La ilustración de Jean Jullian que nuestros amigos de Blackie Books han elegido para la edición de El Incongruente (Blackie Books, 2010) de Ramón Gómez de la Serna manifiesta a las mil maravillas el simbolismo de uno de los mejores textos de la Vanguardia española e hispanoamericana: un gran canto a la anormalidad de un señor con cara de reloj que mira su cara en la muñeca. El canto del tiempo dominando al hombre y otros sinsentidos.
El texto de esta edición parte de las Obras Completas publicadas por Galaxia Gutenberg en 2007, así como de la segunda edición fijada por Gómez de la Serna en 1947, publicada en Buenos Aires, que recogía la primera versión española de 1922 y los capítulos añadidos en francés en 1927 y prólogo cuanto menos curioso: un panegírico de Julio Cortázar.
El Incongruente es la historia de Gustavo, una historia genial y fantástica de un autor citado pero olvidado, que encabezó la revolución hispánica de las letras con invenciones como la de este personaje azotado por el “mal del siglo, la incongruencia”, cuya vida transcurre sin conexión y trabada de acontecimientos inconexos. Una poética de la sinrazón filosófica que define perfectamente el interés de unos escritores que llegaron para romperlo todo.
A Ramón Gómez de la Serna habría que volver ahora que nos gusta destrozarlo todo, al menos para reconocer la influencia decisiva de su narrativa en el desarrollo de buena parte de la narrativa hispánica contemporánea, sobre todo en América Latina, donde lo fantástico ocupará un lugar decisivo en la definición estética de la mitad del siglo XX.
Pero la nota maravillosa del editor, como ocurría en el Cándido, viene de poner a dialogar a maestros y discípulos, a dos grandes de la prosa del siglo XX íntimamente unidos. En “Los pescadores de esponjas” Julio Cortázar contesta y explica por qué el nombre de Gómez de la Serna no aparece reflejado directamente en sus obras, pese a que la deuda con la Vanguardia del escritor argentino es grande. Y es grande Cortázar dando explicaciones sobre la sombra invisible de algunos escritores decisivos en nuestra formación, que por inconsciencia, olvido o simplemente por la acumulación de genios, no emergen después literalmente en la producción artística.
Cortázar, que fue un gran incongruente, cuenta la anécdota que une a estos dos grandes personajes. Una mañana, en un café de Buenos Aires, el todavía anónimo Julio Cortázar ve a don Ramón sentado con su mujer y algunos amigos. Quizá ahora no resistiríamos un selfie postureo twitter agarrados a Ramón Gómez de la Serna. Cortázar, sin embargo, omitió presentarse:
Estas omisiones eran cotidianas en mí, y lo siguen siendo lo más posible porque nunca me ha gustado conocer deliberadamente a escritores y prefiero que el azar nos ponga en contacto; no pretendo que esta conducta sea una virtud, pero a veces pienso que su práctica es una de las formas de la libertad.
Y qué bueno y qué cortazariano y qué ramoniano que ambos mantengan la conversación que no tuvieron en la mesa de mi escritorio, en las páginas de esta edición de Blackie Books.
[…] Literatura [20/11/2014] Amanece Metrópolis […]
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