Prometo que he intentado leer varias veces los últimos poemarios que me dejaste, chicas jóvenes, modernas y muy poetas, pero joder, hay días que no me entra la metafísica ni con reducción de Oporto. Así que he vuelto a tu regalo estrella, que suele hablar de mí y de estos tiempos, ahora que ya sí llegamos a los treinta y el verano se acabó.
Como en el poema de Quevedo, ya cuentan mi calendario los septiembres. Novedades a destajo, cuadre de horarios y atrás las historias del verano, algunas que se acaban, como se acaban las largas tardes de sol, otras que ya no se irán nunca. Karmelo C. Iribarren me suele poner en mi sitio. Por eso hoy me apetece empezar septiembre releyendo y hablando de Serie B (1998), porque veinte años no son nada, ni siquiera treinta, y porque en sus versos está el camino de este curso nuevo.
Me apetece hablar de Serie B porque la voz del poeta grita escepticismo, ironía, realidad, cercanía, franqueza, sinceridad. Porque habla de amor de barra, de turismo sentimental, de desencantos, de encuentros de paso y sobre todo, habla de paz, de desinterés, de estar de vuelta. Cuando ya no te sacan de quicio y uno busca la paz de su escritorio, de su novela, de su conversación. Como si hubiera dejado de divertirte el juego, al revés que en la canción de Vetusta Morla.
Para mí no eres más que otra
Clienta, a la que saco de beber,
Después cobro, y no siempre
Sonío. Por el contrario,
Para él pareces serlo todo,
A juzgar, al menos, por las miradas
Asesinas con que coge las vueltas.
Pero…, tú misma. Si quieres
Seguir jugando, juega, quémalo
Bien al chaval, endemónialo bien.
Que acabe como yo dedicándose
a la poesía, y que te ponga
verde para toda la eternidad.
Quería hablar de Serie B porque habla de amores y de encuentros. De todos los encuentros posibles entre un hombre y una mujer. Es inútil buscarlo. Un día tocas los dinteles de la gloria, y al siguiente te rompe el corazón. O no. Quizás tienes suerte, y solo acabas harto de la felicidad”. También del odio, o de la rabia. La rabia de un encuentro que todavía despierta tu sonrisa:
Intento aparentar indiferencia,
Parecer distraído, hacerme el loco.
Lo intento. El deseo es más fuerte. Y cedo.
Y acabo por mirar. Y entonces, cuando
Ya me he rendido (y sólo entonces),
La muy golfa se da puerta. No sin antes
Vacilarme lo justo para que no abandone,
Y le alegre el té con leche un día más.
O del que despierta el amor, o el que trae la indiferencia: <<Dos extraños que esta noche se miran / con indiferencia, / o apenas si se miran. / Que tienen prisa, /ganas de despedirse, / de volver a su mundo. / Y que ya ni se molestan en fingir>>.
Quería hablar de Serie B porque no solo hay desencanto, escepticismo, desmitificación de los mitos, genial esa Venus saliendo con espuma de la ducha, como en el cuadro de Botticelli, debido al corte de suministro del agua caliente. También aparece la fe del converso, la pequeña esperanza del día a día, lejos de los grandes sueños y de los triunfalismos. Está también el amor, el amor discreto y firme “como ya nunca pensó poder sentirse”. Está “Ana”, porque “el amor / es un invento necesario”. Está la carta de una hija en Euskera dirigida a su padre, y el silencio mientras la niña duerme y claro “sentirse el hombre más feliz del mundo”. Y está la aceptación de la felicidad en las cosas pequeñas, en la atalaya ante los grandes discursos y las grandes esperanzas. Raymond Chandler, alguna copa, unas manos cálidas: eso es la paz.
Uno siempre espera
que suceda algo,
que algo bueno suceda,
algo que le dé un giro brusco,
un empujón, un bandazo
de suerte a su vida
de repente porque sí,
en el momento más inesperado.
Pero no pasa nada, claro,
nunca pasa nada.
Porque uno no es más que un pobre
diablo (qué te creías, pues),
un número, una fecha,
un papel olvidado en un sótano
tétrico, traspapelado
entre millones de papeles.
Y al final uno, qué remedio,
acaba aceptando que es así,
asume su trabajo,
se mira en el espejo y se da risa
(o llora, pero muy bajo)
Se dice que la vida…, en fin,
que no hay nada que hacer,
y ni siquiera se queja, para qué.
Uno ya sólo quiere llegar
al día siguiente, sin
sobresaltos, poder ver a su
equipo por la tele el sábado, fumar
menos, dormir bien, echar
de vez en cuando un
trago, cumplir años,
seguir vivo…, sin más.
Y también está la poética, claro, la forma de escribir, de enfrentarse a la literatura. Sin aspavientos, con la franqueza de la claridad y el aliento de las cosas que pasan en un bar, en el mercado, en la plaza. Seguro que esta historia te suena, cómplices de un viaje. Una poesía compartida y hacia fuera, que la convierte en necesaria precisamente por compartir historias y momentos del viaje. Una palabra detrás de otra, y yo, o vosotros, o ella, y que cuente algo interesante. Como un fax a los poetas, la poética de Karmelo C. Iribarren. Y como él, esta tarde te grito despacito que “ahora sólo / nos queda / comprobar / hasta qué punto / fuimos sinceros / con nosotros / mismos” y que sí, tú “sigue adornando los jodidos arbolitos de navidad. Yo haré el trabajo sucio”.
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