigilantes del tiempo, llama la atención del profesor Shrewsbury por su contenido. Así que le recluta y se embarcan en un viaje a través del desierto en busca de la Ciudad sin Nombre con la intención de hallar el original del Al Azif: el libro escrito por el árabe loco Abdul Alhazred y que acabaría convirtiéndose en el Necronomicón.
Para terminar el libro contamos con el testimonio de Horvath Blayne en La Isla Negra. Nuestro último protagonista es un arqueólogo que se encuentra en un bar de Singapur con un grupo de caballeros (a los que ya conocemos) que le introducen en su conversación y finalmente le invitan a participar en su empresa. Además, el señor Blayne resulta ser descendiente de una de las familias más conocidas de Innsmouth: los Waite.
Y Derleth da un papel trascendental a los Byakhee, las criaturas aladas que acuden a la llamada de nuestros héroes cuando han de escapar. Estos seres, sacados de El ceremonial de Lovecraft y que no tenían nombre hasta que Derleth se lo dio, sirven al dios Hastur el Innombrable. También conocido como Aquél Cuyo Nombre No Debe Ser Pronunciado, este dios es el gran enemigo de Cthulhu y por eso cuentan los protagonistas con su ayuda. Si no, de qué. Y el propio Hastur es a su vez un homenaje de Lovecraft al libro de relatos de terror El Rey de Amarillo de Robert William Chambers. Vamos, que esta obra de Derleth es puro deleite para aquellos que hayan leído Los Mitos. Y para los no iniciados es una manera excelente de tomar contacto con el universo lovecraftiano; un universo en el que estamos aparentemente a salvo gracias a nuestra ignorancia. Y con estas palabras del maestro de Providence me despido:
«La cosa más misericordiosa del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos… algún día el empalme del conocimiento disociado abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad, y de nuestra posición espantosa en la misma, que nos volveremos locos por la revelación o huiremos de la luz a la paz y seguridad de una nueva Edad Oscura».
Título: El rastro de Cthulhu |
---|
|