Resulta inevitable preguntarse cómo puede seguir funcionando una serie de novelas policíacas después de 21 entregas. Quizá porque algunos, como es mi caso, nos hemos enganchado tardíamente. Quizá porque Camilleri ha inventado una fórmula apropiada a un determinado tipo de público, y funciona. Quizá porque son de corta extensión, mucha acción y mucho mucho diálogo.
La realidad es que las novelas del comisario Montalbano son muy similares. Se trata de un policía italiano que trata de cumplir su horario, aunque rara vez lo consigue; que vive en una casita junto a la playa en la que disfruta de copiosas cenas en un porche junto al mar; que en Vigàta prácticamente todos le conocen; que su subordinado Catarella le lleva a estados de máxima desesperación con sus fallidos intentos de informarle, y sus continuos errores al dejarle recados «en persona personalmente». Todo parece repetirse en sus sucesivas historias, pero de algún modo todo es nuevo una y otra vez.
Arrancamos el libro celebrando el 58 cumpleaños del comisario con un robo en un supermercado. El director del mismo, el señor Borsellino, se halla desolado porque no pudo realizar el ingreso de la recaudación la noche anterior debido a un fallo en el cajero que se halla en esa misma calle. Guardó el dinero bajo llave en uno de los cajones de su oficina, pero a la mañana siguiente ya no estaba allí. Sin embargo, el hecho de que la cerradura de entrada al supermercado no estuviese forzada sugiere que quizá el señor Borsellino sabe más de lo que dice.
Unas horas antes de este interrogatorio, Montalbano tiene un encontronazo en la carretera con un joven arrogante e intimidatorio. Tan intimidatorio como para blandir una llave inglesa de forma amenazante ante el comisario, al cual no logra amedrentar ya que este a su vez le amenazará con su arma reglamentaria. Las aventuras del dottori con este conductor llamado Giovanni Strangio y no quedarán ahí: volverán a encontrarse cuando Strangio descubra a su novia brutalmente asesinada en su propia casa tras volver de un viaje de negocios.
A pesar de que es un habitual en sus novelas, no dejará nunca de sorprenderme la presencia tan grande y tan natural que hay de la mafia. Todos saben de su existencia, nadie quiere importunarla, y algunos crímenes son atribuidos a ellos con total tranquilidad. Algunos crímenes no se hacen públicos si se sabe que la mafia está detrás, o se mantiene como información reservada para no dar pasos en falso. Resumiendo, la mafia aparece reflejada como una institución más.
Aunque soy lectora de Montalbano desde hace bastante poco, he encontrado en esta obra a un comisario más rebelde que en casos anteriores. Si en la novela anterior su mal humor parecía que era la tónica que marcaba las páginas de la historia, en esta una sed de llegar cuanto antes al fondo de todos los casos le hacen saltarse la ley en más de una y de dos ocasiones. Es cierto que nunca ha sido de esos que siguen las normas a pies juntillas, pero en los casos que investiga en este libro trata de acelerar aún más las cosas lo que le llevará a cometer algunos errores.
No quiero dejar escapar la oportunidad de elogiar los maravillosos diálogos de las historias de Camilleri. Cualquiera que haya tratado alguna vez de poner sus pensamientos en papel en forma de obra de ficción sabe lo difícil que resulta elaborar un diálogo que resulte fluido, que no parezca impostado, y dotar de voz propia y reconocible a cada uno de los personajes. Camilleri es un verdadero maestro haciendo todo esto, llenando páginas y páginas con conversaciones y recurriendo al texto descriptivo tan solo cuando es estrictamente necesario. Tiene un verdadero don para ello, y gracias a este don sus obras son increíblemente divertidas y muy ágiles de leer. Y logra que Montalbano y cuantos le rodean tengan una voz tan propia y característica que los lectores tan solo puedan enamorarse de ellos.
Título: Una voz en la noche |
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