En 1955 Vladimir Nabokov publica la novela Lolita, siete años después Stanley Kubrick -con ayuda de Nabokov en el guion- dirige la primera adaptación cinematográfica, y en 1997 Adrian Lyne, la segunda versión. Y es precisamente esta tríada -Nabokov, Kubrick y Lyne- la que ha convertido a Lolita Haze en la lolita de todas las lolitas.
Según Albert Laffay en Lógique du cinéma (1964), al contrario que en el mundo donde no hay ni comienzo ni fin, el relato tiene principio y desenlace. Por lo que respecta al relato, mientras que la novela organiza la realidad verbal, el cine organiza la realidad visual. Y así, el mundo es, la novela narra y el cine representa.
En la novela de Nabokov se nos narra como Humbert Humbert, un hombre de unos cuarenta años, viaja a Estados Unidos por trabajo. Allí se aloja en la casa de Charlotte Haze donde conoce a su hija Dolores, Lolita, y de la cual queda absolutamente fascinado. Su obsesión es tal, que decide casarse con Charlotte para poder estar cerca de ella. Sin embargo, la señora Haze muere y él se convierte en su padre político… y en su amante. En el momento en que Humbert satisface su deseo de poseerla, se inicia todo un periplo por mantenerla a su lado y alejarla del mundo. El final es bien conocido: Lolita escapa y se marcha con Quilty pero es engañada por éste, por lo que vuelve a escapar. Así acaba casándose con Dick Shiller del que espera un hijo. Pero si tuviese que resumirlo en una frase, diría que Lolita es una novela sobre el deseo y la imaginación.
Sobre el deseo
Me es muy difícil expresar con la fuerza adecuada esa llamarada, ese estremecimiento, ese impacto de apasionada anagnórisis.
Desde el primer momento en que Humbert descubre a Lolita, su objetivo se centra en un acercamiento que le deleite pero que no ponga en peligro la virtud de la niña.
Sentado allí, en ese sofá, me las compuse para aproximarme a sus cándidos miembros mediante una serie de movimientos furtivos. No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. (…) Y cada movimiento suyo me ayudaba a ocultar y mejorar el oculto sistema de correspondencia táctil entre mi ente enfermo y la belleza de su cuerpo con hoyuelos, bajo el inocente vestido de algodón.
Esta escena, que Kubrick no llevó a la pantalla por motivos obvios de censura, es seguramente una de las más sensuales (o tórridas como prefiera el lector) de la película de Lyne.
A pesar de ello, incluso una vez muerta Charlotte y, por lo tanto, una vez que Humbert tiene vía libre para hacer con Lo prácticamente lo que le plazca, intenta dar una especie de normalidad a lo que sucede. Así, en la habitación del «Cazador encantado» Humbert le dice que es prácticamente su padre, que siente una ternura hacia ella y que en ausencia de su madre, él velará por su bienestar. Pero Lo, no va a dejarse engatusar, al menos no tanto como Humbert espera. Y así, Lolita le espeta: «La palabra es incesto».
Esa noche en el «Cazador encantado» es, sin duda alguna, uno de los mejores momentos de la novela. Nabokov consigue expresar el deseo/locura de Humbert hacia Lolita. Durante toda la noche intentará aproximarse, sin el éxito esperado, pues las pastillas relajantes no parecen funcionar.
Brumas de ternuras encubrían montañas de deseo. De cuando en cuando me parecía que la presa encantada salía al encuentro del cazador encantado, y que su cadera avanzaba hacia mí bajo blanda arena de una plata remota y fabulosa.
La confesión de Humbert no es sólo una confesión de deseo, sino que como bien señala él mismo, es una forma de justificación ante el lector de que no fue «canalla brutal», sino un poeta. Idea que se mantiene a lo largo de la novela y que Humbert subraya en varias ocasiones para apartarse de la actitud de Quilty.
Si bien Humbert se siente fascinado por la nínfulas, término inventado por Nabokov, conforme Lolita va creciendo, aumenta sus deseos hacia ella y sus celos también. Pero el amor que él siente hacia Lo no es recíproco y se lamenta de ello. Por eso intenta llevarla a todos esos lugares que ella pide, le compra todo lo que se le antoja, en definitiva, se arrodilla ante ella. Ya en Beardsley, la novela parece dar un giro de 180 grados. Ese Humbert dominador se convierte en un Humbert dominado que sucumbe a todas las peticiones de la niña. Una especie de cazador cazado. ¿Pero es eso cierto?
