A las 12 de la mañana salen a la puerta de su garaje con una mesa baja y dos taburetes, él de metro y diez centímetros va a comprar churros, se los come con su hermana, de metro y treinta centímetros, que muy diligentemente ha puesto mantel, dos servilletas y dos vasos con zumo de piña que ha sacado de adentro.
El garaje no es tal, en realidad es un salón-cocina, nevera pequeña, baño y dos literas. Los padres debieron habilitar el espacio previendo la posibilidad de que sus vástagos en algún momento se quedaran solos, como finalmente ha sucedido.
El día 29 de abril, a eso de las 15 horas, mientras estaba esperando en la cola de la panadería para comprar algo de pan, ella pasó patinando con unos patines en línea negros y rosa de la marca oxelo play. Vi cómo se acercaba haciendo cierto esfuerzo, con el cuerpo inclinado hacia delante, en un intento de coger impulso. Unos metros antes de atravesar la fila de personas que esperaban para acceder al interior del establecimiento se paró, puso los pies en cuña y durante aproximadamente diez segundos se nos quedó mirando fijamente. Luego, como si una ráfaga de aire la despertara o el pensamiento mismo la sacara de su ensoñación, atravesó la cola a la altura de un señor mayor y su hija o nieta o sobrina, estos al verla llegar hicieron el hueco necesario para que la pequeña pasara por en medio.
El 3 de mayo, cuando volvía del trabajo, cansada e incierta, los hermanos habían puesto una cruz en el trozo de acera que colinda con su casa. La estructura estaba hecha con cartones de los que deja la frutería a los pies del contenedor azul. Habían ido pegando anárquicamente macarrones a modo de relleno en el travesaño, en el pie, en las aspas. La decoración estaba bastante deslucida, pero se notaba el esfuerzo y el empeño por intentar con los pocos macarrones que tenían rellenar el máximo espacio posible. A los pies de su cruz una especie de sábana, una manzana con unas tijeras clavadas, algunas hierbas. Ese día como si por alguna extraña razón se hubieran multiplicado o clonado, además de nuestros dos pequeños vecinos había otras dos niñas, nadie llevaba los patines. El pequeño lanzaba una pelota de plástico, de cuadros negros y blancos, a la pared del garaje de enfrente. Yo, como os digo, volvía cabizbaja con un deseo tremendo de llegar a casa, y, entonces, el hermano cogió el balón se lo puso debajo del brazo, con paso lento se fue acercando hasta darme alcance y plantándose delante de mí alzó la cabeza buscando mi mirada y me dijo con voz entrecortada: “un chavico para la santa cruz”, mientras iba pronunciando las palabras y como si el movimiento se ralentizara extendía la mano en posición cóncava. Me pilló absolutamente por sorpresa, aturdida, “no tengo chavicos, lo siento”, le dije, y seguí caminando como si nada, y, sin embargo, doblemente conmocionada. Supe más tarde, y por casualidad, que habían conseguido en total 8 euros, lo que los tenía muy contentos, a ellos dos y a las que supongo son sus primas.
La presencia de los hermanos es constante en el barrio, pero no parece que a nadie más le llame la atención que vivan en esa suerte de casa garaje, que desayunen churros todas las mañanas o que se manejen a su antojo como si fueran personas adultas.
Crónica del estallido. Granada.