Petrunya en el reflejo de una sociedad que juzga por la imagen, que discrimina a la mujer en todos los aspectos, laborales y sociales, y que al mismo tiempo es denigrada en su casa por su propia madre.
La directora Teona Strugar Mitevska ejerce un minucioso relato de una sociedad desde el hogar, pasando por las autoridades, hasta llegar al clero, donde la mujer está por debajo del hombre, por lo que unos dicen y otros defienden.
Dios es mujer y se llama Petrunya está narrada de una forma sencilla, liviana en escena, pero contiene en el fondo un gran engranaje de denuncia social femenino que comienza desde los primeros instantes, donde catalogar a la mujer es el principal enfoque que la directora utiliza para ir avanzando en cada extracto social.
Petrunya es una joven que no tiene trabajo, su edad, pasados los treinta, hacen que no encuentre trabajo. Su madre ha forzado una entrevista y quiere que para ello vaya bien arreglada. De vuelva de esa reunión con el semblante cabizbajo se encuentra con una tradición de pueblo, Stip de Macedonia, un sacerdote arroja una cruz de madrea al río cada mes de enero, y todos los hombres se lanzan a por ella. Ahora será Petrunya quien se haga con la cruz, y le debería dar suerte durante un año, pero todo degenerará en un altercado donde salen a relucir las costumbres donde las mujeres están excluidas.
La directora Teona Strugar Mitevska no es la primera vez que en su cine aborda la discriminación de la mujer, es un referente en parte de su filmografía, mostrar lo que se vive en su país. Aquí aprovecha unos hechos reales que tuvieron lugar hace seis años donde una joven plantó cara y energía a la jerarquía eclesiástica y al patriarcado de su país, llevándose a su casa una cruz que tradicionalmente solo está reservaba para los hombres.
Además hay otros factores que se encuentran a debate en el filme, lo laboral tanto en la protagonista y la amiga, como en los periodistas que aparecen, y el poder policial, donde el enfrentamiento con el poder eclesiástico ponga en tela de juicio las distintas leyes la divina, para quiénes crean, y la humana.
Zorica Nusheva, protagonista principal, debuta aquí con una gran interpretación, llevando la carga principal de la película, tanto del guion como de la cámara. Su naturalidad destaca en todo momento, viviendo el papel como si lo hubiera sufrido en sus carnes, pero al mismo tiempo con la calma de la razón y de la verdad en las secuencias donde es repudiada y juzgada por los hombres y el clero, dando sentido a su serenidad con su razón y su conciencia.
Toda la temática expuesta la ha trabajado la directora con cierto tono irónico en los puntos a ensalzar, pero con el drama necesario e intenso en las partes donde Petrunya se ve ya entre la espada y la pared. Todo ello en un tono sobrio, con una cámara que evita los colores fuertes, buscando las notas frías con colores apagados que buscan reflejar el interior del personaje y de toda la sociedad que la rodea.
Una sociedad fría, austera y discriminatoria con las mujeres en todos los sentidos, donde el clasismo aparece a relucir en cada papel protagonista. Una cultura que se escandaliza por ver el escote de una mujer, y se quiere aprovechar de ello, pero que un hombre puede lucirse como quiera, cuando quiera y con quien quiera.