El doctor Watson volvió a casa tras un duro día de trabajo. Al oírlo entrar, la señora Hudson acudió al recibidor. Watson se quitó el abrigo y le pidió que le preparara un baño caliente y el Telegraph y unos emparedados para después, ya que apenas había probado bocado en toda la jornada. La señora Hudson calentó el agua, dispuso las toallas, las pantuflas y el albornoz, y avisó al doctor, quien irrumpió en la estancia con la camisa arremangada y los tirantes colgando. Creía que estaba ya en la cocina, se disculpó, pudoroso y atolondrado, por presentarse de esa guisa. Ella le restó importancia al hecho con una leve sonrisa. Antes de retirarse, dejó la lámpara de gas al gusto de Watson y se dispuso a abandonar el cuarto de baño.
—Por cierto, señora Hudson, ¿sabe dónde está Holmes?
—Anda probando un nuevo disfraz, querido Watson.