Luis y Sonia no han roto. Luis no le ha puesto los cuernos con esa compañera de trabajo que tanto le atrae y Sonia no ha podido echárselo en cara. En realidad nunca se han dicho una palabra más alta que otra ni han dejado de hablarse por tonterías. Tampoco se han pedido perdón, ni se han dicho te quiero. No han tenido hijos. Ni perro. No han compartido las tareas del hogar ni un apartamento en Lavapiés y nunca han acudido al notario a firmar una hipoteca. Tampoco han estado en París ni han subido al Empire State. No han hecho el amor en el asiento de atrás de un coche, ni en ningún otro sitio. Ni siquiera se han besado. No han intercambiado mensajes por whatapps, no han quedado para tomar una copa en un bar de Malasaña y no se han quedado encerrados juntos en un ascensor. Y todo porque a Luis, por una vez, se le ha ocurrido subir por las malditas escaleras.
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