Era jueves y era mi segundo día de trabajo en aquel instituto. Por delante tenía una baja que cubrir, no sabía cuánto tiempo duraría, solo que debía prepararme al máximo. Por fin me estrenaba en la docencia. No era de la especialidad que deseaba, filosofía, pero no pude dejar escapar aquella oportunidad: profesora de un ciclo de hostelería no podía estar tan mal. Así que allí estaba yo.
Mujer, joven y novata en un mundo liderado por hombres (vamos, nada nuevo). Y allí, en aquel instituto, tuve mi primer desencuentro.
Él, era un hombre ya mayor, que debería llevar media vida allí dando clases. Era el amo de aquel cortijo, se veía claramente. Yo, que acababa de llegar me convertí en presa fácil. Me trató como si no tuviera ni idea, desacreditándome delante del alumnado… hasta tal punto, que me hizo llorar por algo de lo que yo no tenía culpa.
No supe defenderme, dejé que me atropellara, que me menospreciara… Y, todo ello, por el simple hecho de ser mujer. Estoy convencida que a un hombre jamás lo ha tratado ni lo tratará así. Pero ¿por qué no le contesté? ¿por qué mi reacción fue únicamente el silencio? ¿porqué no le dejé las cosas claras? No tengo respuesta alguna.
Pasaron los días y las clases prácticas que compartíamos le sirvieron para darse cuenta de que valía para aquello. Su manera de tratarme continuaba siendo paternalista pero al menos ya no me menospreciaba, ya no me ponía en duda. Tuve que demostrarle un día tras otro que yo podía ¿ A los hombres también los trataría así? Claramente, no.
Después de aquella sustitución supe, más claramente, lo que era que te trataran como secundaria en tu ámbito profesional. Me dije a mí misma que ya no me atropellarían de nuevo de aquella manera.
Ahora, que estoy dando clases de filosofía, he coincidido con varios profesores, hombres, que me tratan como si tuviera 10 años y no tuviera idea de nada.
Os hablaré principalmente de uno. El primer día que lo vi, que nos cruzamos por los pasillos del instituto no me gustó nada. Me miró de arriba abajo, haciéndome una total revisión, mientras me regalaba una maravillosa sonrisa. Yo le contesté con cara de asco.
Al cabo de unos días coincidimos en una guardia.
-Hola, ¿tú eras?
-¿Yo, Carla?
-Ah, Carla ¿de qué das clases?
-De filosofía.
-Ah… qué interesante… una filósofa (mi cara era un poema. Un hombre que podías ser mi padre, me miraba y me trataba de una manera que no es la normal cuando tratas a alguien con quien trabajas) Y, ¿qué haces? (era obvio que estaba preparando las clases)
-Pues nada, aquí, preparándome las clases.
Y, justo en ese momento, se puso a cantarme una canción: «phi, phi, philosophy… Mi cara era un poema ¿qué hacía aquel energúmeno? ¿al profesor de inglés también le cantaba?» La respuesta es clara: NO.
De nuevo, no he sido capaz de contestarle ni decirle que deje de hacer el gilipollas.
Os preguntaréis…Y todo esto que nos cuentas ¿para qué?
Pues porque este es uno de los muchos motivos que tengo por los que hice huelga el viernes 8 de marzo.
Porque estoy cansada de que muchos hombres no nos consideren igual de válidas; que nos traten de manera paternalista; que se nos pongan a explicarnos cosas que nadie les ha preguntado… porque estoy cansada de que no me escuchen y me interrumpan como si mi voz fuera secundaria, como si fuera más débil. Que yo quiero que me traten como al resto de compañeros; que las mujeres si necesitamos ayuda sabemos pedirla. Que no somos inferiores. Que no necesito que haya compañeros que me digan: «guapa ¿necesitas algo? Que soy Carla, no guapa… que yo no quiero que me traten con condescendencia ¿A cuántos hombres les llamarán: ¡guapo!?» Porque yo creo que ha llegado el momento de cambiar las cosas. Que no podemos pensar que la educación es la base de todo y que con ella podemos derribar grandes muros y alcanzar la igualdad… y tener a docentes educados en una cultura machista que no respetan a sus compañeras.
Es este camino, el de la igualdad, largo, difícil, costoso… pero es el único camino válido a seguir para terminar con el machismo y conseguir que nosotras y ellos tengamos las mismas oportunidades, las mismas libertades…