Sobre la imaginación
Desde el inicio de la novela, sabemos que se trata de una confesión del propio Humbert que desde la prisión espera su sentencia por el asesinato de Quilty. Así que lo que nosotros leemos es un punto de vista subjetivo de lo que ocurrió entre Humbert y Lolita. A lo largo de la historia percibimos este sesgo e, incluso, el autor de la confesión se dirige a nosotros.
Por favor, lector: a pesar de tu exasperación contra el tierno, morbosamente sensible, infinitamente circunspecto héroe de mi libro, ¡no omitas estas páginas esenciales! Imagínate: no puedo existir si no me imaginas. Trata de discernir a la liebre en mí, temblando en el bosque de mi propia iniquidad; y hasta sonríe un poco.
Así pues, tras esta confesión lo que nos queda claro es que si Lolita es una nínfula, una femme fatale, lo es simplemente a ojos (y letra) de Humbert, porque lo único cierto es que Lo es una niña de 12 años, nada más. Todo el resto, parece más bien una imaginación de Humbert. Como bien dice él, Lolita no tenía ninguna parte adonde ir. Es cierto que la prosa de Nabokov es tan brillante que por momentos, el lector se abandona y suspende su incredulidad y acepta a esa Lolita fascinante, sensual y calculadora. Sin embargo, incluso el mismo Humbert, acaba confesando hacia el final su «crimen», cuando recuerda como un día, a través de una combinación de espejos, vio el rostro de Lolita.
No puedo describir exactamente esa expresión… Una expresión de desamparo tan perfecto que parecía diluirse hacia una apacible vacuidad, precisamente porque ese era el límite mismo entre la injusticia y la frustración (…)
Entre la injusticia y la frustración. Y es que el destino de Lolita, una muchacha preadolescente que lee revistas sobre rumores de Hollywood y le encantan los helados gigantes, es el de permanecer con un hombre atormentado de cuarenta años. En varias ocasiones Humbert afirma que Lo era también fea, aburrida y vulgar, pero a pesar de ello, él seguía enamorado, quizás más de la imagen que él mismo se había hecho de Lolita.
Lolita después de Lolita
Decíamos antes que mientras que el relato escrito narra, el relato cinematográfico representa. Nada mejor que el cine para representar esa imagen imaginada de Lolita. Y Nabokov lo sabía muy bien, por eso su relato está repleto de alusiones a Hollywood y su forma de narrar es tan cinematográfica. El cine, además, es el mejor mecanismo de suspensión de la incredulidad.
Son muchas la diferencias entre la novela y las versiones cinematográficas, así como las diferencias entre las dos películas. Está claro que el film de Kubrick tuvo que hacer frente a la censura, de ahí que su Lolita lejos de ser sensual, se nos antoja fría, y Humbert (James Mason) no se adapta muy bien al atormentado cuarentón de Nabokov. Pero es cierto, que condensa la historia a la perfección y que llevó a cabo un excelente ejercicio visual. Además, de introducir ciertos toques humorísticos para suavizar el tema central de la historia. Así, la imagen de Humbert pintando las uñas de Lo, demuestra claramente ese juego entre la comedia y el erotismo.
Sobre el film de Lyne, es mucho más fiel a la novela y su Humbert (interpretado majestuosamente por Jeremy Irons) consigue transmitir ese ser desesperado de Nabokov. Y Lolita (Dominique Swain) es mucho más sensual que la Lolita de Kubrick (Sue Lyon). Y claro está, la banda sonora de Ennio Morricone pone la guinda al pastel. Muchos dirán que segundas versiones no son buenas, pero hay que reconocer el gran trabajo de Lyne al enfrentarse a una primera versión dirigida por el mismísimo Kubrick, a la que -en mi humilde opinión- supera.
Ahora bien, el vínculo más grande entre la novela y el cine se da precisamente en sus consecuencias. A pesar de que ya existían lolitas antes de Lolita, fue la novela, y posteriormente el film de Kubrick, quien le otorgó el nombre a esas preadolescentes y adolescentes capaces de seducir a un cuarentón. Desde Broke Shields en La pequeña (1978) a Mena Suvari en American Beauty, entre miles. Para Katixa Aguirre, «Lolita es, pues, una novela surgida paradójicamente desde un imaginario cinematográfico y destinada a alimentar ese propio imaginario.»
Título: Lolita |
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