Jean Marc Vallée vuelve con un trabajo totalmente personal, Demolición, donde su mano se encuentra en cada milímetro de la película, recreada con maestría y contada con tacto y delicadeza- Un drama profundo, pero que al mismo tiempo contiene el punto de humor necesario para no caer en exceso en el pesimismo. El director lo sabe hacer en historias donde busca la humanidad y la parte sentimental de los hechos, pero sin rozar la ñoñez pero sí la verdad en sí. Aunque su dirección siempre es soberbia cuando la historia es propia, aquí el guion es de Bryan Sipe pero es evidente que nos encontramos ante una historia que bebe de Jean Marc Vallée y que contiene el sello de su cine.
Davis Mitchell (Jake Gyllenhaal) es un exitoso ejecutivo que pierde a su mujer en un accidente de tráfico. A partir de ahí su vida cambia y su persona ya no es la misma, reacciones son contradictorias le separan de su vida anterior, y parece desconectado del mundo real. Para el su única forma de desahogo ante esa pérdida, son las cartas de reclamación que escribe a una empresa de máquinas de café del hospital que murió su mujer, y romper continuamente cosas materiales. Las quejas escritas tienen su efecto y Karen (Naomi Watts) empleada de la empresa, será la responsable de llevar su caso, pero no de una forma usual, como todo lo que pasa ahora en la vida de Davis.
Sin transgredir los límites de lo que pretende, el director incurre en ciertos momentos en un mundo casi imaginario, sobre todo en el primer tramo, haciendo pensar al espectador si todo lo que está viendo es la ficción que nos narra, o una invención dentro de la mente del protagonista principal.
Demolición es de esas películas con historias potentes, que los derroteros a veces desconciertan, pero que al final todo es un buen conjunto que tiene buena fusión tanto emocional como visual. Conecta de forma inusual con el espectador con la manera que incita al desahogo, esas cartas que se repiten en el metraje y que poseen tanta verdad de liberación, que parecen incluso un diario. La voz que relata esas líneas es la conexión entre el personaje y el espectador, es directa y concisa, con la información que después se recrea, sobre todo lo que existe en el interior del protagonista y que luego la trama desvela.
Los personajes tienen ese toque de falta de entusiasmos por sus vidas, consumidas por la voracidad de la rutina, y sobre todo de la apariencia, teniendo que llegar un suceso traumático para que su mente y cuerpo den un vuelco brusco para buscarse a sí mismos.
Situaciones que establecen las pautas del ser humano ante la contradicción de su mente y ante la adversidad. En esas ocasiones están los que mantienen su cordura y el saber estar, pero otros que desembocan en los más profundo de la vuelta de tuerca de sus propias vidas, buscando un significado a la misma.
A veces las apariencias engañan y una situación fuera de contexto de alguien puede contener mucho más veracidad de las que se plasman con palabras. Una historia de verdades y mentiras, de reacciones histriónicas pero con sentido común en el fondo, que profundizan en el dolor pero sin hacer herida, pero tampoco cerrando esa cicatriz antigua necesaria para avanzar.
Recuerdo y olvido por partes iguales, mimetización de las personas desconocidas sin buscar nada más allá de la comprensión y consuelo, que se encuentra sin quererlo, donde el azar tiene mucho que contar. El misticismo poético narrativo y visual, que tanto utilizó el director en Café de Floré, queda exento aquí en Demolición, puede parecer existente al principio en esas primeras reacciones y un poco en un personaje, pero el asentamiento es mucho más arraigado a lo terrenal y siempre echando fuera lo material del pensamiento.
Un guion bien planteado, donde el inicio va haciendo las presentaciones oportunas de cada personaje y los coloca en el lugar oportuno en el momento adecuado. Penetra en las mentes cuidadosamente sin ser exacerbado en su contenido y contexto, pero impartiendo esas dosis de investigación emocional que se agradecen en un conjunto delirante por partes, y sobrias, estructuralmente hablando, por otras.
La mayor carga interpretativa recae sobre Jake Gyllenhaal, está acostumbrado a ello, pero en Demolición bastante más, al acaparar tiempo en escena y visibilidad emocional en su conjunto. Está muy bien apoyado por Naomi Watts, que tiene un papel bastante diferente a lo ya conocido, posee ese enigma interior, con un poco de carga mística que tanto le gusta al director, a la par de ser como una niña en busca de autoestima y cariño. Destacar la brillante interpretación de Judah Lewis, el niño que pone cabeza a los personajes adultos, aunque pudiera parecer que es el más alocado.
Jake Gyllenhaal no defrauda pero también hay que decir que recuerda a varios de los personajes que ha presentado en los últimos años y que son sus papeles en Nightcrawler (la locura total), Prisioneros (un punto mucho más sórdido) y en Enemy (mucho más estrámbotico), pero los tres en su forma arrancan de él esa mirada perdida que no sabes dónde te va a llevar. Posiblemente estos atributos hayan sido en los que el director pensó para elegirle como protagonista principal. Aquí además de mostrar esa pizca de locura, también enfoca su personaje desde la parte humana que se deshila con pulcritud. Destacar la brillante interpretación de Judah Lewis,
Jean Marc Vallée es un director hecho en historias de pareja, en parte, dotando a los más pequeños de su protagonismo especial en pantalla, relatos de amor y desamor, de la búsqueda de identidad y de la felicidad, fusionado con la comprensión del ser humano y de la propia vida. Intimista, abarca lo humano y lo imaginario, necesario para él para sobrevivir, con la fusión de la música insertada con gran acierto, pues tira de ella para elevar las imágenes a la intensidad que busca y empatizar no solo con el espectador, si no con los personajes y que empasten en su totalidad.
Ficha técnica