Tras una campaña más de Navidad y Reyes ha vuelto a visualizarse que en muchas de nuestras ciudades y barrios, por contra a como ocurriera hace años, que estas últimas semanas han pasado sin pena ni gloria para el llamado pequeño comercio o comercio tradicional.
Varias son las causas de ello y que según el caso tienen más o menos incidencia en el fenómeno. Algunas van por barrio pero otras trascienden mucho más allá de los mismos. Lo que, en cualquier caso, está llevando al cierre a millares de establecimientos desde hace mucho tiempo.
Tocar a rebato: el Centro Comercial
En primer lugar, los grandes centros y áreas comerciales en los que se agolpan conocidos grupos multinacionales de diferentes sectores, que inundan consumidoras y consumidores atraídos por su variopinta oferta tanto comercial como de ocio.
Para colmo y por lo general, su ubicación en la periferia de las ciudades desaloja las tradicionales zonas comerciales del interior de las mismas.
Sobre todo en pequeñas y medianas poblaciones, donde son los propios ayuntamientos quienes promueven y favorecen la instalación y desarrollo de estos macro centros imbuidos por un insensible sentido de la modernidad y el desarrollo urbanístico que se justifica con el redundante argumento de la creación de nuevos puestos de trabajo.
Eso sí, sin tener en cuenta que la inmensa mayoría de dichos empleos serán en precario mientras a su vez destruyen otros tantos en el comercio local más estables y mejor remunerados.
Peor aún, sin tener en cuenta que se trata de compañías foráneas con escasa tributación en muchos casos y en el que su aporte a la comunidad no pasa más allá de su mero interés promocional.
Además de que por su gigantesca potencialidad desarrollan estrategias que les permite trabajar en muchas ocasiones con pequeños márgenes comerciales en sus regiones de implantación mientras multiplican a su vez el mismo en sedes radicadas en otros países con enormes beneficios fiscales.
E-commerce
Por otro lado el fenómeno del comercio online resulta imparable. Otra cosa es que, como en otros muchos ámbitos, sea un puñado de oligopolios los que acaben acaparando el sector.
Lo cierto es que ello aunque pueda resultar un instrumento útil en determinados casos a pequeños comerciantes, como viene sucediendo a lo largo de los últimos años ante el deterioro de las tiendas físicas, estos últimos sólo podrán encontrar en la especialización su verdadera tabla de salvación.
De hecho los Marketplace de los grandes operadores y de los que Amazon es el principal ejemplo vienen a ser en realidad toda una fuente de información sobre las necesidades y preferencias de los consumidores de las que tarde o temprano se acaban apropiando gracias a sus enormes e implacables medios hasta acabar reemplazando a sus presuntos competidores.
Si bien es un hecho que el comercio online va a acabar suplantando en su mayor parte al comercio tradicional, no es menos cierto que tampoco se procura desde las instituciones de la Unión Europea una fiscalización debida para esos gigantescos oligopolios transnacionales.
No en vano se ha llegado a dar el caso de que la filial de Amazon en Europa, radicada en Luxemburgo -uno de los inauditos paraísos fiscales para grandes empresas en el mismísimo corazón de la UE-, no pagó ni un solo euro en impuestos en 2022 a pesar de haber facturado más de 50.000 millones el ejercicio anterior.
Un dato que la compañía justifica de forma impune aduciendo la suma total de las tasas y cargas propias de la actividad. Ni más ni menos las mismas que las del resto de mortales.
Capitalismo inmisericorde
Pero quizás donde esté la raíz de este entramado nefasto para el pequeño comercio y con ello para el aspecto cada vez más desolador de nuestras calles y barrios es el modelo de sociedad construido hace décadas.
Un modelo inducido en aras del culto al individualismo, a la avaricia, la codicia y una desmedida obsesión por el tan cacareado ascenso social tomando como referencia para ello la acumulación de pertenencias.
La consecuencia directa es el desprecio al bien común, la solidaridad y todo tipo de consideración por el vecino y por ende a sus negocios y sus puestos de trabajo.
Es cierto que todo pequeño comercio está obligado a actualizarse, pero obviamente al margen de los derroteros de los grandes operadores porque es imposible competir con sus mismas armas. Que es lo que realmente cuesta que valoren los consumidores, pero que de no ser así solo servirá como excusa para prolongar aún más su agonía.
La función pública
En ocasiones esas mismas administraciones públicas que por un lado condenan a los comerciantes al ostracismo, por el otro, a buen seguro víctimas de la vergüenza cuando no de meros intereses electorales, intentan aportar propuestas para su recuperación.
Por ello mismo, por su ímproba conciencia, por su demostrada ineficacia e incapacidad y por la falta de un asesoramiento adecuado, a buen seguro también ante la falta de asociaciones de comerciantes lo suficientemente fuertes como consecuencia de ese mismo modelo social, los resultados de tales acciones apenas si tienen fruto de manera puntual.
En definitiva, como en tantas otras cosas, son los ciudadanos y ciudadanas junto a los poderes públicos los responsables en buena parte de semejante estropicio.
Por eso, mientras no se produzca un cambio de mentalidad en el conjunto de la ciudadanía al respecto y las autoridades no hagan una apuesta decidida por el pequeño comercio tendremos que conformarnos con las tendenciosas propuestas del universo digital o con ese ejército de reponedores que siguiendo los protocolos de la marca se limitan a indicarnos el rumbo al artículo que se trate en una monótona tienda de cualquier Centro Comercial.
Luego habrá quién se pregunte qué fue de aquellas tiendas de su barrio o de su calle y de quienes le atendieron durante años en muchas ocasiones como si fuera un amigo más que un cliente.