No con un estallido sino con un quejido.
Veo en youtube las clases de poesía inglesa de Refaat Alareer1. Lamento haber llegado a ellas a causa de los homenajes que se sucedieron en las redes después de su muerte. Lo seguía en twitter(X) hace un tiempo, como a otros poetas, periodistas y artistas palestinos, hasta que me enteré que, hace unos días, el ejército israelí lo asesinó. Días antes, en medio de un bombardeo, había escrito: «podríamos morir este amanecer […] estamos envueltos en gruesas capas de pólvora y cemento. Hay varias bombas y proyectiles cada minuto”.
Antes, en un vídeo, mientras se escuchaban los bombardeos a través de su ventana, entre lágrimas decía que no había salida posible de Gaza, que estaban completamente indefensos, que lo único que tenía para defenderse del ejército israelí eran sus marcadores.
Me parece inenarrablemente atroz lo que implica ser asesinado en un bombardeo después de haber pasado más de un mes con la absoluta consciencia, con el absoluto terror, de que en cualquier momento él y todos los que amaba podrían morir. El inconmensurable padecimiento de la matanza anunciada. Mientras en las redes, los trolls se burlaban de él y lo señalaban. Ahora mismo, el dolor inconcebible, el padecimiento inconmensurable, mezclados con la banalidad, el cinismo y la deshumanización de las redes, es la cotidianidad en Gaza.
Escuchándolo leer poemas de T. S. Eliot, de John Donne y de poetas jóvenes palestinas como Linah Al-Sharif, pienso en cómo reproducía tan bien esa manera de leer tan angloamericana. Esa cadencia, esa entonación en los versos, en las palabras, es la muestra inequívoca del íntimo conocimiento de un idioma al que quizás sólo se puede llegar a través de la poesía y del amor. Cuando en su clase introduce el poema The Hollow Men de Eliot, se encarga de que sus alumnos y alumnas se detengan en la sonoridad de la palabra y en la relación de esta con su significado, un apunte onomatopéyico que le lleva a más reflexiones.
Lo oigo leer el poema entero, y cuando llega a la estrofa final, me estremezco:
Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
No con un estallido sino con un quejido.
El inglés ha sido también el idioma con el que Estados Unidos se ha negado una y otra vez a apoyar un cese al fuego que podría haberlo salvado. Es el idioma en el que se negocian las bombas que siguen cayendo sobre Gaza.
Todo idioma es una herramienta de la violencia y también una manera efectiva de contraatacar a aquellos que oprimen y matan. Toda lengua es una fuerza vital que no se agota en sus hablantes nativos, porque alberga múltiples potencias que sólo se activan a través del tránsito que hace hacia ella aquel que, por distintos motivos, siente un impulso, una búsqueda, un llamado. El idioma se transforma para siempre por esos tránsitos que, entre otras cosas, se originan también en el amor a la poesía de una tradición. Sentimiento que, como demostraba Alareer en sus clases y sus textos, no está exento de una mirada crítica que también detecta y denuncia las dinámicas de poder de las potencias opresoras que pueden operar en las lenguas.
Así lo afirmaba en las redes Jehad Abusalim, escritor y antiguo alumno suyo: «para Refaat, el inglés era una herramienta de liberación, una manera de escapar del prolongado asedio de Gaza, un dispositivo de teletransportación que desafiaba las rejas de Israel y el bloqueo intelectual, académico y cultural de Gaza. […] Él recalcaba que aprender un idioma requiere el entendimiento de su cultura, pero también ser crítico y consciente de que los idiomas no están libres de cuestiones de poder y representación.»
Sin embargo, no sólo el inglés era una herramienta de liberación y lucha. También lo eran la escritura y la poesía, las palabras en su infinita capacidad de resignificar el mundo y de hacerle frente a la muerte. «Muerte no seas orgullosa, aunque algunos te hayan llamado/ Poderosa y terrible, pues tú no eres eso./ Pues aquellos a quienes tú piensas que doblegas/ No mueren (pobre Muerte) ni aun tú puedes matarme.» (John Donne).
En el texto que Alareer escribió para el libro Light in Gaza: Writings Born of Fire decía que durante los ataques israelís del 2008-9, mientras más bombas caían, más historias les contaba él a sus pequeños hijos para distraerlos. Notaba entonces cómo sus rostros se transformaban a medida que las escuchaban. «Contar historias era mi manera de resistir. Era todo lo que podía hacer. Y fue entonces cuando decidí que si vivía, dedicaría gran parte de mi vida a contar las historias de Palestina, empoderando narrativas palestinas y fomentando voces jóvenes.» Cuando la operación terminó, Gaza estaba llena de cicatrices y muertes. Todos habían perdido a alguien. Entonces, cuando Alareer volvió a dar clases les dijo a sus estudiantes que “escribir es un testimonio, una memoria que sobrevive a la experiencia humana y una obligación de comunicarnos con nosotros mismos y con el mundo. Vivimos por una razón, para contar las historias de pérdida, de supervivencia y de esperanza”. De ahí surgió el proyecto de lo que luego sería Gaza Writes Back: Short Stories from Young Writers in Gaza, Palestine, el libro que editó en 2013. Hoy, después de su muerte, es innegable que su escritura ha atravesado múltiples fronteras e idiomas, transformándolos para siempre por todo el dolor y la muerte que contienen sus palabras, pero también por la imbatible esperanza de la que surgen. Una esperanza enteramente puesta en el poder de las historias, de la escritura y también de la traducción.
Si debo morir,
tú debes vivir
para contar mi historia
para vender mis cosas
para comprar un pedazo de tela
(hazla blanca con una larga cola)
para que un niño, en algún lugar en Gaza
mientras mira al cielo a los ojos
esperando a su padre que dejó en el fuego-
sin poder despedirse
ni siquiera de su carne
ni siquiera de sí mismo-
vea la cometa, mi cometa que tú hiciste, volando arriba
y piense por un momento que un ángel está ahí
trayendo de nuevo el amor
si debo morir
deja que traiga la esperanza
deja que sea un relato
La cuenta en twitter de Refaat Alareer era @itranslate123 : yo traduzco. Parte de su biografía dice: yo traduzco, yo cuento historias. En cuanto me enteré de que había sido asesinado, me puse a traducir el poema que tenía fijado en su perfil. Lo había publicado unas semanas antes. Ese mismo impulso hacia la traducción fue sentido al mismo tiempo en múltiples esquinas del planeta. A lo largo de los días, las traducciones a diversos idiomas, incluso en sus distintas variantes, han ido apareciendo en las redes de forma imparable. Ha sido traducido al chino, indonesio, irlandés, alemán, japonés, pastún, turco, hindi, albanés, nepalí, italiano, urdu, tamil, serbio, vietnamita, sueco, noruego, hebreo, malayo, rumano, francés, ruso, tagalo, somalí, divehi, etc, etc, etc.
Pienso en la potencia imbatible de la imagen de esa cometa blanca con una cola interminable en la que se multiplican imparables las traducciones del poema, que en su recorrido, en su vuelo infinito, demuestra que nada, ninguna bomba, ningún ejército, tiene más poder que la escritura.