En no demasiados años habrá que empezar a configurar una historia del cine reciente que contemple a todos aquellos talentos que han golpeado fuerte en el consciente y en el inconsciente colectivo, pero en el colectivo realmente colectivo.
Serán necesarios, imprescindibles, todos aquellos que sigan buceando, escribiendo y reivindicando a los cineastas que desde posiciones industriales marginales hacen avanzar el arte de la cinematografía, triunfando en festivales, museos y ganándose el aplauso de las revistas especializadas. Pero no pueden seguir obviándose otro tipo de talentos que han sido seguidos, amados, reverenciados y que han emocionado y divertido fielmente a amplias audiencias. A menos que se acepte ciegamente la tesis del embrutecimiento de la mayoría.
Va a llegar un momento en el que va a ser necesario hablar de Pixar. Probablemente no necesiten exégetas que encuentren fascinantes significantes metalingüísticos en sus películas (que los hay), pero sí que es necesario (lo necesitamos los que escribimos, ellos no lo quieren para nada) un reconocimiento sin medias tintas, sin polémicas ficticias, sin peros ni insultantes preposiciones. Lo suyo no es lo mejor del cine “de animación”, del cine “de hoy en día”, o “de los estrenos del año”. Han hecho diana en el cine, en su historia, en su arte y sus películas van a quedar, como van a quedar las películas de talentos del cine USA que ya es muy difícil discutir como los de Steven Spielberg, Clint Eastwood, Woody Allen o Martin Scorsese.
Normalmente ese reconocimiento se encuentra con dos piedras. El nombre de Disney es una. En Europa cuentan que si los de izquierda anticapitalista decimos Disney tres veces delante de un espejo se aparece Satanás. Mucho se ha hablado de independencia creativa de Pixar perdida a manos de Disney, pero esa polémica no existe, simplemente se ha inventado. Quien vea que Pixar haya perdido algo por el camino de la mano de Disney sin duda debe estar pensando en la prehistoria de la compañía y el corto del flexo.
La segunda piedra es la pertenencia a la animación. Si no eres Miyazaki o Takahata, que no es mala cosa ser esos dos, es muy difícil que el cine de animación (hace años algunos todavía discutían que fuera cine) llegue a conseguir plenos poderes, carta de naturaleza a la altura del mejor cine jamás hecho. Pocos son capaces de hablar de su legítima escasa conexión o desinterés personal. Simplemente es un cine ninguneado o relegado, aún cuando se le da el máximo reconocimiento, a campeón de la segunda división.
Una tercera piedra suele ser las sobreinterpretaciones críticas que se le da a cualquier producto Disney. De repente aparecen una caterva de psicólogos y sociólogos sobrevenidos que advierten en sus obras un conjunto de valores y motivaciones profundamente pervertidoras de la infancia. Y si no existen no es difícil inventárselas, tampoco importa demasiado si se ha visto la película (o no).
Por ir acabando los prolegómenos ya hace tiempo que Pixar viene sorprendiendo películas tras película. A pesar de lo molestos que nos podamos sentir por el peaje de las secuelas, o con cortos tan infames como el “Lava” que antecede a “Inside out”, cada Pixar es un acontecimiento a la altura de lo que pudieron ser en su día las nuevas películas de Alfred Hitchcock o Cecil B. De Mille, las expectativas son altísimas y nunca defraudan. Todo lo escrito sobre píxares anteriores queda súbitamente envejecido por el píxar siguiente.
“Inside out” (titulada estúpidamente en España “Del revés”, por no mudar en nuestra costumbre), prometía seguir el mismo camino. Y es absolutamente asombroso asistir en una sala de cine a cómo lo ha conseguido.
Realmente, ¿qué se puede decir de esta película?. A mí me da por imaginarme cómo puede ser una reunión en los despachos de Pixar a la mañana siguiente de su estreno, ¿qué haces?, ¿cuál es el siguiente reto?, ¿el siguiente proyecto?, ¿cómo sigues en el mundo del cine?.
“Inside out” cuenta cómo las emociones en la cabecita de la niña de 11 años Riley Anderson (Alegría, Tristeza, Ira, Miedo y Asco) afrontan el cambio de domicilio lejos de su casa y con ese cambio el tránsito a la adolescencia.
Partiendo de una premisa que no es nada fácil de ejecutar en un guión solvente, la obra comienza con un prólogo emocionantísimo (a la altura del de “Up”), que cuenta la despreocupación y la alegría absoluta y confianza de la infancia en la vida, algo a lo que no dejas de asistir asombrado día a día viendo a tus hijos.
Iniciado el conflicto, la película posee un guión absolutamente prodigioso, magistral, que sortea las dificultades de la premisa y apura todas las posibilidades, manejando los gags y la melancolía con una soltura y una agilidad mental sobrehumanas.
Es cierto que se atasca un poco con el personaje del amigo imaginario, pero es muy difícil que eso moleste cuando la película es tan increíblemente generosa en su radiante inventiva y en sus golpes de genio.
“Inside out” pone las cosas muy difíciles a esa corriente que sólo ve la lucidez en la desesperanza más absoluta. Dudo que los cineastas de la nueva ola austríaca o griega la aprecien, pero es que además de talento es inteligencia pura, instinto de supervivencia.
La película es heredera en su espíritu de algún trabajo anterior como el corto “Boundin’”, proyectado antes de “Los increíbles”, en el que los sentimientos de tristeza y las malas épocas juegan un papel reequilibrante en el bienestar de la persona. Tocar fondo para volverse a impulsar.
No es el trabajo de unos creadores divinos que hablan de lo sublime de la depresión o la sordidez, ni que adviertan ninguna lucidez o interés en ello. Es el trabajo de unos creadores que se divierten haciendo lo que hacen, que además saben hacerlo y a los que les gusta estar vivos. Quizás por eso sepan conectar con sus audiencias, entre muchos otros motivos. Los mismos que nos contaron en “Up”, sin amago de conformismo o resignación, que la cotidiana es la mayor de las aventuras.
“Inside out”, como sucede en los trabajos de la casa, es difícilmente comprensible, al menos de forma íntegra, para niños, Por eso mismo, que no les frenen a ustedes los tópicos. Vayan a verla y disfruten de este fastuoso tratado psicológico sobre la infancia, sobre las emociones. Y sobre todo disfruten de esta lección de cine, porque no hay mayor lección de cine que reírse y emocionarse en una sala, independientemente de la adscripción de sus directores a una corriente, de su planificación, de su textura, de su composición. “Inside out” no pide desactivar el sentido crítico, sino activarlo ante lo más evidente, recuperarse a uno mismo como espectador y como ser humano que confronta con la película sus vivencias, sus emociones y su aprecio por la vida.
Me decía otro entusiasta de la película que las escuelas de cine estudiarían su guión. No creo que llegue a darse tal coyuntura, la magia de Godard, Garrel o Antonioni sigue siendo incompatible en demasiadas mentes académicas y profesionales con las brillantes cabezas pensantes y con la vitalista sensibilidad de los chicos Emeryville. Por eso no están de más cartas de amor como la presente. No se pierdan “Inside out”.
Fui a verla hace dos semanas al cine y salí desencantada. El inicio de la película me gustó mucho pero enseguida me fui desinflando. Para mí se queda a medias, no me transmitió la emoción y entusiasmo al verla, como lo hizo Wall-E o Up.
La verdad que no está mal y la idea es fantástica pero no sé qué pero para mí le falta algo.
Saludos!
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