Texto colaborativo elaborado entre las componentes de la sección feminismos de esta casa. La ciencia ficción, como todo, será feminista o no será.
Fotografía vía unsplash @susan_wilkinson
Sintió el dolor punzante en el ojo antes de que el indicador de salud se lo advirtiera. Otra anomalía. Últimamente estaba detectando muchas pero no se atrevía a decirlo en voz alta. Temía que pudiera entenderse como una crítica y le daba miedo lo que pudiera ocurrir. Al fin y al cabo era una privilegiada por poder estar allí. Comenzó a ver borroso por el ojo derecho: quizás tendría que pedir una cita en el sector bienestar pero iba a ser complicado explicarlo sin tener un ticket de sensor. Sería mejor esperar sin más. El dolor le recordaba a antes, cuando había jaquecas. Se le empezó a secar la boca. Era extraño sentir malestar después de tanto tiempo y, de alguna extraña forma, le generó alivio y nostalgia de los días en los que había enfermedad y su madre le ponía el termómetro para saber si había fiebre. Comenzó a ver chispas y oleadas de colores en forma de flores salpicaron la pared. Deseó con todas sus fuerzas haber guardado un paracetamol pero hacía por lo menos veinte años que nadie los utilizaba. Recordó que entonces solía tumbarse en la cama a oscuras con hielo frío sobre la frente y eso fue lo que hizo. Un pitido como de transitor le invadió de repente y decidió cerrar los ojos con fuerza y esperar. Tenía suerte de estar sola en casa. Un comportamiento tan anómalo habría sido difícil de explicar.
Una imagen borrosa apareció de pronto y el pitido de su cabeza se transformó en voz.
-Tienes que intentar ser tú, salir, volver, no dejar de ser tú.
La voz no soy yo, pensó, sin embargo, hay algo conocido en su cadencia, en su aspereza, en su rugosidad. El pitido volvió y le hizo temblar de dolor. Saboreó la saliva y respiró mientras se escuchaba respirar. Pensó en la voz. Tal vez no existía, no era real, se lo imaginaba. Pero no, allí estaba otra vez, casi un ronroneo. Si no eres tú, si no te permites ser, no vas a poder sacarnos de esta.
Se preguntaba cómo podría ser ella, sin que esa pretensión no le devolviera otro dolor de cabeza. Lo había probado todo: meditación, yoga, acupuntura… pero lo cierto era que con cada luna en Júpiter los pinchazos craneales eran más intensos.
Estaba claro, había recobrado la capacidad de sentir dolor. No estaba segura de si se trataba de una forma exacerbada de nostalgia o de si, efectivamente, estaba presenciando una anomalía, un fallo que anunciaba acontecimientos imprevisibles.Entonces, como si la voz fuese una respuesta a su flujo de pensamientos, escuchó esa frase:la nostalgia es también una forma de pertenencia.Inmediatamente abrió los ojos porque sentía que se le habían humedecido, como si todavía estuviese permitido llorar, como si esa función no fuera otra de las que habían sido extirpadas en aras del progreso. ¿Cómo era posible entonces que ahora estuviera derramando lágrimas? Pero ya no le cabía ninguna duda, las palabras que había escuchado le habían provocado esa reacción que apenas recordaba:el llanto. «No tengas miedo», continuó la voz, en este universo anestesiado, toda anomalía alberga una promesa.