Llega la primavera intensa de actividades literario-festivas y uno no sabe por dónde empezar primero. El notición del fin de semana fue comprobar cómo la directora de esta revista consigue lo que se merece. Amar la herida ha sido premiado con el Pablo García Baena de La Bella Varsovia y aunque todavía no me ha invitado a una cerveza va también mi enhorabuena pública. Habrá tiempo de hablar del libro en su momento, aunque hay veces que uno no sabe y no quiere ser objetivo. Como tampoco sería muy objetivo hablar de la presentación del libro de Carmen Alemany sobre el proceso de escritura de la poesía de Miguel Hernández que se celebró el jueves en la Casa Bardín, con tus maestros con la voz encogida por la recompensa de muchas horas de esfuerzo silencioso. Vaya también mi enhorabuena. También se han hecho públicos los fallos del Miguel Hernández de Poesía y del Paco Mollà en Petrer, que una vez de niño quise ganar con unos versos infumables solo para impresionar al presidente del jurado. Creo que jamás lo intentaré de nuevo.
Así que con un poco de distancia hablaré del concierto de Depedro el miércoles pasado en el Ocho y Medio, en buena compañía, porque fue uno de esos ratos en los que uno se siente cómodo, relajado y atento, que es como llega el placer. El salón de actuaciones del Ocho y Medio es retro-kitsch-camp-pop-hortera hasta la cansar los sentidos, oscuro y con una acústica de subway, pero es precisamente esa atmósfera la que hace de las actuaciones en ese rincón un momento especial y casi único. El ambiente se caldea, casi puedes acariciar la guitarra, no hay escenario, ni siquiera una cuarta pared, rota por la espontaneidad del público.
Porque escuchar a Depedro en un rincón oscuro y mal iluminado con cincuenta personas es un lujo que creo seguiremos mitificando cuando el señor Jairo siga subiendo posiciones en la escala músico-comercial del cantautor en español (y tengo como testigos a las señoritas Raquel, Carmen y Ana). Y tampoco me he flagelado demasiado con los discos de Depedro, pero miren ustedes, cuando un músico, un poeta, te gana en directo, te gana para siempre. Això es aixina.
A Depedro, como muchos, llegué por el videoclip con Vetusta Morla, maravilloso, de un mimo perdido y el romanticismo del que sabe que va a fracasar pero le da igual, el de la obstinación en lo imposible. La canción es buenrollera y directa y creo que la habré escuchado unas trescientas cuarenta y tres veces, según las últimas estadísticas. El resto de la discografía ha ido cayendo gota a gota por mi Spotify y por los videos oscuros de Youtube (os dejo “Nubes de Papel”).
La increíble historia de un hombre bueno es el último disco, optimista y generoso, que nos arrancó sonrisas y hasta algún baile por suerte no grabado en versiones como la de “El pescador”. También los clásicos ya, “Nubes de Papel”, “La llorona” (mira que es difícil cantarla con una sonrisa y que suene bien) o “Diciembre”. Nos fuimos a casa contentos, como si todo fuera posible, ganar premios, enamorarse, tener a Depedro en el salón de tu casa.