Los corazones también están en ERTE
Iseo & Dodosound – Atrapada
La caja de pandora
El otro días recuperé del cajón un mantel que hace tiempo me regaló mi abuela. Ahí están guardadas todas esas cosas que he ido heredando del pueblo: un mandil para guardar las pinzas de tender, un tapete amarillo de ganchillo, toallas, paños de cocina, manteles y más manteles. No había deparado tanto en todas estas cosas hasta que la pandemia nos puso la vida patas arriba.
El cofre originario está en el pueblo, mi abuela solía abrirlo de vez en cuando los domingos cuando íbamos de visita. Era una casi una caja de pandora llena de sorpresas, sin orden ni concierto, pero repleta de cosas útiles. Muy útiles. Como si de un mercadillo se tratase mi abuela iba disponiendo: “llévate esto”, “mira esto que apañaó” , “¿no te vienen bien estas toballas?”. El repertorio parecía no tener fondo, el olor era algo incluso más intenso que la labor en sí: naftalina, humedad y madera. Sin embargo a mí me producía mucha tensión el misterioso arcón, ahí dispuesto como el que espera ¿a qué? ¿a quién? ¿qué futuro? Ese cofre era el único objeto de la casa que miraba al mañana.
Todos esos tesoros cosidos, bordados, tejidos, algunos por mi abuela, algunos otros por mi madre cuando era adolescente, me han producido sentimientos encontrados. Durante mucho tiempo me generaron rechazo, comprendía de una forma intuitiva, que suponían un mandato de género más que obligaba a la domesticidad, al destino natural de todas ellas (y por lo tanto nosotras): matrimonio, casa, cuidados y más cuidados…
Dice así la segunda acepción de la palabra ajuar: “conjunto de enseres y ropas aportados por la mujer al matrimonio”. Enseres para acompañar a sus hijas en eso que era un destino natural para todas ellas. O tal vez no y no les quedó otra que seguir el guion.
¿Un ajuar feminista?
Reconciliarnos con nuestro ajuar en un sentido político podría ayudarnos a resignificar nuestra genealogía feminista familiar. Una certeza: reconocer en el mimo, en el trabajo y tiempo dedicado a las demás una fortaleza. Una oda a los tiempos lentos y a la creatividad. Puede que esa aproximación nos permitiese descubrir destrezas no puestas en valor de nuestras mayores. Pensar en tiempos largos para generaciones a las que la precariedad solo nos ha permitido hablar el idioma de la inmediatez me parece a día de hoy una distopía radical y a la vez un espacio de encuentro con la generación de nuestras abuelas.
Si tirásemos del hilo podríamos encontrar patrones en cada uno de esos baúles del pueblo.
La previsión a la que obliga la humildad, el eco de la pobreza siempre como recuerdo. Amenaza que nunca termina de desaparecer: pasar hambre, tener miedo. Mantener la idea de la falta siempre en el horizonte. El mantra: «cómo se nota que no has pasado hambre».
No hay poesía en la falta de recursos, pero sí la hay en esa fuerza que planta cara a la crudeza del esparto con la fiereza de la provisión, de algún tipo de certeza que pueda acompañar en el tiempo. Y ahí estaban ellas, organizando el presente para que hubiera futuro, algo que también, era cuestión de clase.
Zurzir futuro
Mi deseo para este nuevo año 2021 es resignificar nuestro ajuar intangible y crear uno para cada una de nosotras. Un arsenal de recursos y apoyos para todas en un tiempo en el que la pandemia mundial parece ser la excusa perfecta para alentar la crispación y la bronca.
Ese regalo significaría que cada puntada de hilo sería fuerza y compañía en los naufragios, que cada punto nos inspirase desde la fuerza y ternura de las nuestras, las que están, las que se fueron y las que serán.
Que este ajuar sea el espacio multidimensional en el que quepamos todas. Un ajuar talla única que a cada una se le ajuste a su honda.
Que las agujas de punto sean una autodefensa al ruido que parece haber absorbido todo.
Que construyamos poesía de portal.
Tejer con ganchillo una manta de ternura revolucionaria que pare tanto odio y sea bálsamo a todas las heridas de este 2020.
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